Parte XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA - CAPÍTULO 176

51 8 1
                                    

CAPÍTULO 176

—Este debe ser uno de los planes más retorcidos que han salido de tu cabeza, Liam —le dijo Augusto a su amigo mientras caminaban por una de las galerías del enorme palacio de Rinaldo—. Y, como siempre, me sorprende que haya funcionado.

Liam solo sonrió con picardía.

—¿No te parece un poco desvergonzado? —inquirió Augusto.

—No —se encogió de hombros el otro.

—¿No te incomoda que ella sea una reina y tú... bueno, no exactamente...?

—¿Piensas que no estoy a su altura? ¿Tú, que te casaste con la hija del Señor de la Luz, que de paso tiene el poder de crear y destruir el universo? —lo cuestionó Liam, molesto porque su amigo había tocado un nervio sin saberlo.

—Perdóname, Liam, lo siento, no quise decir eso. Creo que Sabrina tiene mucha suerte de que estés de su lado y de que la ames como lo haces. Creo que esta es una unión perfecta para ambos.

—Gracias, viejo —se calmó Liam.

—Liam... —se mordió el labio inferior Augusto, incómodo—. Cuando estábamos en Caer Dunair...

—No quiero hablar del asunto —lo cortó Liam, nervioso.

—Pero es necesario —manifestó Augusto.

—¿Por qué?

—Porque necesito tu perdón —dijo Augusto, bajando la mirada al piso.

Liam se detuvo y se volvió hacia Augusto:

—Sabrina me contó que amenazaste con cortarle el cuello a Dana si no accedía a volver por mí. Me dijo que Bruno tuvo que dispararte en un brazo para detenerte. No tengo nada que perdonarte. Tú y Sabrina fueron los únicos que no me traicionaron en Caer Dunair —le apoyó una mano amistosa en el hombro.

—Gracias —lo abrazó Augusto—. Tu amistad es importante para mí.

—Para mí también —respondió Liam—. Estuve enojado por mucho tiempo —confesó—, especialmente con Lug, y ahora... lamento no haberme reconciliado con él antes de que...

—Todavía me cuesta aceptar que ya no está más con nosotros —dijo Augusto, dolido.

Los dos siguieron caminando en silencio unos pasos más.

—¿Has pensado cómo destronaremos a Zoltan? —preguntó Augusto.

—Tengo algunas ideas —dijo Liam.

—Estaré encantado de apoyarte en lo que sea —prometió Augusto.

—Gracias, Gus, eso es conveniente, pues tendrás una función importante en mi plan.

—Oh —se volvió a morder el labio Augusto—. Y... ¿puedes decirme de qué se trata específicamente esa función? —preguntó, preocupado.

—Después, ahora tengo otra cosa importante que hacer —respondió su amigo, tomando por una galería que se bifurcaba hacia la derecha.

Augusto notó que ese no era el camino hacia las habitaciones que les habían sido asignadas.

—¿Necesitarás compañía? —preguntó Augusto.

—No, es mejor que tú no te involucres en esto —contestó el otro.

Augusto no se atrevió a preguntar de qué se trataba. A pesar de que Liam le había asegurado que seguían siendo amigos, Augusto notaba un cambio importante en esa amistad: una frialdad y un silencio que no eran típicos de su relación. Algo se había roto en el interior de su amigo, algo que tal vez fuera irreparable.

Liam siguió su camino con determinación, bajando por unas escaleras de piedra y dejando a su amigo atrás. Los guardias apostados en el túnel subterráneo que llevaba a las mazmorras del palacio lo dejaron pasar sin problemas. Habían sido advertidos de su visita. Con el rostro duro, iluminado por las fluctuantes llamas de las antorchas, Liam avanzó entre las celdas. Unos metros más adelante, se topó con una figura parada en medio del húmedo túnel.

—Te estaba esperando —dijo la figura.

Al acercarse, Liam reconoció a Maxell.

—¿Para qué? —le espetó Liam—. ¿Para detenerme?

—Quería hablar contigo, quería hablar con el hombre que mató a Stefan —Maxell se desprendió la camisa y le mostró a Liam las marcas en su cuerpo—. Yo también fui su prisionero en la Torre Negra.

Liam apretó los labios y se mantuvo en silencio.

—Te admiro, Liam, admiro que hayas sido capaz de llevar a cabo lo que yo nunca pude: destruir a ese monstruo. Yo fui quebrado por su poder y su crueldad. Stefan deformó mi mente, mi esencia, convirtiéndome en algo que no era, en una aberración de un ser humano. Me volví uno de ellos, uno de sus torturadores.

Liam siguió callado.

—Para asegurarse de que yo estaba completamente destruido, Stefan me trajo víctimas que yo conocía. Algunos hasta eran mis amigos. No podía sentir nada, Liam. No quedaba en mí un gramo de compasión al romper sus huesos, al ejecutarlos lentamente.

—¿Cómo lograste escapar? —preguntó Liam, débilmente.

—Tuve ayuda externa. Peleé contra esa ayuda por mucho tiempo. Mi mente estaba perdida, pero me tuvieron paciencia, me ayudaron a pesar de mi oposición. Me tomó muchos años recuperarme, y aun hoy, a veces, tengo recaídas.

—¿Lo conoces a él? ¿A Orsi?

—No —meneó la cabeza Maxell—. Orsi llegó a la Torre Negra mucho después de mi tiempo. No conozco su historia.

—¿Y aun así viniste a abogar por él?

—No vine a abogar por él. Lo que sea que has pensado hacerle, es tu derecho. Yo solo quería que entendieras cómo fueron las cosas para otros prisioneros que no tuvieron tu fortaleza. Ninguno de nosotros pudo resistir de la forma que tú lo hiciste, sin quebrarnos, sin sucumbir a ser los instrumentos de Stefan.

Liam no contestó. Él también había sido quebrado, había rechazado a quienes habían tratado de ayudarlo, había vuelto a Stefan por propia voluntad, dispuesto a darle lo que quería, dispuesto entregarle a Lug, torturándolo con sus propias manos. Solo Lug había logrado romper el hechizo, activando su salvaguarda: el nombre de Sabrina.

—Buena suerte, Liam —le deseó Maxell—. Yanis dice que eres una persona decente y valiente. Sé que harás lo correcto.

Con esas últimas palabras, Maxell se despidió con una inclinación de cabeza y se alejó por el túnel hacia las escaleras. Liam respiró hondo varias veces y continuó su camino hasta la última celda, donde habían puesto a Orsi.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora