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El futón de Yuji era suave y notablemente costosa, pero bien podría estar hecha de rústicas planchas de madera. Rodó, se dio la vuelta, se estiró, pero no podía encontrar una posición cómoda para su cuerpo dolorido y tampoco algo de paz para su torturado cerebro.

La habitación estaba silenciosa y cargada, el aire se volvía más espeso a cada minuto que pasaba. Anhelando respirar aire limpio y frío, se deslizó fuera del futón, fue hasta la ventana y la abrió. Se le escapó un jadeo de alivio cuando una ligera brisa se derramó sobre él. Cerró sus tristes ojos y usó los nudillos para frotarse las pestañas húmedas.

Era extraño, pero con todos los problemas a los que se enfrentaba, lo que realmente lo mantenía despierto era la pregunta de que si amar a alguien sin importar el género era lo correcto.

Se había dicho a sí mismo que el amor era un lujo para la mayoría de las personas. Ser deseado por encima de todo, ser querido, necesitado, codiciado... eso nunca le ocurriría a él.

Una de las puertas de shoji se deslizó con precisión. Percibió el cambio en las sombras, sintió una presencia en la habitación. Girándose con un sobresalto, vio a Gojo Satoru de pie junto a la puerta. Su corazón comenzó a retumbar con una fuerza feroz. Parecía un sueño, un oscuro y enigmático fantasma.

Él se le acercó despacio. Cuanto más se acercaba, más parecía que todo a su alrededor se desentrañara, cayendo, dejándolo expuesto y vulnerable.

La respiración de Satoru no era firme. Tampoco la de Yuji. Después de una pausa larga, finalmente, Satoru le dijo:

     —Los chamanes creen que debes tomar el camino que te llama, y nunca dar marcha atrás. Porque nunca sabes que aventuras te esperan. —Se acercó despacio, dándole oportunidad de objetar. A través del algodón suave de su yukata, le tocó con firmeza los brazos. Luego lo aferró contra su duro cuerpo—. Así que tomaremos este camino —murmuró —, y veremos hasta donde nos lleva.

Esperó alguna señal, alguna sílaba de objeción o ánimo, pero Yuji sólo podía mirarlo fijamente e inmóvil.

Le acarició el cabello, mientras le susurraba que no le tuviera miedo, que cuidaría de él, que lo complacería. Sus dedos encontraron la curva sensible del cuero cabelludo, le acunó la cabeza y lo besó. Arrastró su boca sobre la de él, una y otra vez, y cuando sus labios estuvieron abiertos y humedecidos, los selló con los suyos.

La excitación inundó a Yuji, y cedió ante este placer oscuro, se abrió ante las penetrantes estocadas de su lengua, esforzándose por capturar su sedosidad. Sus manos lo empujaron suavemente hacia atrás, hasta que su equilibrio cedió. Lo hizo yacer sobre el futón como si esta fuera un altar pagano. Inclinándose sobre Yuji, Satoru le besó la garganta. Luego llevó a cabo una serie de tirones rápidos sobre su yukata hasta que este se abrió.

Yuji sentía su urgencia, el calor que irradiaba su cuerpo, pero cada movimiento era cuidadoso y pausado, mientras metía las manos debajo del frágil algodón para acariciarle pecho.

Él levantó las rodillas, su cuerpo entero se arqueó para contener el placer de sentir sus caricias. Con un sonido Satoru lo instó a relajarse, mientras le deslizaba la mano desde el pecho hasta las rodillas. Con los labios abiertos le rozó la punta desnuda de un lado de su pecho y jugó con el brote endurecido con la humedad de su lengua. Yuji extendió las manos hacia su cabello, y enredó los dedos entre los mechones de nieve, intentando retenerlo cerca de sí. Su boca se cerró sobre el pezón, succionándolo ligeramente hasta que lo hizo temblar, eso lo instó a apartarse de Satoru, intranquilo por el presentimiento de que estaba conduciéndolo hasta el borde de alguna nueva sensación.

Satoru lo puso de espaldas y se inclinó sobre él una vez más. Le cubrió con la boca la suya, mientras sus dedos tiraban más arriba el yukata y encontraban la tierna carne de sus muslos.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora