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Yuji no entendía como había podido dormir hasta después del almuerzo. Solo podía atribuirlo a Satoru, cuya mera presencia en la casa lo relajaba. Era como si su mente automáticamente le cediera sus obligaciones y preocupaciones, permitiéndolo dormir como un niño.

No le gustaba eso.

No quería depender de él, pero tampoco podía evitar lo que estaba sucediendo. Vistiéndose apropiadamente con el hakama, fue a visitar a Fushiguro, cuya apatía no aguó la alegría ante su recuperación.

Al dirigirse hacia abajo, uno de los vasallos le informó de que un par de hombres habían llegado de Edo, y Gojo-san estaba hablando con ellos en la biblioteca. Yuji supuso que uno de ellos sería el constructor al que Satoru había mandado buscar. Curioso por conocer a los visitantes, fue hasta la biblioteca y se detuvo en la puerta.

Las voces se detuvieron. Los hombres estaban agrupados alrededor de la mesa de la biblioteca, uno se apoyaba casualmente contra la mesa, y el otro... Ryōmen... acechaba en un rincón.

     —Itadori-kun —El tono de Satoru fue cortés, mientras un brillo seductor bailaba en sus ojos—. Tu sincronización es perfecta. Estos hombres han llegado para discutir la restauración del Castillo Sukuna. Permíteme presentártelos.

Yuji intercambió inclinaciones de cabeza con los hombres: un maestro de obras con su ayudante.

     —Un gusto, Joven Itadori. Lamento mucho que el Castillo Sukuna se haya incendiado, pero me alegro de que todo el mundo haya sobrevivido. Muchas familias no son tan afortunadas.

Yuji asintió.

     —Gracias, señor. Agradecemos que nos brinde la mejor forma de reconstruir devuelta el castillo.

     —Haré mi mejor esfuerzo —prometió él.

     —¿Tiene empleado a algún arquitecto?

     —Si se diera la necesidad, mi hermano es bastante hábil para el diseño arquitectónico. Pero ahora está muy ocupado con el trabajo en Edo. Estamos buscando a un segundo arquitecto para que se ocupe de los excedentes. —Lanzó una rápida mirada a Ryōmen y se volvió nuevamente hacia Yuji—. Espero persuadir a Sukuna-sama para que nos acompañe a la propiedad. Sus opiniones serían bienvenidas.

     —He dejado de tener opiniones —dijo Ryōmen—. Difícilmente alguien vaya a estar de acuerdo con ellas, y si alguien lo hiciera, eso sería prueba suficiente de que no tiene ningún juicio en absoluto.

Pero de algún modo, con una maniobra verbal equivalente a sacarse un truco de la manga, Satoru logró que Ryōmen los acompañara al Castillo Sukuna. Por la tarde ese mismo día, Satoru describió a Yuji en privado como Ryōmen había mascullado y se había enfurruñado durante la mayor parte de la visita, pero en algunos momentos había sido incapaz de resistirse a hacer un comentario sobre lo mucho que detestaba los trazos los adornos, y como la casa debía diseñarse con simetría y proporción.

     —¿Mencionaste al constructor que Mahito está actualmente en Kyōto? —le preguntó Yuji.

Caminaban despacio por una senda que conducía hacia el bosque, el cielo estaba encendido con el advenimiento de la noche. Una ráfaga de viento hizo saltar las hojas y susurró sobre la tierra. Satoru ajustó sus largos pasos para igualar los de Yuji. Se descruzó los brazos de las mangas y le retuvo la mano entre las suyas.

     —No —le contestó—, no se lo mencioné. ¿Por qué habría de hacerlo?

     —Bueno, Mahito es un arquitecto muy competente y como amigo de la familia nos ha ofrecido el beneficio de su destreza...

Mío al AnochecerOnde histórias criam vida. Descubra agora