En el que es el punto sin retorno

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Sam se puso en jarras y asintió con lentitud. Le ardían los ojos como si se hubiese frotado con las manos llenas de chile habanero, pero se obligó a no derramar ni una sola lágrima más. Pudo notar que su tono había sido demasiado desagradable, así que miró al suelo, carraspeó y segundos después volvió a él.

—Te agradezco lo que hiciste; a tu manera lograste ayudarme a nombrar y a encontrar sentimientos que no tenía idea de que existían dentro de mí. Por otro lado, lamento que hayas tenido que quedarte atascado en mi desagradable y aburrida compañía por tantos días. No debió haber sido fácil.

—Sam...

—Estoy cansada —murmuró ella y exhaló con lentitud—. No quiero escuchar nada más —y cerró los ojos para evitar mirarlo y para dejar descansarlos tras sus párpados.

—Sí, sentí que debía hacerlo en un inicio, Sam —siguió él. Ella se volvió para darle la espalda y apoyó las manos sobre los bordes de la mesa, tan fuertemente, que los nudillos se le tornaron blancos.

—No quiero escucharlo... —susurró sin abrir los ojos.

—Me enamoré de ti, Samantha. Solo... solo escúchame por un segundo —dijo y se acercó a ella con paso rápido, la sujetó del brazo derecho sin una pizca de delicadeza y la obligó a volverse para encararlo. Llevó sus manos a sus mejillas y la miró con intensidad, pero ella hizo un ademán negativo y se alejó.

—Ya no puedo, Adam —dijo entre dientes, con una enorme tristeza reflejada en su rostro. Él supo que no debía insistir porque estaba seguro de que ella no le creería. Se pasó las manos por el rostro y asintió, se dio valor para acallar sus sentimientos, se acercó a ella de nuevo y la abrazó. Sam no opuso resistencia esta vez y simplemente permaneció pegada a su cuerpo, con los brazos lánguidos contra sus costados. Adam la apretó contra sí y colocó sus labios en su coronilla. Sabía que estaba cansada, tanto física como mentalmente y no se creyó capaz de exigirle nada más. La abrazó por varios minutos hasta que ella se tranquilizó por completo como si se tratase de un bebé que está a nada de quedarse dormido—. ¿Qué habitación puedo usar? —quiso saber cuando él la alejó solo un poco.

—Sube a la primera puerta a la derecha... es la única habitación que está preparada. Yo... me quedaré en la sala.

Sam asintió, se giró y sin siquiera tomar su mochila, se encaminó hacia la escalera y subió con paso lento y casi lúgubre. Adam la observó con las manos apoyadas en la mesa hasta que su cuerpo desapareció tras la puerta de madera.

Se dijo a sí mismo que había llegado a un punto sin retorno... a la peor parte de la historia, porque estaba seguro de que Sam no iba a creer que sus sentimientos eran genuinos, aunque él estaba completamente seguro de que sí lo eran. Nunca se había sentido así por nadie y no tenía nada que ver con lo que había sucedido hacía años. Pudo darse cuenta de que el sueño lo había abandonado y simplemente se alejó de la mesa, colocó la espalda contra la pared y se deslizó hasta el suelo. Con las rodillas encarando al techo, colocó su cabeza en ellas y permaneció así por minutos interminables. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora