Cuarenta y nueve

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—No habla italiano, papá —dijo Bianca

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—No habla italiano, papá —dijo Bianca. Había acertado, sí era su padre.

El señor del bigote asintió, y me miró de nuevo.

—¿Y tú quién eres? —preguntó con el mismo tono. Le dedique una sonrisa amable.

—Buenas tardes, señor. Mi nombre es Nicholas Bucket, me llaman Nick. Es un gusto conocerlo.

—Aún no puedo decir lo mismo de ti, pero bienvenido. Yo soy Vincenzo Rizzo, puedes llamarme señor, o simplemente no llamarme —mencionó con el característico acento italiano que su hija también tenía, lo que dijo me dio risa, pero no lo exterioricé. No estaba seguro si debía hacerlo.

—Deja de molestarlo, papá —dijo Bianca, palmeó su brazo de forma sonora y luego se acercó para darle un beso en la mejilla. —Pasa, Nick.

Hizo una seña con su cabeza para que la siguiera, su padre se apartó para dejarme entrar; pero no lo suficiente para que sea más cómodo pasar, el señor era bastante alto y grande, así que me encogí un poco para seguir a Bianca.

Era totalmente barroco.

—¡Ay! ¡Mi Bibi! —chilló emocionada una mujer, en ella pude ver los mismos ojos de Bianca. Se abrazaron con cariño y le empezó a llenar de besos toda la cara.

—Mamá. ¡Mamá, por favor! —decía entre risas, mientras su madre la atacaba con puro amor. Cuando terminó, la mayor de las dos me miró con una sonrisa.

—Tú debes ser el famoso Julien Garnier, qué ganas tenía de conocerte. ¡Qué bonito cantas, eh! —Se acercó a mí y tomó mis brazos—. Felicidades, tienes mucho talento.

—Mucho gusto, señora. Gracias, y gracias también por acogerme hoy en su casa. A mí y a Kevin.

—Nada de señora, me llamo Jay —comentó negando con la cabeza. Ella no sonaba como italiana, incluso podía pensar que venía de algún país de América—. Bienvenido a casa, Nick. Nos encanta recibir a nuestros invitados, puedes venir cuando quieras.

—Bueno, ¿hasta cuándo se quedaría el pavo real en casa? —pregunto el señor Vincenzo acercándose a nosotros.

—¡¡Papá!! —Se quejó Bianca.

Y ahí sí que no pude más. Otros me habían llamado pastel de arándanos, pitufo, pero, ¿pavo real? Me había tomado desprevenido, ni siquiera pude mantenerme firme.

Me eché a reír a carcajadas.

—Es el mejor apodo que me han dicho, perdón —comenté quitando un par de lágrimas de mi vista, Jay y Bianca tampoco pudieron contenerse, al parecer mi risa era contagiosa.

Y al final, el padre de Bianca también se unió, y los cuatro terminamos riéndonos.

—Yo no me rio con los chicos —dijo Don Vincenzo, recomponiéndose de la carcajada que había soltado segundos antes. —No se supone que yo haga eso. Voy por Valentina —dijo serio y se dio la vuelta, Bianca rodó los ojos y lo siguió.

Luces, música y acciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora