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Edén.

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

Romanos 7:18

ºº

Aún no he despegado mi espalda de la madera cuando la puerta del departamento se abre y se cierra, indicando que Caín se ha ido. Mi pecho sigue subiendo y bajando con irregularidad aunque ya no se distinguir si es por la calentura o lo que se avecina después de esta. ¿En qué estaba pensando? En lo bien que usa su lengua.

- No quiero a-arruinarte tus fantasías, pero ne-necesito el tarro. – Luca me trae devuelta a la realidad. Mi mejor amigo está de costado, mirando con los ojos entrecerrados y con sus rizos totalmente despeinados. Logré quitarle la ropa, por lo que solo sus mantas lo cubren hasta la cintura. Supongo que sus palabras son producto del alcohol asique las ignoro, mientras camino hasta la cubeta que está junto a su cama y se la acerco hasta el rostro, esperando que expulse todo por la boca. Estoy en cuclillas frente a él, por lo que puedo distinguir a la perfección la sonrisita estúpida que tiene su cara.

- ¿Ahora qué? – Pregunto tajante. No sé cuándo mi humor ha pasado de desespero a enojo. Cuando te han arruinado follar con el jefe.

- ¿Si sabes que sos muy ruidosa para coger?

Siento como la sangre sube hasta mis mejillas y la vergüenza se apodera de mí. Luca nota mi cara de horror e intenta reír, aunque acaba generando un sonido parecido al de una arcada que produce asco. Me veo en la obligación de hacer lo que mejor me sale, fingir que no sé nada.

- No tengo ni idea de lo que hablás.

- ¿No? – Levanta una ceja. - ¡Oh Dios, haceme tuya Caín! ¡Oh si!

Luca hace una terrible imitación de mí y eso me hace reír. Me siento en el suelo y dejo el tarro a un costado, fijándome en los rasgos que la luz de la luna me permite detallar de él. Con una mano corro los pelos rebeldes que se han adherido a su frente culpa del sudor y suelto un largo suspiro. No puedo mentirle a Luca porque, tarde o temprano, sabe que la culpa me carcomerá y terminaré implosionando.

- No... no hicimos eso. – Digo cual niña apenada por su actuar.

- ¿Hacer qué? ¿Jugar al ajedrez? ¿Al truco? No te entiendo. – Pongo los ojos en blanco ante la burlas de mi mejor amigo.

- Ya sabes a lo que me refiero. – Luca sigue mirándome con una falsa expresión de confusión. – Coger, Luca, coger.

Él ríe y yo no puedo evitar pegarle en el pecho, en un golpe seco y fuerte. Luca se reincorpora a duras penas y se sienta, apoyando su espalda en el respaldar de la cama e invitándome a que suba a su lecho. No tardo más que tres segundos en sacarme los zapatos para depositarme frente a él, con las piernas cruzadas cual indio y preparada para la charla que se nos viene.

- No sé cómo llegamos a eso. – Digo frustrada. No sé de qué me arrepiento más, si de haberlo comenzado o de no haber podido terminarlo.

- ¿No sabes? Se notaba de acá a la central en Chicago las ganas que se tenían. – Su voz sale rasposa. Toma el vaso de agua que hay en su mesa de luz y bebe un gran sorbo. – Ahora quiero que me cuentes todo, con detalles.

- Pues nada. Lo encontré observando el muro de fotografías que hay en mi cuarto e intenté mostrarle otras, pero cuando sus manos agarraron mi cadera no me pude controlar. Empezamos a besarnos y tiró todo lo que estaba en mi escritorio para sentarme en él y continuar. Por mi parte, yo intenté masturbarlo pero el tamaño de eso era... era monstruoso. Nunca había visto algo así.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora