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Cuando Satoru y Fushiguro estuvieron fuera de su vista, Nanami le dijo a Yaga:

     —Quizá deberíamos vigilarlos para impedir que se maten.

Yaga negó con la cabeza, mientras se relajaba en la silla.

     —Créeme, Satoru tiene la situación controlada.

Yuji no sentía miedo por Satoru. La lucha entre los dos podría compararse a empuñar un bokken de madera contra una katana de acero... la katana, con su elegancia y destreza superior, ganaría. Pero semejante resultado entrañaría otros peligros. Con la posible excepción de Ryōmen, los Itadori estaban intensamente apegados a Fushiguro. Sus primas no perdonarían fácilmente a alguien que le hiciera daño. Sobre todo Tsumiki.

Mirando fijamente a su prima, Yuji empezó a decirle algo consolador, pero comprendió por la expresión de Tsumiki, que esta no tenía miedo ni sentía impotencia.

Tsumiki estaba furiosa.

     —Fushiguro está herido —dijo Tsumiki—. Debería estar descansando, no corriendo detrás de Gojo-san.

     —¡No es culpa mía que se haya levantado de su lecho de enfermo! —protestó Yuji con un susurro de indignación.

Los ojos castaños de Tsumiki se entrecerraron.

      —Has hecho algo para calentar los ánimos de todos. Y es bastante obvio que sea lo que sea lo que hayas hecho, Gojo-san estuvo involucrado en ello.

Nobara, que estaba escuchando ansiosamente, no pudo evitar inmiscuirse: —Íntimamente involucrado.

Tanto Yuji como Tsumiki la miraron fijamente y dijeron al unísono: —Cállate, Nobara.

Nobara frunció el ceño.

     —He estado esperando toda mi vida a que Yuji ya se desvíe del camino recto y estrecho. Ahora que ha pasado voy a disfrutarlo.

     —Yo también lo disfrutaría —dijo Kasumi melancólicamente—, si tan solo supiera de qué estamos hablando.



Satoru lideró el camino a lo largo del seto, dirigiéndose hacia el exterior del palacio hasta que alcanzaron una senda que conducía hacia el bosque. Engañosamente relajado, Satoru cruzó los brazos despreocupadamente sobre el pecho. Estaba perplejo por la actitud del grácil y colérico chal: un chamán con aires de solitario. El misterioso Fushiguro no tenía afiliación con ningún clan chamán, en su lugar, había escogido convertirse en el perro guardián de una familia de la corte. ¿Por qué? ¿Qué les debía?

Quizás Fushiguro era un Huáiyí: término usado por los chamanes para designar a una persona indigna de confianza. En ese caso, Satoru se preguntó lo que Fushiguro había hecho para merecer tal estatus.

     —Te has aprovechado de Yuji —dijo Fushiguro.

     —Eso no te incumbe —dijo Satoru en el idioma ainu—, pero ¿cómo lo has averiguado?

Las gráciles manos de Fushiguro se curvaron como si deseara hacerlo pedazos. El mismo demonio no podría tener los ojos más negros ni más ardientes.

     —Habla en japonés —dijo severamente—. No me gusta el antiguo idioma.

Frunciendo el ceño con curiosidad, Satoru le obedeció rápidamente.

     —Los de la servidumbre hablan de ello —le contestó Fushiguro—. Los oí cuando estaban detrás de mi puerta. Has deshonrado a un miembro de mi familia.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora