17

290 26 6
                                    

El primer objetivo de la empresa Cambios Gilabert es Gérard.
Razones:
-Siempre ha estado predispuesto a curarse, desde que entró.
-Acepta órdenes sin rechistar.
-Ya es hora de que podamos mantener una conversación normal sin que tenga que limpiarse las manos con su gel desinfectante. La habitación huele a alcohol después y no es agradable.

Le conté a Noemí nuestro interés por cambiar, y se mostró entusiasmada. Me explicó que era mucho más fácil ayudarnos si nos sentíamos arropados por nuestros amigos, así que ha accedido a compartir ciertas informaciones sobre las técnicas que usa en terapia para que podamos ponerlas en práctica incluso cuando ella no esté.
Mola, ¿eh? Voy a hacer cosas de adultos y voy a ser útil. La expectación me devora las entrañas y hace que me tiemblen las piernas.
Así que, cuando Gérard entra en nuestra habitación después de su terapia, nos lanzamos sobre él como polillas atraídas por un foco luminoso.
—¿Qué te ha dicho? ¿Qué te ha dicho?—exclamo, echándome sobre su espalda. Gérard me aparta, azorado y divertido.
—Lo de siempre. Pero nunca consigo hacerlo.
—¿Qué es lo de siempre? —pregunta Flavio, poniéndose detrás de mí y colocando sus manos alrededor de mi cintura. Reprimo un escalofrío y trato de controlar el ritmo de mi corazón. Flavio y yo no somos novios ni nada por el estilo (ojalá), pero intentamos estar juntos todo el tiempo posible. Nos damos la mano debajo de la mesa del comedor, me siento sobre él en los bancos del jardín, nos lanzamos indirectas a cada rato… Nia ha amenazado con buscarse otra compañera de habitación si, palabras textuales: «No dejas a un lado esa puta cabeza llena de pájaros y vuelves a poner los pies en la tierra».
—Desde hace unos años, el miedo a estar contaminado y morir ha controlado mi vida. La terapia con Noemí siempre ha estado enfocada a tratar de hacerme ver que no va a pasar nada malo aunque no deje mis zapatillas perfectamente ordenadas, no me voy a contagiar de ninguna enfermedad por tocar el vaso de otra persona. Tengo que interrumpir los pensamientos obsesivos para evitar que me generen ansiedad y no perder el control —relata Gérard, recolocándose las gafas. Se le nota nervioso, inquieto— Se supone que cada vez que tenga una de esas obsesiones, tengo que distraerme.
—¿Cómo lo vas a hacer? —pregunto, curiosa.
—Noemí me ha dicho que cuando piense en gérmenes atacando mi sistema inmune o cuando crea que la habitación no está suficientemente ordenada, diga en voz alta la orden «¡para!». Y que me concentre en respirar y piense en algo más relajante, como un bufet de comida japonesa o las cristalinas aguas de las Maldivas.
—¿A quién le relaja pensar en una montaña de sushi?
—A mí. Así que cierra la boca, Flavio.
—Déjale en paz, cada uno se relaja como puede —digo, recibiendo un cariñoso cabezazo por parte de Flavio en respuesta. Yo sonrío y vuelvo a centrar toda mi atención en Gérard, que es incapaz de estarse quieto. Imagino que tiene que estar haciendo un auténtico esfuerzo para no sucumbir a sus obsesiones—. Ven, Gérard, vamos a sentarnos en el suelo y a jugar a las cartas. Tenemos una hora libre hasta la cena. ¿Os parece?Todos asentimos y nos sentamos en círculo, mientras Maialen se encarga de barajar. Solo llevamos unos días con una mentalidad más abierta, pero ya ha empezado a notarse. Maialen no se levanta del comedor hasta que consigue comérselo todo y, aunque todavía evita mirarse en los espejos y vestir algo más entallado que sus habituales sudaderas, la comida empieza a dejar de ser su enemigo.
—Gérard, ¿qué te parece si intentas no lavarte las manos en toda la hora? —propongo, con actitud desenfadada, intentando no darle mucha importancia. Noemí me ha explicado que las cosas se abordan mejor dando un rodeo. A veces, el camino más sencillo no es la línea recta, sino el que más kilómetros tiene. Lo único que importa es llegar al final.
—Me encantaría, pero no sé si voy a poder. —La actitud derrotista de Gérard me pone un poco triste. Abro la boca dispuesta a animarle, pero Flavio se adelanta:
—Cuando tengas un pensamiento obsesivo, haz lo que te ha dicho Noemí. Nosotros también lo haremos, cinco voces hacen más ruido que una. Después, pararemos el juego hasta que te relajes lo suficiente y podamos continuar. Lo importante es que no sucumbas a la obsesión, así que siéntete libre de hacerlo todas las veces que lo necesites, ¿de acuerdo?
Gérard traga saliva y asiente. Maialen termina de repartir las cartas y observa su mano, haciendo un mohín.
—No me gusta jugar al mentiroso. Siempre me pilláis.
—Eso es porque no tienes maldad, pequeña. Demasiada inocencia y pocas agallas — apunta Nia, con malicia—. Yo salgo.
—¡No es justo! Siempre empiezas tú y ganas la mayoría de las veces, seguro que haces trampas. Déjame…
—¡Para! —grita Gérard, llevándose las manos a la cabeza mientras sus cartas salen volando. Doy un respingo, asustada, pero recupero la compostura y doy un golpe sobre el suelo, haciendo más ruido.
—¡Para! —gritamos todos a la vez, dando aún más golpes para generar un gran estruendo.
Dejamos de gritar cuando Gérard cierra los ojos con fuerza y comienza a respirar más despacio, hasta que su pecho sube y baja con normalidad.
Conozco bien los efectos que tiene la relajación, yo también llevo un tiempo haciendo ejercicios de respiración para aliviar la tensión que sacude mi cuerpo producto de las amenazas que mi mente se empeña en inventar. Después de unos minutos de tensión, Gérard abre los ojos y nos mira, incrédulo. La tensión ha desaparecido de su rostro y se ha visto sustituida por una expresión maravillada, la misma que un niño pequeño pondría si viera un truco de magia.
—Yo… se ha ido. El pensamiento se ha ido —exclama fascinado. Observa sus despellejadas manos como si se hubieran librado de todos los callos y rugosidades provocadas por los constantes rituales de limpieza a las que las somete, y se echa reír. Gérard se ríe con una frescura envidiable, contagiosa, y todos le imitamos.
—¡El sushi salva vidas! ¡Aleluya! —aúlla Nia, provocando más risas.
—La verdad es que me ha entrado hambre. —Gérard se toca el estómago para enfatizar sus palabras y yo me río tanto que termino espatarrada en el suelo, luchando contra los ojos pizpiretas de Flavio para que no vea mis cartas. El juego continúa inmerso en un ambiente mucho más relajado. Durante toda la hora Gérard sufre varios de esos ataques, en los que tenemos que detenernos y gritar junto a él hasta que la obsesión se reduce lo suficiente como para que la ansiedad desaparezca. La última vez, a Gérard ni siquiera le hace falta gritar. Basta con dar un golpe en el suelo y concentrarse en el paradisiaco paisaje por el que le transporta su memoria para resistir
el impulso de salir corriendo hacia el cuarto de baño.
—Estoy orgullosa de ti —le digo cuando terminamos la partida y recogemos, preparados para ir a cenar.
Gérard enrojece. ¡Es tan mono! Maialen y yo nos miramos durante unos segundos, no necesitamos palabras para entendernos. Riéndonos como dos colegialas, nos acercamos a nuestro amigo y le damos un beso, cada una en una mejilla. Gérard se revuelve y nos aparta de un manotazo, tan rojo que parece que va a explotar.
—¡Estaos quietas! —Su voz es chillona, como si hubiera pisado a un ratón.
—Desagradecido… ¿cómo te atreves a rechazar nuestros besos? —pregunto, fingiendo indignación. Le limpio con la manga de mi camisa la mancha de carmín que he dejado sobre su moflete, no sea que la obsesión de Gérard crezca por culpa de algo tan inocente. Él, en respuesta, enrojece más.
—No seáis malas. —Flavio me tira del pelo y yo protesto, sonriente—. Dejad al rey del sushi tranquilo, no vaya a ser que le dé un infarto.
—Flavio tiene razón. Bastante tiene ya el pobre con haber perdido todas las partidas — dice Nia, la ganadora indiscutible de la tarde.
Ante la sorprendente mirada de todos, con actitud maliciosa, coge a Gérard por las orejas y le da un intenso beso en la boca, demasiado largo para no resultar incómodo. Después, con descaro, se contonea y sale corriendo del cuarto, riéndose como loca.

✨Un acorde menor✨ ~Flamantha~Where stories live. Discover now