La alumna nueva

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- Ana -

¡Riiing! ¡Riiiiing!

Ese detestable despertador vuelve a hacer de las suyas. Hoy se ha empecinado en sonar con la fiereza de un trueno y estremecerme los tímpanos. Por mucho que presiono la pantalla de mi teléfono para apagarlo, el muy maldito se resiste. No lo culpo, pues obro a ciegas extendiendo mi brazo desde debajo de las sábanas.

¡Riiing! ¡Riiiiing!

—¡Ay! ¡Cállate ya! —me quejo, pero no me queda otra que asomar la cabeza y tantear con los ojos entreabiertos hasta que logro desconectar la alarma—. ¡Por fin!

Aprovecho para ojear la hora. Los números se multiplican, se dividen, se desvanecen, rotan sin control, pero consigo enfocarlos. Las 7:50 am. Aún es temprano, así que me puedo permitir echar otra cabezadita de cinco minutos.

Me estiro plácidamente a lo largo de mi cama y busco el calor de mi osita. Mi brazo se acomoda sobre su suave silueta a la vez que mi mano apretuja una zona abultada. Ilusa de mí, mi compañera es mi almohada. No me acostumbro a pasar las noches sin mi Laurita. Hoy hace una semana que se fue a visitar a sus padres. Son pocos días, pero están siendo una eternidad para mí porque la echo de menos. Por suerte, esta noche regresará y la iré a buscar al aeropuerto.

Yo la habría acompañado en el viaje a pesar de que sus padres aún no me han perdonado que le rompiera el corazón a su hijo Eric. Sin embargo, debía cumplir con mi última semana de contrato en la tienda y acudir a otra entrevista de trabajo en un restaurante para cubrir horas los fines de semana. Sí, el trabajo, me he vuelto muy trabajadora desde que Laurita y yo nos mudamos con mis padres. No tengo quejas, este verano ha sido maravilloso...

¡Riiiiiiiing!

¡No puede ser! Juraría que había apagado ese maldito despertador.

Supongo que es una señal para que no me rinda ante el sueño. Hoy es el primer día de clase del nuevo curso, y es verdad que acudiremos al instituto más tarde y un par de horas para conocer nuestros grupos, horarios, profesores y demás, pero me apetecía dormir la mañana. Mi faceta trabajadora supuso renunciar a ese privilegio de la vida estudiantil y las vacaciones de verano. Adiós a la comodidad.

El uniforme de primero de Bachillerato. ¿Quién hubiera dicho que la conflictiva Ana Álvarez llegaría hasta ese nivel y con una media notable alta? En parte me asusta porque cada año aumenta la exigencia en el estudio, pero me he propuesto superar todos los cursos. No pienso volver a repetir un año. ¡Qué raro!, no recordaba la falda tan corta.

Tras vestirme y asearme, me dirijo a la cocina para preparar mi desayuno. Río tontamente cuando al contemplar la encimera se recrea una de las tantas escenas en las que Laurita y yo jugamos ahí. ¿Qué dirían mis padres si supieran todos los rincones de esta casa en los que nosotras hemos plasmado la huella de nuestro sudor? Bueno, mi padre ya ha hecho alusión a los ruidos nocturnos en varias ocasiones. ¡Qué vergüenza! No me quiero imaginar lo que comentará después del recital de bienvenida de esta noche.

Preparo mi taza de leche con chocolate y unas tostadas.

—Ana, hija, ¿qué haces aquí todavía? —me comenta mi madre, lo cual me toma por sorpresa porque debería estar en el trabajo.

—¿Mamá? —Me volteo y la descubro sirviéndole montañas de bollería a mi padre, que está sentado en la mesa auxiliar con un delantal. Ni me había percatado de la presencia de ambos—. ¿Papá? Más bien, ¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Y esa barbaridad de desayuno? ¿Quieres morir, papá?

—Hija, si no me has matado tú de dos infartos, no moriré por la boca como el pez. —¿Por qué mi padre me recuerda eso? No tiene ni idea de cuánto me pesan los disgustos que le he provocado—. Ya sabes lo que dicen, no dejes para mañana lo que puedes comerte hoy. —Y el muy cerdo engulle un dónut y un croissant a la vez.

La hermana de mi exnovio [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora