Capítulo 31 - El amor vence batallas

1.4K 146 435
                                    

No me lo puedo creer

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No me lo puedo creer. No me puedo creer que hace un momento me estuviera confesando sus sentimientos, pero a continuación, se vaya así, sin más. Acostumbrada a esa seguridad que demuestra siempre, a ese aplomo, y al valor del que constantemente hace gala, verlo huir de esta manera me desconcierta.

Y aunque entiendo que ni el momento ni el lugar en el que nos encontramos son los más idóneos para mantener una relación, no creo que la solución pase por huir de esta manera. Así que, haciendo acopio de valor, respondo con toda la rabia que siento dentro ante su cobardía.

—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿"Me gustas, pero me voy"?— Le espeto furiosa resistiéndome a creer que se vaya a largar así. Por un momento pienso que no me va a escuchar, que va a seguir andando hasta alcanzar la puerta, ignorando mis palabras para desaparecer, dándose por vencido, lo cual es muy patético de su parte. Pero una vez más, me equivoco al presuponer cuál va a ser su siguiente acción, ya que, no solo se detiene, sino que se gira hacia mí para devolverme una mirada en la que puedo leer temor y duda, algo que me sorprende viniendo de él, siempre decidido, siempre valiente, siempre resuelto. En cambio ahora no parece tenerlo todo tan claro. Envalentonada, o bien por esa duda en él, o porque el alcohol tiene un efecto liberador en mí, me atrevo a seguir adelante con mi oratoria, totalmente convencida de lo que digo —¿Qué fue de lo de ser valiente, lo de ser león o ser gacela? ¿Solo yo tengo que ser valiente?— Con una mueca de desagrado ante mi reproche, baja la vista al suelo suspirando, para responder con los pocos recursos que le quedan.

—Bueno, yo también he sido valiente ¿No? Te he dicho lo que siento— Pero aunque reconoce sus sentimientos, no los niega, todo esto me lo dice evitando hacer contacto visual conmigo, lo cual me resulta contradictorio, porque para estar hablando de valor, lo hace sin atreverse a mirarme a los ojos. ¿Pero qué le pasa? ¿Dónde está el león que yo conozco? ¿Por qué se comporta así cuando el asunto somos nosotros? ¿Tanto miedo tiene de mostrarme sus sentimientos, de dar el paso que hace falta para estar juntos, para darnos esa oportunidad que tanto nos merecemos los dos? No lo entiendo. Molesta por esa actitud esquiva, intento replicar.

—Si, pe— Pero inmediatamente me interrumpe para no dejarme terminar.

—Además, esto no es una cuestión de valor— Por un breve instante, se atreve a levantar la cabeza para aleccionarme, sonando severo y tajante, lanzándome una mirada por encima del hombro, típica de aquel que se cree que sabe más que el otro— Ya deberías saber que en esta vida los deseos no siempre se cumplen— Y de nuevo vuelve a desviar la mirada hacia otro lado, en lo que ya empiezo a entender, es su particular mecanismo de defensa y que ya comienzo a comprender como funciona, lo que significa ese lenguaje no verbal, como que siempre que no está seguro de algo aparte la vista al contestar, ya sea para no mentirme mirándome a los ojos, o para no dejarme ver qué es lo que se esconde tras esas respuestas esquivas. La cuestión es que su boca dice una cosa, pero su actitud y su mirada parece decir todo lo contrario. Y me da tanta rabia que no me puedo callar.

RWANDA®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora