EL MURO. YO ESTUVE ALLI (25 años después)

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¿En qué momento pude darme cuenta de mi fragilidad? No sé. Después de toda una vida pensando que a mí no, que a mí no me puede afectar la fatídica estadística, siento que no sé. Estas desgracias ocurren al entorno, a los desconocidos, amigos, incluso a amigos muy allegados y queridos que se van dejando tras de sí vida sin vivir, cariño sin dar, cariño sin recibir, y piensas... ¿Por qué no a mí que ya lo tengo todo hecho y vivido? ¿Por qué no a mí que no tengo nada que dar ni recibir?

Hoy estás en vida con toda la tensión que permite la cuerda, presumiendo estúpidamente de que esa tensión vital te llevará a estrellarte contra ese maldito muro que jamás se rompe en el tropiezo. Y tú, orgulloso, estúpidamente orgulloso, te jactas de estar viviendo en la espera del choque. ¡Y encima quieres creer que lo vas a aceptar con ese fair play de los estúpidos teóricos que jamás conocieron el amor, el dolor o la simple embriaguez y que pasan la vida pontificando sobre las bondades de su conocimiento respecto del tema!

De la noche a la mañana, sin apenas darme cuenta, sin apenas ser consciente, pero con una cierta cobardía inconsciente, yo llegué al muro.

Yo estuve allí, cerca del muro, ese muro que te rompe en el choque sin apenas desgastarse, desprendiéndote de todo aquello que tienes, que crees tener, incluso de todo aquello que, sin saberlo, tienes.

Cuando eso fuera malo, sigue sin ser lo peor. Ese muro, maldito muro que te golpea, le arranca de los dedos y del alma, el cariño y los momentos por vivir a esa gente que te quiere, incluso a pesar tuyo ¡y duele! Duele robarle de esa forma a tus queridos seres, pero el muro está ahí, la puerta a traspasar está ahí, y te encuentras en esa situación silenciosa en la que no tienes nada que decir ¿Cobardía? ¿Miedo? ¿Pena? Eres capaz de asumir que el azar, que la estadística te ha colocado en esa disposición y ahora toca ser frágil y dependiente. Ahora toca ponerte en manos de circunstancias que se te escapan, preguntas que no puedes responder, decisiones que no puedes tomar, y repasas... Y repasas. Por tu cabeza pasa gente que conoces, que no conoces, gente de buenos días diarios inconscientes.

¿Cómo entender que pasamos de la rutina relacional al drama sentido por tus queridos seres que se niegan a aceptar que te vas a ir?

¡Y tú lo sabes y lo sientes!

Postrado, dejando el criterio a los que saben, te manejan como un pelele afrontando con la frialdad requerida esa circunstancia tuya ¡y tú ves las caras! Ves las expresiones en sus caras y sientes que te vas, y lo manifiestan con sus ánimos vacíos por increídos, con esa fe que no está atada a ningún sitio y se difumina.

¡Cuánta gente! ¡Cuánto ánimo! Y tú ahí, postrado, indefenso y maniatado. Nunca las noches, las horas y minutos, incluso los segundos, fueron tan largos.

Yo estaba allí... Lo sé.

Pregúntenme como me sentí. No sé. Solo sabes que ellos se comportan como el entrenador en la esquina del ring, toalla en la mano, sin saber si tirar la toalla o aferrar los nudillos a ella de forma desesperada. Noto sus nudillos blanqueados por la presión ejercida en la maldita toalla, con la duda de si tirarla o no. Pero a ti no. A ti te esbozan una sonrisa.

Yo estaba allí. Yo lo noté y, mientras lo notaba, no podía por menos que sonreír, callar y dejar pasar esos largos días, largas horas y minutos y hasta segundos que jamás pasan.

¡Paradójico! Cuanto más cariño te llega, mayor es la sensación de despedida ¡y te inunda!

Yo estaba allí y la sensación de despedida me inundó. Juro que me resigné. No hubo un solo momento en que creyera algo de lo que me dijeron. Nunca creí que había tenido suerte.

Nunca pensé que el muro pasaba de mí y se iba de largo hacia otra estadística. Sin embargo, me dejé hacer. ¡Qué tortura estar postrado en un lecho viendo impersonalidades pasar por ti, haciéndote unas y otras cosas propias de los procedimientos de la salud! Te llevan de un lado a otro, te dicen cosas que en realidad no oyes, ánimos que no animan, daño que casi no daña.

¿Repasas? ¡Claro que repasas! ¿Quejas? No, juro por dios que no. Solo sé que te duele ver rondar gente, la gente que te quiere, que se niega dejarte ir ¿Por ellos? ¿Por ti? ¿Por otros? Se niegan y rechazan el criterio científico de aquellos que saben.

Yo estaba allí. Estaba allí y lo viví y en mi sufrimiento resignado vi el sufrimiento batallado de mis similares. Algunos se quedaron en el camino mientras yo esquivaba el muro. Incluso esos me mandaron ánimos y fuerza que a ellos les hacía más falta que a mí. ¡Eso duele! Duele mucho recibir pan del hambriento. Mi Lola me dio sus fuerzas y ánimo puño en alto la última vez que la vi... ¡Imágenes para el recuerdo! Ella peleando como otros desconocidos y yo, yo estaba allí, esperando resignado.

Te machacan ¡tienen que hacerlo! Curarte o al menos intentarlo hace que tengas que pasar por los tormentos que proceden.

¿Dolor? ¡Claro!, pero tienes que resignarte y lo haces. Te debates entre las destrezas y las ineptitudes, entre la amabilidad y la frialdad (¿cómo dejar que la desgracia humana pase de piel adentro?), entre la ciencia y la vida, entre la vida de calidad y la vida que solo hace latir el corazón.

Yo estaba allí y sin saber cómo, salí.

¿Por qué a mí? Cualquiera diría que no me tocaba, pero lo cierto es que podía oler el polvo adherido al muro que se traspasa y sin saber por qué, la providencia o la ciencia hizo que me diera la vuelta. Di la espalda al muro y reinicié el camino.

Estuve allí, y hoy, hoy me encuentro donde me encuentro y no puedo por menos que recapacitar sobre el tema. Me dicen ¡Estás curado! ¿Cuánta gente, frágil como yo, querría escuchar esa expresión que suena a grito de libertad? ¿Cuántos seres queridos quisieran escuchar de sus seres queridos que están curados?

Yo lo escuché y mis seres queridos lo escucharon como yo, y aún hoy cuesta hacerse a la idea de haber vuelto de ese túnel cementado del que casi nunca se sale.

Yo salí. Estuve allí y salí. Tras dos meses escasos, aún levito con la idea incomprensible de por qué a mí. Yo no hice nada para merecerlo (al menos eso creo), quizás al contrario y de lo cual me he vanagloriado. ¿Por qué tuve más suerte que otros? ¿Por qué salí del maldito túnel si no me quedan cosas por hacer? ¿O sí?

Han pasado dos meses, me levanto cada día de la cama y, afrontando el día, trato de encontrar lo que me queda por hacer que justifique el por qué volví de allí.

Hoy la vida pasa igual, parece igual, pero no lo es. Los amigos parecen los mismos, pero no lo son ni los más queridos parecen ser los mismos ni los abrazos ni los besos son los mismos. Saben y se sienten de otra manera.

Yo estuve allí y volví, y hoy, en cualquier día de madrugada, aun sin entender los por qué, debo dar las gracias; creo que debo encontrar las razones de por qué a mí, y debo encontrar eso que me queda por hacer y que haga que merezca la pena haberme quedado en esta parte de la vida.

Y quiero dar esperanza y ánimo a los que están donde he estado yo. Querría llorar por aquellos que lucharon más y mejor que yo, que lo merecieron más que yo y, sin embargo, hoy no están conmigo en este lado amable de la vida.

Mis queridos todos. Yo que estuve allí y volví. No puedo por menos que reconocer la fragilidad en la que nos encontramos. Nos aferramos a clavos ardientes que no aguantan un empuje, repartimos cariños estereotipados dejando pasar los auténticos, luchamos por banalidades dejando atrás lo vital, repartimos besos rutinarios, abrazos de pasada sin ser conscientes de que, en cualquier momento, te toca dejar de hacerlo. No sabes por qué a ti, pero te toca y de repente, todos esos besos, abrazos y cariños rutinarios pasan a ser últimos besos, abrazos y cariños y te das cuenta de que ya no te queda tiempo para rectificar.

Yo estuve allí y volví. Tuve más suerte que otros y es por eso por lo que hoy me gustaría creer que si beso, si abrazo, si miro o doy un cariño, va a ser de verdad.

Estuve a punto de no tener minutos para estar y querría por ello contar con cada uno de los que el azar y la técnica me han dado.

Yo estuve allí y volví sin saber exactamente por qué, pero quiero creer que merece la pena, que me quiero quedar. Sería desagradecido e injusto con los que no han tenido mi suerte. No aprovechar este minuto de más que ese azar y técnica me han dado sería cruel por mi parte.

Quiero besar, abrazar y dar cariño verdadero y así disfrutar y hacer disfrutar de esta mi fragilidad, de esta fragilidad que la bofetada recibida me ha hecho sentir.

Yo estuve allí, volví y espero que sea para quedarme, y que merezca la pena.

Un día de madrugada

Godoylicismos. Los Estados del AlmaWhere stories live. Discover now