24. A quattr'occhi (A cuatro ojos)

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Dejé pasar unos días. No quería precipitarme porque sabía que para cumplir mi objetivo debía ser paciente y encontrar el momento oportuno. Tendría que ser enormemente cuidadoso y controlar cada detalle porque, de lo contrario, ella podría recular y huir para refugiarse en los brazos de Vincenzo. Ahora mismo Ingrid era como un pajarillo que acababa de caer del nido: vulnerable, indefenso, desorientado y con un sinfín de estímulos a su alrededor que podrían llegar a abrumarla. Dependía de mí prestar atención a los detalles y controlar al máximo las variables para que nuestros encuentros parecieran lo más casual e inocente que fuera posible. No tuve que tomarme tantas molestias la primera vez, pero ahora la situación había cambiado y debía actuar en consecuencia.

El apartamento de Vincenzo estaba las veinticuatro horas del día vigilado. Mis hombres me informaban de las salidas y las entradas, pero tenían orden de no emprender ninguna acción. Simplemente le dejé hacer, vi cómo se reunía con antiguos clanes con los que su padre había cerrado tratos tiempo atrás, cómo removía papeles y buscaba vías legales para recuperar su patrimonio. En lugar de concentrarse en ser feliz con lo que había conseguido, vivía obsesionado por hacerse un hueco en una sociedad elitista, que no aceptaba a nuevos miembros y vivía anclada en una "ley" estipulada mucho antes de que naciéramos.

Mi padre se reunió varias veces con él, tenía que mantenerlo ocupado y así lo hicieron los demás también. Mi apellido era demasiado poderoso como para que alguien se atreviera a desafiarnos cediendo a las propuestas de Vincenzo, así que una vez descubrimos sus intenciones, sabíamos los movimientos que realizaría y Nápoles colaboraba a mi favor. Manteníamos su ilusión encendida haciéndole creer que podría negociar y tramitar acuerdos ventajosos, pero la realidad era bien distinta. Si algo me enseñaron mis mayores y pude ver trabajando al lado de mi padre, es que los clanes están cerrados; pueden desaparecer, pero no crearse nuevos. Así mismo, cuando uno de ellos se disuelve, como en el caso de los Romano, es imposible que vuelva a levantarse. Ganarse la lealtad y la confianza de los clanes es difícil, pues han tardado años en establecer vínculos y respetar, mediante códigos, los intereses de cada uno. Convivir entre nosotros no siempre es fácil, se necesita mano izquierda para saber capear las disputas que a veces surgen sin que la sangre llegue al río, ya que la vida nos ha enseñado que si nos respetamos, somos más fuertes. Aunque, como no todo el mundo piensa igual,  el fino hilo que nos une puede llegar a romperse en cualquier momento.

Así era mi mundo; fuerte y poderoso, pero al mismo tiempo quebradizo, pues como en un mar de tiburones, todos aprovechaban la oportunidad de atacar al más débil, desmantelar su fortaleza y repartirse su fortuna.

Patrizio solía decir que hacían falta grandes dosis de psicología para perseguir tus intereses sin interponerte en los del prójimo.

Conocía a la perfección cómo funcionaba mi mundo y fui moviendo los hilos que estaban a mi alcance para salirme con la mía. Vincenzo debía permanecer el máximo tiempo posible en Nápoles; mientras estuviera aquí, lo tendría controlado. Nápoles era mi territorio; no había ningún lugar en el que pudiera esconderse de mí. Al mismo tiempo, tendría a Ingrid cerca y haría todo lo que estuviera en mi mano para evitar su regreso a Sicilia.

Esa mañana de sábado, Vincenzo se había levantado temprano porque tenía una importante reunión con sus abogados en la otra punta de la ciudad.

Esperé a que Ingrid entrara en la habitación con vistas a la calle y cuando intuí su perfil a través de la ventana, solté el globo azul de helio que llevaba.

El globo llamó su atención y enseguida abrió la ventana. Antes de perderlo de vista sujetó la cuerda y miró en todas direcciones; pero en la calle no había nadie más. Me escondí bajo los soportales para que no me viera y permanecí a la espera.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora