Parte XXI: BAJO EL REINO DEL TERROR - CAPÍTULO 184

36 7 0
                                    

CAPÍTULO 184

Sabrina avanzó por la alfombra roja con la cabeza en alto y la mirada clavada en Zoltan. A su derecha iba Liam y a la derecha de Liam iba Pierre. A la izquierda de Sabrina caminaba Augusto y Cormac iba a su lado.

Cormac contó veinte soldados a cada lado, entre las columnas. Conocía cada uno de sus rostros y sabía que una vez, habían sido leales a Pierre. Se preguntó si quedaría algún vestigio de esa fidelidad en sus corazones o habían sido totalmente corrompidos por el miedo a Zoltan.

Augusto tenía problemas para mantener una apariencia de total calma ante todas las ballestas cargadas apuntadas a ellos. Seis dagas y cuarenta flechas. ¿Cómo pensaba Liam que Augusto podría protegerlos de todo eso él solo? Augusto se pasó la mano por su sudorosa frente.

—Tranquilo, puedes hacerlo —le murmuró Cormac al oído, percibiendo su nerviosismo.

Augusto no contestó. Solo respiró hondo y se obligó a permanecer en un estado de alerta con una concentración que jamás había siquiera intentado en sus más peligrosos experimentos alquímicos.

Sabrina destellaba fuego por los ojos y hacía un visible esfuerzo por mantener una postura digna y reverencial ante el maldito asesino usurpador que tenía ante sí.

Pierre paseaba miradas de reproche entre sus hombres, o más bien entre quienes habían sido sus hombres. Algunos apartaron sus miradas, avergonzados. Sabían que habían traicionado a su reino al apoyar a este tirano, pero ¿qué otra opción tenían? Sus vidas dependían de complacer a Zoltan. Malditos cobardes, pensó Pierre, apretando los puños.

El único de la partida que no parecía estar afectado por emoción alguna era Liam, quien exudaba total confianza en un estado de completa relajación, con una semisonrisa pintada en sus labios. Era una fachada extraordinaria, que el político consorte mantenía casi sin esfuerzo. Ni el propio Zoltan había podido lograr tal despreocupación en esta tensa situación.

Phillippe levantó una mano, indicando a los recién llegados que se detuvieran. Los visitantes obedecieron, quedando a unos tres metros de Zoltan en el trono.

—Bienvenida, Sabrina —sonrió falsamente Zoltan—. Nos alegra que hayas regresado sana y salva a Marakar.

Varios insultos inapropiados para los labios de una princesa le vinieron a la cabeza a Sabrina. Por suerte, logró dominar su lengua y respondió de forma civilizada:

—He venido a reclamar mi trono.

—Lo entiendo, la confusión es comprensible —replicó Zoltan, paseando la mirada entre los acompañantes de la princesa.

El regente reconoció al viejo bibliotecario Bernard de Migliana. No le sorprendió su presencia. Stefan les había hablado de su papel como espía de Lug. También reconoció al excapitán Lacroix. La presencia de estos dos traidores era providencial para Zoltan: no le sería difícil fabricar una historia sobre la muerte de Sabrina y ejecutar públicamente a estos dos como los asesinos de la legítima heredera al trono si su plan de desacreditar a Sabrina fallaba o resultaba ser menos conveniente.

Zoltan puso por un momento su atención en los dos jóvenes desconocidos que escoltaban a la princesa. El que iba a su derecha era pelirrojo y sonreía con tranquilidad. El que iba a su izquierda era morocho, sudaba profusamente y tenía la mirada vidriosa, como si estuviera ido. Uno de estos dos tenía que ser Lug, sin embargo, ninguno de los dos se parecía en nada al retrato que Stefan les había mostrado en Sorventus.

—El confundido eres tú —gruñó Sabrina entre dientes—. ¿No reconoces mi derecho al trono?

—¿Por qué no me presentas a tu consorte? —dijo Zoltan, ignorando la pregunta de ella.

—Hazlo —le murmuró Liam a su lado.

Sabrina suspiró, pero accedió a hacerlo. Desviar la atención de todos sobre Augusto era parte del plan.

—Este es Liam MacNeal, mi esposo —entrelazó su brazo derecho Sabrina con el de Liam.

Automáticamente, todas las ballestas reajustaron su dirección, apuntando a Liam, lo cual, extrañamente, pareció complacer al joven pelirrojo.

—¿De Agrimar? —inquirió Zoltan.

—Su origen no tiene importancia —respondió Sabrina con altanería.

—En eso te equivocas —apuntó Zoltan—. En el mejor de los casos, has sido engañada por la casa de Rinaldo, quien ha logrado casarte con uno de sus espías. En el peor, lo has hecho voluntariamente con la intención de traicionar al reino de Marakar, entregándolo a su enemigo más acérrimo. Ese hecho te invalida como heredera del trono de Marakar.

—¿En serio? ¿Esa es tu estrategia para legitimar tu usurpación? —se burló Sabrina—. Eres patético, Zoltan —le gruñó.

—Tu traición no será difícil de probar —le retrucó Zoltan—. Después de todo, tus más fieles amigos son también traidores al reino y sus cabezas tienen precio hace tiempo en Marakar —señaló a Cormac y a Pierre—. Por cierto, ¿dónde está ese maldito cobarde Mordecai?

Liam temió que Sabrina explotara allí mismo y echara todo a perder, pero quien se salió del plan fue Pierre. Liam no había calculado esa posibilidad.

—¡Ya basta de toda esta pantomima! —gritó Pierre, y luego a los soldados: —Bajen sus armas ahora y reconozcan a su reina legítima. Eso es lo único que salvará sus vidas y las de sus familias —los conminó.

Algunos de los soldados parecieron titubear.

—Oh, Lacroix —chasqueó la lengua Zoltan, meneando la cabeza con fingida desazón—. No entiendes nada, ¿no es así?

—Entiendo perfectamente quién es el traidor aquí. Juré defender con mi vida al reino de Marakar y a la casa de Tirso. Sabrina es la legítima reina —se puso firme Pierre.

—Muy bien —aplaudió Zoltan—. Probemos tu lealtad, entonces.

Pierre entrecerró los ojos con desconfianza:

—¿Crees que me intimidan tus amenazas? —porfió valientemente.

—Eso lo veremos —se encogió de hombros Zoltan. Y luego al guardia al que había ordenado esconder la espada: —Tráiganlo.

El guardia asintió y se retiró. Pocos segundos después, un hombre harapiento, emaciado y lleno de heridas viejas y frescas fue arrastrado bruscamente en cadenas hacia el trono. Los soldados que lo llevaban de las axilas lo arrojaron a los pies de Zoltan.

—Padre... —tragó saliva Pierre con el rostro pálido.

Una de las dagas de Zoltan salió de su vaina y flotó hasta el cuello de Antoine Lacroix.

—De rodillas, Lacroix —le espetó Zoltan a Pierre—. Júrame lealtad o tu padre se muere en este instante.

Era una buena jugada. Zoltan había visto la duda en los rostros de sus guardias cuando Pierre había tratado de arengarlos. Debía quebrar al excapitán antes de que lograra convencerlos, debía mostrar su debilidad.

—¡Eres un maldito! —gruñó Pierre, llevando instintivamente su mano a la espada ausente sobre su cadera izquierda.

La falta de armas no frenó a Pierre, quien se lanzó sin pensar hacia Zoltan.

—¡Pierre! ¡No! —gritó Liam, alcanzando a detenerlo de un brazo.

Y luego, se desató el pandemónium.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora