XXVI

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Me perdí y me encontré.

Les prometo que la siguiente semana les traigo un capítulo y así cada semana como mínimo.

Feliz Lectura...

—Natasha—me detengo a la mitad del pasillo para darme la vuelta y verlo—. Espérame en el cuarto de juegos, de rodillas con nada en la piel.

Asiento antes de girarme de nuevo, mierda.

—Sí, señor.

—Sólo hazlo.

Se da la vuelta para bajar de nuevo, trago grueso antes de tomar el camino que me lleva al cuarto de juegos.

Bastián dejo de insistir sobre tener una sesión privada entre los tres y le agradezco mucho que lo haya dejado en paz, porque conozco a Samuel y si le seguía diciendo de verdad que tendría a los dos hermanos dándome placer.

Eso no sería bueno.

No al menos para mí, porque tengo el pudor de estar casada y respetar a mi esposo, además de que nunca he experimentado un trío y pienso que no… que no me va a agradar, no dudo en lo que mi esposo me da, ni tampoco en lo que Bastián es capaz cuando quiere.

No me imagino un trío con nadie y no lo quiero.

Me pongo en medio de la habitación y hago lo que me pidieron hacer, quedo desnuda y me pongo de rodillas como me pidió mi amo que estuviera. Escucho una serie de pasos y es justo cuando la puerta se abre, Samuel entra con una sonrisa en los labios.

—Hace mucho que no tenía una puta tan complaciente—me sorprende su forma de llamarme.

No es que no me lo hayan dicho cómo ofensa antes, pero que venga de sus labios… me hace sentir algo incómoda, pero mi mente grita que es parte del juego no porque de verdad crea que soy una.

Espero.

Samuel no lleva nada más allá de un pantalón de vestir en color vino y de sus zapatos, nada más.

—De pie.

Con cuidado me pongo de pie, no está frente a mí, más bien está a mi espalda buscando algo entre los cajones que tiene la cómoda.

No lo veo pero escucho que mueve cajas y sigue buscando. Suelta una risa suave antes de regresar a dónde estoy, me pega despacio con algo. Deja que me acostumbré al grosor de lo que trae con los constantes golpecitos en mi nalga.

Sin que lo espere toma velocidad para darme recio con la fusta. Me muerdo el labio para aguantar el grito que pudo salir de mi boca.

—Quieta.

—Me duele, señor.

—No lo dudo.

Vuelve a darme con la fusta y está vez más recio. Vuelvo a quejarme antes de que la fusta vuelva a caer en mis nalgas sin que tenga cuidado.

—Amo.

—Me debes varios castigos, Preciosa—el apodo de… hijo de puta—. Y por lo tanto serán cobrados.

—No era mi intención, Amo.

Me da con la fusta en la cintura y juro que hasta mis dedos sienten el ardor que me dejó el material de cuero en mi cuerpo.

Samuel se para frente a mí para después darme un golpe de la fusta en el vientre.

—Te ganaste unos cuantos azotes—dice burlón—. Pero antes voy a darte un poco de placer.

Trago antes de que su mano me lleve a una cadena que cuelga del techo, con cuidado junta mis manos para atarlas con unas esposas que están al final.

La Corona Del Príncipe (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora