Parte XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA - CAPÍTULO 170

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PARTE XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA

CAPÍTULO 170

—Quédate quieto —amonestó Irina a Liam por tercera vez mientras trataba de acomodarle el pañuelo de seda en el cuello.

—¿Estás segura de que me veo bien con esta ropa? ¿No es ridícula? —objetó Liam con preocupación, estirando hacia abajo los bordes del chaleco rojo y negro de brocado.

—Te lo advertí, Liam, no soy el mejor referente sobre moda cortesana —protestó Irina—. No entiendo por qué me pediste ayuda con esto a mí.

—Porque lo que me propuso usar ese insoportable modisto de Rinaldo era inaceptable. Necesitaba la ayuda de alguien más coherente, menos... menos... —hizo un gesto con las manos, frustrado por no poder encontrar las palabras adecuadas.

—¿Extravagante? —ofreció ella.

—Sí, sí, menos estrafalario —dijo él—. Más normal.

—La concepción de lo que es normal en cuanto a la moda es muy relativo, Liam.

—Solo quiero verme presentable para ella —replicó él.

—Entonces deberías haberle preguntado a Cormac, él la conoce.

—No, no, quería la opinión de una mujer.

—Hay muchas mujeres en esta corte —comentó ella.

—Pero solo confío en ti —respondió él.

Irina meneó la cabeza con resignación. Esta no era su área. Sin embargo, a pesar de su reticencia inicial, había cedido a ayudar a Liam. Estaba gratamente sorprendida con el cambio que veía en él. Liam ya no era el oscuro ángel vengador que había conocido en los sótanos de la Universidad de Cambria, capaz de matar a sangre fría a su acérrimo enemigo. Eso había quedado atrás y ahora solo era un muchacho perdidamente enamorado, ansioso ante el inminente arribo de su amada. Ese cambio había propiciado una positiva reconciliación entre los dos, después del desafortunado entredicho que habían tenido por el ajusticiamiento de Stefan.

—Confías hasta cierto punto —objetó Irina—, pues no me haces caso con lo de esas botas de montar: no van con este traje, Liam. No hace falta ser un experto para darse cuenta.

—Las botas se quedan —se plantó Liam con seriedad—. Ni drogado me pondría esos estúpidos zapatos de tacón que todos parecen usar por aquí.

Irina abrió la boca para protestar una vez más sobre el asunto cuando fue interrumpida por un jadeante sirviente que abrió la puerta de la habitación y asomó abruptamente la cabeza:

—Ya está aquí —dijo sin preámbulos, cerrando otra vez la puerta para salir corriendo y seguir avisando a los demás.

—¿Ya? —palideció Liam—. ¿Tan pronto? Pero... el mensajero anunciando su llegada vino hace menos de una hora.

—Debió estar ya en Vikomer cuando lo envió y no de viaje como nos quiso hacer creer —opinó Irina.

—No importa. Vamos —tomó el saco negro del traje Liam de una silla, poniéndoselo presuroso.

Los dos corrieron por las amplias galerías, cruzando patios internos y más galerías hasta llegar el vestíbulo principal y desembocar en las majestuosas escalinatas de las enormes puertas principales del palacio de Rinaldo. Todos los demás ya estaban allí, formados en los escalones, bueno, todos menos el propio Rinaldo.

Un carruaje cerrado estaba estacionado a pocos metros de la escalinata. No era un carruaje muy fastuoso, no digno de una reina según los estándares de Agrimar, pero sí lo suficientemente rico como para pertenecer a un noble menor. Riga había propuesto a Sabrina rentarlo en vez de comprarlo, lo cual había dejado dinero para trabajar otro aspecto importante: la vestimenta. La idea de enviar al mensajero por delante había sido de Liderman: una reina no podía llegar sin ser anunciada a una corte y no era bueno tampoco tomar por sorpresa a Rinaldo, incluso cuando su viaje ya había sido comunicado al rey con antelación. Sin embargo, Sabrina no quiso esperar las tres horas que Liderman había propuesto después de enviar al mensajero. Ya había esperado tanto... no más.

Liam e Irina se pararon junto a Cormac, Pierre y Mordecai. Pierre llevaba puesto un uniforme militar de Agrimar acorde a su rango de capitán y Cormac vestía un atuendo largo y negro, austero y sin adornos, muy diferente al ornamentado traje que llevaba Liam. Liam se revolvió incómodo, sintiéndose fuera de lugar. Tal vez debiera haber optado por un uniforme militar como el de Pierre, que se veía mucho más masculino que lo que él llevaba. Mordecai estaba vestido con el tipo de atuendo que los modistos habían ofrecido a Liam: demasiado colorido, demasiado recargado, demasiado ridículo. Hacia la derecha, estaban parados Yanis y Maxell, vestidos con largos mantos de terciopelo bordado, que Liam supuso, eran las vestimentas protocolares de los magos. A ambos lados del grupo de recepción había una horda de sirvientes y soldados en perfecta formación, en posición de firmes y con la mirada clavada vacuamente al frente.

Del otro lado, el carruaje permanecía cerrado y con las cortinas de las ventanillas corridas, por lo que no se podía ver quién estaba en el interior. El cochero sostenía las riendas de los caballos con cierta tensión. A los lados de la puertecilla cerrada, Liam reconoció a Augusto y Bruno, parados rígidamente con las manos unidas en la espalda. Sus vestimentas eran mucho más ordinarias que las de él. Liam se dio cuenta de que Augusto buscaba insistentemente su mirada. Cuando Liam cruzó la suya con la de él, Augusto hizo una leve inclinación de cabeza con una semisonrisa en el rostro que parecía decir: me alegro de verte bien. Liam le devolvió el gesto de reconocimiento de igual manera, pero su mirada fría respondió: tú y yo tenemos que hablar. Bruno no dio muestras de tratar de llamar la atención de Liam de ninguna forma, y Liam lo dejó así.

La espera era interminable. ¿Cuándo se dignaría Rinaldo a aparecer y terminar con este suplicio?

—Esto es ridículo —gruñó Liam entre dientes, avanzando un paso hacia el carruaje.

De inmediato, Cormac lo tomó de un brazo de un lado e Irina del otro.

—Cálmate, ¿a dónde crees que vas? —le murmuró Cormac al oído—. Estoy seguro de que ella está tan ansiosa por verte como tú a ella, pero debes respetar el protocolo. No arruines lo que ella ha preparado.

Liam resopló con frustración y asintió, volviendo a su lugar. Cormac e Irina lo soltaron.

Después de unos interminables veinte minutos, dos músicos apostados a los lados de las puertas del palacio tocaron una fanfarria de trompetas y Rinaldo apareció con paso solemne, seguido de una nueva horda de sirvientes y algunos cortesanos.

—Su ilustrísima majestad, el rey Rinaldo Primero de Agrimar —anunció con voz potente el ujier.

Todos los presentes hicieron una reverencia al monarca. El momento había llegado. Liam apretó los puños, tratando de controlar su nerviosa respiración.

Un hombre enorme y de aspecto fornido que había permanecido del otro lado del carruaje rodeó el vehículo de forma muy poco grácil y tomó la manija de la portezuela para abrirla. Liam palideció al reconocerlo. ¡¿Qué hacía él aquí?! ¡¿Qué hacía él cerca de Sabrina?!

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora