Parte XVI: BAJO EL INFLUJO DEL PORTAL - CAPÍTULO 152

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CAPÍTULO 152

Lug sonrió al ver el vacío blanco que lo rodeaba. Lo había logrado. En el momento exacto en que Sabrina había sellado el Tiamerin en su corazón, él había teletransportado su incorpórea consciencia al interior del portal. Solo era cuestión de tiempo hasta que el Patriarca Arundel fuera atraído por su...

¿Quién eres? —escuchó Lug una voz en el vacío, interrumpiendo sus pensamientos.

¿No me reconoces? —respondió Lug—. Soy al que hipnotizaste para que ordenara el código del portal.

Solo armaste la mitad —le reprochó el otro—. ¿Quién armó la otra mitad?

Yo mismo, con la ayuda de Lorcaster.

Mientes, desde luego —lo acusó Arundel.

Desde luego —admitió Lug con calma.

Tu mente está cerrada a mí. No puedo ver lo que escondes —reflexionó Arundel.

Sé protegerme —dijo Lug.

Y, sin embargo, tus mentiras me son obvias.

No se puede tener todo en la vida —se encogió de hombros Lug, aunque, sin cuerpo, eso solo ocurrió en su imaginación.

Ah, ya sé quién eres. Eres el esbirro de Lorcaster —dedujo Arundel.

Lug no lo negó.

La famosa Llave de los Mundos, el Faidh —continuó Arundel—. Eres su herramienta más confiable. Debí suponer que después de sus patéticos intentos de llevar a cabo sus planes con líderes sylvanos fracasados, trataría de amedrentarme con su mejor arma. Profiere tus amenazas, Faidh, pero te advierto que no me asusto fácilmente.

¿Cómo sobreviviste por tanto tiempo aquí? —preguntó Lug de forma casual.

¿Por qué me preguntas eso?

Curiosidad.

Es una pregunta ociosa —respondió la entidad—, puesto que ya conoces la respuesta: fui encarcelado aquí junto con mi comida.

Lug se tensó por un momento, pero se obligó a relajarse.

Un grupo de unos cien sylvanos quedó atrapado junto conmigo —siguió Arundel—. Su energía es particularmente nutritiva y duradera. Consumirlos lentamente me resultó placentero porque sabía que estaba aniquilando a gente de tu Protector.

Lug no dijo nada.

Eso te perturba, puedo verlo claramente —continuó la entidad.

La depredación siempre me ha perturbado —admitió Lug.

Si Lorcaster esperaba salvarlos, llegó tarde.

Lo sé.

Estás aquí porque Lorcaster quiere salvar a los otros, ¿no es así? ¿Los sylvanos que viven en el mundo artificial?

Lug no contestó.

Tomaré tu silencio como respuesta afirmativa —decidió Arundel—. ¿Cómo piensa hacerlo?

¿En serio? ¿Crees que responderé a eso? —planteó Lug.

No, pero valió la pena intentarlo. Incluso una mentira me hubiese sido útil —dijo el otro—. Entiendes que no hay forma de que Lorcaster saque a sus preciados sylvanos sin liberarme, ¿no es así?

Ese es el problema —admitió Lug.

¿Por qué no vino él mismo a tratar el tema conmigo? ¿Por qué te envió a ti?

Sabes bien por qué: has bloqueado su entrada. Por eso me envió a mí, su Llave.

Pero tú no tienes el poder de detenerme. Lo único que puedes hacer es... Oh... Bien jugado, Faidh, bien jugado —comprendió Arundel al fin—. ¿Entiendes que Lorcaster te envió a tu muerte?

Lo entiendo más de lo que crees —respondió Lug.

Tu lealtad es admirable, pero tu acto de heroísmo es inútil —dijo Arundel.

Eso lo veremos —porfió Lug.

***

La tierra volvió a temblar bajo sus pies y Meliter extendió los brazos para mantener el equilibrio. Este era el tercer terremoto en el espacio de pocos minutos. En medio de la lluvia, se escuchó el sordo sonido de más árboles cayendo a su muerte, desarraigados y secos. Los sylvanos volvieron a moverse, inquietos bajo los toldos, observando con recelo los árboles bajo los cuáles estaban refugiándose y que pronto los aplastarían sin remedio.

—No me arrepiento de nada —dijo Torel, apoyando una mano reconfortante sobre el hombro de Meliter—, y tú no deberías tampoco.

—Es frustrante ver que nuestra muerte estuvo tan cerca de ser evitada —comentó Meliter.

—Hiciste todo lo que pudiste, dadas las circunstancias —lo consoló Torel.

—Lo sé —contestó el otro—. No es culpa lo que siento, sino impotencia.

—¿Quieres hablarles? ¿Decirles unas últimas palabras para que se preparen para su muerte? —sugirió Torel.

—Sí, es lo correcto —suspiró Meliter.

Los dos sylvanos avanzaron hacia el campamento y reunieron a su gente para hablarles. Los empapados sylvanos se pusieron de pie y avanzaron hacia ellos con rostros resignados. Sabían que el rostro grave de Meliter venía a anunciarles lo peor.

—Hermanos... —comenzó Meliter con voz potente abriendo los brazos, y se detuvo con un nudo en la garganta.

Antes de que Meliter recuperara la compostura para continuar, se dio cuenta de que los sylvanos no estaban exactamente atentos a sus palabras. Sus miradas estaban posadas con interés en algo hacia la derecha, a sus espaldas. ¿Qué...?

—Mel... —le susurró Torel al oído—. Creo que... creo que es ella.

Meliter se volvió y vio a una mujer con una obsidiana colgada del cuello parada a dos metros de él. A su lado, había un hombre completamente vestido de negro. A los costados de la pareja, estaban también parados Augusto y Bruno. Meliter notó que ni la mujer ni su acompañante estaban mojados.

Felisa no esperó a que nadie la presentara. Simplemente avanzó unos pasos y anunció:

—Mi nombre es Felisa y soy la Reina de Obsidiana. Acabo de cruzar desde Sorventus. El pasaje está abierto y es seguro. He venido a llevarlos a casa.

Los sylvanos explotaron en una ruidosa algarabía, con gritos de júbilo y aplausos.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora