Parte XVI: BAJO EL INFLUJO DEL PORTAL - CAPÍTULO 149

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CAPÍTULO 149

Lug observó con satisfacción la casi perfecta figura geométrica formada con líneas de energía. El portal de Sorventus estaba casi listo. Solo faltaba acomodar la última línea que estabilizaría y abriría el portal. Lug serenó su respiración y esperó la señal de Felisa. Los dos extremos debían ser abiertos al unísono. Calculaba que, para estas alturas, Felisa estaría cerca de terminar con el código que debía completar para abrir Arundel. Lug había evitado enfocar su mente en el portal de Arundel para no caer presa de la entidad que lo acechaba desde el espacio intermedio entre los dos portales. Lorcaster le había dicho que Felisa sería inmune a su enemigo, invisible a él. Lug esperaba que tuviera razón.

La señal no se hizo esperar, llegó clara y diáfana a la mente de Lug: Felisa había terminado con su trabajo. Con un suspiro de alivio, Lug conectó la última línea de energía y la espléndida y compleja figura que tenía ante sí resplandeció completa y armónica. Sorventus estaba en línea. Era tiempo de pasar a la segunda fase del plan.

Lug desprendió con cuidado su mano de la de Dana:

No cortes la conexión con Felisa y Calpar —le advirtió a su esposa mentalmente—. Necesitamos saber cuando Ileanrod haya entrado al portal.

Desde luego —asintió ella.

Lug abrió los ojos, volviendo del trance. Descubrió que la lluvia caía torrencial sobre su cabeza y que estaba empapado hasta la médula. Augusto y Bruno estaban junto a él, sosteniendo inútilmente una lona sobre su cabeza y la de Dana, que había perdido toda capacidad de cobijarlos del agua. La tormenta se había extendido hasta el mismísimo portal, y ya no quedaba un solo centímetro seco en Arundel.

—Se acabó —dijo Bruno con resignación.

—Todavía no —porfió Lug—. Estamos cerca, los portales ya están alineados.

—Lug, es demasiado tarde, no hay forma de que...

—La Reina de Obsidiana encontrará la forma —lo cortó Lug con obstinación.

Por dentro, Lug solo rogaba que Ileanrod cruzara el portal en los próximos minutos.

—Protejan a Dana y comuníquenme cualquier novedad —les ordenó Lug.

—¿Qué harás tú? —preguntó Augusto.

—Debo hablar con Sabrina.

Lug recogió el Tiamerin del suelo, cuidando de no tocarlo con los dedos desnudos, y lo guardó dentro del relicario de oro de Dana. El trozo de Óculo brillaba peligrosamente a su lado, propiciando la conexión de Dana con Felisa y Calpar en Ingra. Ya no era necesario amplificar la señal con el Tiamerin. Lug se puso de pie y fue hacia donde estaba Sabrina, parada bajo un frondoso árbol azotado por el viento de la tormenta e incapaz de brindar refugio con sus hojas vencidas por el peso del incesante aguacero.

Augusto y Bruno vieron cómo Lug le entregaba el relicario a Sabrina y ella se lo colocaba al cuello. Luego hubo una agitada conversación entre los dos que el ruido de la lluvia hizo inaudible para todos los demás.

—¿Cuáles crees que sean las instrucciones de Sabrina? —preguntó Bruno a Augusto.

—Me dan escalofríos de solo pensarlo —murmuró Augusto—. Si necesitó que Dana esté en un trance para que no se entere... —dejó la frase sin terminar.

***

—Contéstame —exigió Ileanrod a Iriad—. ¿Cuál es el verdadero plan que tú y Valamir han forjado?

—Prométeme que Valamir será atendido de sus heridas —pidió Iriad.

—Llévenlo al templo. Laven y venden las heridas, que esté cómodo —ordenó Ileanrod a los dos guardias que habían traído a Iriad al bosque.

Los guardias asintieron y cargaron el cuerpo de Valamir con cuidado, llevándoselo del lugar.

—Obviamente, si tus respuestas no me complacen... —advirtió Ileanrod a Iriad.

—Entiendo —respondió secamente Iriad—. Si Valamir regresó a la isla y se dejó atrapar por ti, lo hizo porque necesitaba distraerte.

—¿Distraerme de qué?

—Del hecho de que debe haber traído a la Reina de Obsidiana a la isla —respondió Iriad.

—No había nadie más con él en el velero —se atrevió a intervenir uno de los guardias con las ballestas.

—¡Silencio! —le gritó Ileanrod a su subordinado, y luego a Iriad: —¿Por qué habría de creerte?

—Porque ese era el plan: hacerme abrir el portal y traer a la Reina de Obsidiana para que sea la primera en cruzarlo.

—La Reina de Obsidiana está atrapada en el Bucle —lo contradijo Ileanrod.

—Sabrina solo fue usada como señuelo, para desviar tu atención de la verdadera reina.

—No es verdad —meneó la cabeza Ileanrod.

—La hija de Ariosto no cumple con los requisitos para ser la Reina de Obsidiana, Ileanrod. Ella no es híbrida.

Ileanrod guardó un largo silencio.

—Si no me crees, está bien —se encogió de hombros Iriad—. Mientras más tiempo estés aquí discutiendo conmigo, más tiempo le das a ella para que resuelva el problema del portal por su cuenta y se te adelante.

—Esto es una trampa —entrecerró los ojos Ileanrod con desconfianza.

—Piensa lo que quieras. Valamir planeó esto hasta el último detalle, así que de seguro adivinó tu reacción de incredulidad.

—Vendrás conmigo hasta el portal —le apuntó con un dedo Ileanrod.

Como respuesta, Iriad extendió las manos con las muñecas juntas hacia el frente. Ileanrod hizo una seña a sus guardias, y estos procedieron a atar las manos de Iriad.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora