Soberbia

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El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios: no hay Dios en todos sus pensamientos.

Salmo 10:4

La historia cuenta que Dios tuvo la necesidad de otorgarles a los ángeles un ser que fuese su guía y llevara a cabo las tareas celestiales más importantes del reino, por lo que juntó las cualidades más gloriosas y beneméritas que alguien pudiese portar, y tras días de poner todo su esfuerzo y dedicación en la formación de este, nació un ángel excepcional.

Él no se asemejaba a nada antes visto. Portaba la sabiduría de un dios, la apariencia más humana dentro del palacio y su espíritu era tan poderoso como celestial. Era la mayor creación de Dios, después del ser humano. Su comportamiento y aura podría hacerlo caminar sobre la tierra de los vivos y simplemente dejaría maravillado a quien se atreviese a mirarlo, ya que el conjunto de todo su ser creaba una magnética atracción.

Se dice que sus cabellos eran oscuros como las profundidades inexploradas del océano y que sus ojos combinaban, ya que todo en él parecía conformar una armonía desconocida. Su figura era fuerte para poder realizar tareas físicas y su altura prominente para mostrarse demandante ante sus seguidores. Dios estaba fascinado.

Sus obligaciones fueron siendo completadas a la perfección y en tiempo sorprendente, al igual que parecía tener un don nato para comandar y dirigir. Cuando su mandato comenzó todo comenzó a fluir extraordinariamente. Cualquier ángel que lo observara trabajar quedaría fascinado.

Pero no puedo decirles que la historia termina allí.

Este ángel no era iluso y tenía totalmente conocimiento de cuan valioso podía llegar a ser, y conocía a la perfección el hecho de que no tenía igual. Poco a poco fue adquiriendo actitudes de libre albedrío y desarrolló un pensamiento propio, dándose cuenta que sus habilidades podían posicionarlo un poco más allá; Podía ser un dios.

El Señor se percató del repentino cambio de actitud del insigne ángel por lo que acudió a él, y con un pesar terminó dándole dos opciones. O podría aceptar que Dios hay no solo y es su creador, o podría ser su propio dios, pero siempre y cuando fuese fuera de los parámetros del celestial paraíso.

Dios confió en que el ángel tomaría la segunda opción ya que, dentro de la infinitud de cualidades que le había otorgado, existía la humildad y modestia; Pero nuevamente se vio desafiado por este.

El ángel no tenía en sus planes ceder, porque estaba seguro de que dar el brazo a torcer sería mostrarse débil ante sus creencias. Había sido consumido por el placentero gusto de ser venerado por la legión de ángeles que acataban sus órdenes y no cuestionaban su parecer, pero su ambición le exigía más; Debía obtener el poder completo del Reino de los Cielos.

Su alma había sido oscurecida y enaltecida ante su propia hermosura y su sabiduría fue usada para el mal. Dentro de él se halló la maldad y pecó, por lo que Dios se vio obligado a condenarlo de por vida.

Su creador pensó y pensó, pero no ideó condena suficiente ante tanta rebeldía. No podía permitirse tener vagando en su reino a quien había decidido utilizar toda su belleza, sabiduría y poder en su contra, por lo que decidió cumplir su anhelada petición. El ángel sería el rey, aunque no de ese reino.

El orgullo latente en él tomó gustoso el trato que Dios le había ofrecido, al contrario de lo que se lee en los antiguos registros. El ángel no fue desterrado ni expulsado, simplemente llevó su ambición y glorificación por sí mismo a un lugar repleto de almas dispuestas a venerarlo. No, no hablo del inframundo, hablo de la tierra de los vivos.

Dios creía todo solucionado, pensando que retener el insaciable poder del ángel en el ardiente infierno sería la llegada de una nueva ola de paz y armonía en las alturas, pero el ángel volvió a salirse con la suya. Su apariencia humana le otorgó el don de integrarse en un mundo lleno de almas puras listas para ser corrompidas.

Sembró semillas de rebelión en el interior de los más débiles y los convirtió en sus soldados más fuertes. Abrió sus ojos y les otorgó una cualidad que se convirtió en la debilidad de Dios, amor propio.

Esa glorificación de uno mismo desencadenaría una de las peores plagas que el Reino de los Cielos vio jamás, personas dispuestas a desafiar a quien había sido su creador y someterse a la lengua venenosa del ángel.

Dios mandó a la tierra a sus mejores ángeles para que pudieran remediar el desastre provocado por el rebelde, pero ya era tarde. La tierra había sido condenada y dividida por el bien y el mal.

El ángel se regocijó en el poder que había adquirido. Tenía todo un reinado a su disposición y poseía las almas más oscuras y perversas, las cuales albergaba en el averno. Dentro de él podrían pecar sin ser castigados y se les ofrecía una vida eterna llena de placeres y obscenidades viciosas, todo a cambio de dejarse someter al orgullo.

Al día de hoy se sigue diciendo que Dios no creó un ser maligno, sino un ángel capaz de desafiarlo y destronarlo, por lo que entre nosotros aún ronda un ser maravillosamente hermoso, sabio y poderoso.

Vos, yo y todo el mundo formamos parte de esta incesante batalla entre el Rey de los Cielos y el Rebelde Ángel, y día a día condenamos a nuestra alma a una eterna decisión; Redención o Pecado.

No, no les estoy contando la historia de Lucifer. Hoy les he narrado el nacimiento de La Soberbia, o como a mí me gusta llamarlo; Caín. 

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora