𝘁𝗵𝗲 𝗯𝗿𝗶𝗱𝗴𝗲 𝗼𝗳 𝘁𝗲𝗮𝗿𝘀 𝗏𝗂

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Jamás lo había sentido

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Jamás lo había sentido. 

Gran forma de iniciar algo, pero era la realidad. Nada de búsqueda de dramas o suspenso, su realidad era esa. Quizá había estado lo bastante ocupada como para permitirse sentir algo aparte del desagrado hacia las personas. 

Algo como una extraña sucesión de recuerdos y un vacío en su estómago. 

Tampoco se había visto envuelta en alguna situación que le hiciera querer alejarse de su personalidad apegada a las reglas. Pero ese día ocurrió. 

Su abuelo le preguntaba lo mismo cada día. ¿Desde cuándo? ¿Una semana? ¿Un mes? Había dejado de prestar atención al transcurso del tiempo. 

ー¿La has visto hoy? 

Y para su mala suerte, la respuesta siempre era la misma. 

ーNo, no ha vuelto a ir a la escuela. 

Era como una enfermiza rutina; despertar, ponerse su uniforme e ir al comedor a que su abuelo intentara leer las mentiras que él creía que existían. 

Había cumplido su palabra; la había corrido y nunca más se había aparecido ante ella. La tierra se la había tragado, siquiera cruzaba miradas con Nicha Yontararak. Ella le tenía un profundo odio desde lo ocurrido. 

La sombra que la miró entrar desde la ventana, seguía ahí. Su ropa era absurdamente vaga, incluso tenía pantalones rotos. Ya no vivía con ellos, pero se paseaba por la mansión de vez en cuando. Todavía le dejaba cartas, su regalo había sido abierto y colocado en un punto estratégico de su habitación. No se había equivocado esa vez, un enorme oso ahora le hacía compañía. 

Empujada por el sentimiento de culpa, había ido a aquel lugar donde se conocieron durante el primer mes de su pelea; tan solo y mediocre como recordaba, sólo se veía a sí misma esperando a alguien que no volvería. En algún momento sus preocupaciones cambiaron drásticamente, tras mes y medio después de su desaparición, se encontró con su pequeño "hijo" olvidado debajo de la cama. 

Quizá había madurado un poco. Dejó de culpar a su padre de algunas cosas, aún no hablaba con él, pero se permitió abrir una de sus cartas. Sólo una. Aún la invadía el miedo de lo que pudieran contener las demás. 

Sostuvo a su hijo de felpa entre sus manos y eligió al azar una carta del montón que guardaba. 

Era patético, pero había tenido miedo de una postal proveniente del extranjero con la imagen de una botarga de oso sosteniendo un letrero de bienvenida. En ese momento aprendió dos cosas. A veces magníficamos las cosas que en realidad son insignificantes. 

Y la segunda fue la peor. 

Porque cuando miró la postal, se giró con una alegría que nadie le había visto en años sólo para descubrir que no tenía a nadie con quién compartir ese momento. Por soledad quiso ir a buscarla, por vergüenza decidió quedarse y abrazar el peluche que le había regalado. 

𝐭𝐡𝐞 𝐛𝐫𝐢𝐝𝐠𝐞 𝐨𝐟 𝑡𝑒𝑎𝑟𝑠 ; ysh & ssjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora