En el que tenemos charla literaria

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Adam



—No me dejes esperando mucho —susurré y me levanté de la cama para ir directo al baño a ver cómo había amanecido Candace.

El baño estaba vacío. Supuse que la prima de Sam se había sentido mejor en la madrugada y Don la había llevado con él. Me cambié rápidamente, me acicalé y me lavé el rostro y los dientes. Sam hizo lo mismo y sonreí feliz de que prácticamente hubiese tardado lo mismo que yo en alistarse. Un punto más a su favor.

Cuando bajamos al primer piso, ya muchos se habían ido y saludamos a los que quedaban y que estaban distribuidos entre la sala, el comedor y la cocina.

—Buen día, ¿cómo te sientes? —preguntó Sam a Candace cuando los encontramos a ella y a Don sentados encima de la barra, comiendo un plato de cereal. La morena se llevó una mano a la cabeza y asintió.

—Mucho mejor, gracias. Ayer... probablemente me resfrié.

Vi que Sam la miró con desconfianza. No le creía. Me aclaré la garganta y le sonreí a la morena.

—Nos diste un buen susto.

—¿Te preocupaste por mí? —preguntó ella y me guiñó un ojo.

—Sabes que sí —susurré y sujeté la mano que ella me alargó—. Don... te cuidó toda la noche.

Candace asintió y observó al chico a su lado con una sonrisa tierna.

—Lo sé. Ya se lo he agradecido y le dije que se lo compensaré, pero no desea compensación.

—Deberías pensártelo bien —dije a mi amigo que sonrió divertido y se encogió de hombros.

—Para mí es más que suficiente que ella esté bien —dijo como si nada y yo asentí.

—Bueno... nosotros nos tenemos que ir.

—¿No quieren desayunar algo antes? —invitó mi amigo y yo negué con la cabeza.

—Invitaré a Sam a un lugar cerca de aquí y luego regresaremos a la ciudad.

—¿A dónde? —quiso saber la aludida y yo sujeté su mano.

—Es una sorpresa porque me toca decidir a mí —me volví hacia Candace que me observó con una ceja alzada y una mirada de advertencia—. Espero que te sientas mejor.

—Adiós, chicos. Gracias por todo Don.

—Gracias a ti, Sam.

En cuanto nos subimos al auto y arranqué, sonreí. Era domingo y tenía pensado hacer varias cosas con ella. No me pasó desapercibida la mirada de ella, así que giré mi cabeza solo una fracción de segundo para interrogarla con una expresión divertida.

—¿Por qué me miras tanto?

—¿Cómo vas con la lectura?

—¿Del libro que me elegiste?

—Sí.

—Ya lo terminé —susurré y miré fijamente la carretera mientras bajaba un poco el volumen de la música.

—¿Y?

—Me parece que sé por qué te gusta. Es oscuro, deprimente y hace que uno pierda la fe en la humanidad. Es como tu vivo reflejo —dije finalmente y Sam rio divertida—, pero... me pareció interesante, mucho, para ser sincero.

—¿Y si hubieras sido tú? ¿venderías tu alma al diablo por conseguir lo que quieres? 

Vale... déjenme explicar primero. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora