Soledad

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Parpadeando un par de veces debido al dolor, vendó cuidadosamente su cintura. Dando vueltas y vueltas el largo rollo de gasa alrededor de su delgado abdomen hasta cubrirlo completamente. Una vez hecho, hizo un pequeño nudo justo en el centro de su espalda y se cubrió con una simple remera de malla, colocando luego su gran chamarra lavanda sobre sus hombros y subiendo delicadamente el cierre hasta arriba; cubriendo completamente su torso.

Suspirando, se puso de pie; evitando los movimientos demasiado bruscos que pudieran hacer regresar el dolor punzante que aún sentía a causa de la batalla que había sostenido con su primo el día de ayer. Aquella en que, triste y patéticamente, había culminado en su inevitable derrota. Y nada menos que frente a un público algo más grande de el que habitualmente solían tener cuando entrenaban. Levemente más grande, pero lo suficiente para que la humillación que había sentido alcanzara magnitudes extraordinarias. Eso sumado al hecho de que Kiba, su propio compañero de equipo, la había visto perder de aquella bochornosa manera. No quería ni siquiera imaginarse qué podría estar pensando en aquel momento de ella. Él, que siempre era tan fuerte y resistente. Que siempre parecía poder soportar cada golpe sin importar cuan fuerte fuera. Sin importarle nada.

Hinata no era más que una muñeca de vidrio. Al menos de esa forma lo sentía ella, y esa era su opinión de sí misma. Débil. Aún después de tantos años, seguía siendo débil. Sino, pensaba por sí misma, ¿por qué otra razón no la habrían convocado para la misión en la que Naruto partía aquella misma mañana? La misma en la que partían su compañero de equipo Shino y su primo Neji, por quien se había enterado la noche anterior.

Negó con la cabeza. Lo sabía. Cualquier otra respuesta no tenía sentido. No había otra respuesta que encajara mejor a la pregunta que el simple hecho de que era débil. Y lo era, debía serlo, porque sino sería considerada apta para ella. Sería capaz de llevarla perfectamente a cabo, como otros tanto shinobi y otras tantas kunoichi. Tenten iría, le había oído decir a su primo cuando comentaba la misión con Hiashi –su padre. Así como también Sakura e Ino. Todas ellas irían, y solo ella se quedaría a tras. Sola y abandonada. Aguardando día tras día el regreso de los demás, el regreso de él. Rogando que regresara sano y salvo. Respirando. Deseando ser quien estuviera a su lado en la misión más importante de su vida, decidida y dispuesta a dar su vida a cambio de la de él, egoístamente, como lo había hecho una vez. Tres años atrás.

Desgraciadamente, no lo sería. N-Naruto-kun... Y el pensamiento le ocasionaba aún más dolor que el olor punzante en el centro de su estómago. Allí donde Neji había dado el golpe de gracia. Porque ese dolor desaparecería, Hinata lo sabía. Los huesos sanaban, la piel se regeneraba así como lo harían los órganos internos. Lentamente, su cuerpo volvería a la normalidad. Pero ella no lo haría. La sensación de ser un completo fracaso la acompañaría por el resto de sus días.

Suspirando, abandonó su habitación, haciendo a un lado la puerta de papel y colocando sus zapatos antes de salir. Solo entonces, sus ojos se posaron en la alta figura de su primo aguardando de pie, envarado, en la entrada de la casa. Sobre su hombro colgaba una bolsa de tela color arena, aquella que habitualmente solía llevar cuando partía en una misión. Y, a juzgar por su expresión, podía decir que Neji tomaba la misión sumamente en serio. Tal y como siempre lo hacía. No esperaba menos de él.

—Buenos días, Hinata-sama.

La voz de él, súbitamente rompiendo el silencio, la desconcertó; haciendo que se sobresaltara. Se preguntó, entonces, cuanto tiempo había permanecido allí de pie, en medio del corredor, contemplándolo. Cuanto tiempo había permanecido sumida en sus propios pensamientos. Y cuanto tiempo había pasado desde que Neji se había percatado de su presencia.

D-Desde el principio, pensó. Eso era lo más probable. Después de todo, nada escapaba a la aguda vista de Neji. Nada —Oh... —susurró, lamentándose haber interrumpido aquel momento de meditación del castaño. Allí, de pie, Neji parecía tan calmo y sereno que el solo romper el momento parecía insultante—. Buenos días Neji-nii-san. L-Lamento m-molestarte...

4X:AireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora