Capítulo 52: Un atardecer especial

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Es viernes, a última hora de la tarde: son las siete y veinticuatro  para ser exactos

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Es viernes, a última hora de la tarde: son las siete y veinticuatro  para ser exactos. Mamá y yo estamos sentadas en el patio trasero, ya que acaba de llegar de su guardia en el hospital.

Han pasado tres días desde la visita de Stormy, pero hemos chateado todo el tiempo, aún no he regresado al instituto, Elena me ha dado dos semanas más de descanso.

Estoy disfrutando de la paz de mi hogar, y esperando... Ya saben muy bien a quién.

Clover yace a mis pies. Desde mi llegada no se ha separado de mí.  Ayer casi le da un ataque, cuando se dio cuenta de que estaba sacando la bicicleta del garaje. La pobre ladró durante dos minutos reloj, bloqueando el camino hasta que comprendí que lo que quería era acompañarme. 

Fue mi primera salida sola desde que me dieron de alta, pedaleando bajo el sol, hasta el Hospital Providencia para ver a mi psiquiatra una última vez antes de que vuelva  a Nueva York. Voy a echarla mucho de menos, a sus brazaletes con ese sonido que se convirtió en una canción de sanación a medida que avanzábamos en mi tratamiento.

Por suerte para mí, el guardia de seguridad, el Sr. Torres, es un buen amigo de mi madre: tiene debilidad por los perros, y estuvo más que feliz de cuidar a Clover mientras yo terminaba mi última sesión. Clover lo conoce bien, ha venido a casa en numerosas ocasiones a arreglar cosas que dejan de funcionar, y créanme, eso sucede muy a menudo.

La nuestra es una casa con dos demonios que no dejan de rebotar a diario, una adolescente descuidada, y una mujer adulta que se deja llevar por el pánico más intenso cuando gotea un grifo.

Con el rabillo del ojo, estudio los delicados rasgos de mi madre, la longitud de sus pestañas, y la forma en que su labio superior se curva un poco cada vez que está soñando despierta.

Ojalá pudiera encontrar las palabras para expresar lo mucho que mi madre significa para mí. Cuan orgullosa estoy de ella por todo lo que ha hecho por mantenernos unidos. Me duele el alma cada vez que pienso en lo que le dije, en cuanto la hice sufrir, en el infierno que ella tuvo que soportar...

Son muchas las cosas que tengo que perdonarme, estoy trabajando en ellas.

Durante mis peores noches en el hospital, atada a la cama por mi propia seguridad, cuando todo lo que quise hacer fue morir, sus abrazos, susurros alentadores, y gestos de puro amor me mantuvieron a flote.

Después de mi sueño con papá, entiendo mejor que nunca, que mi madre siempre fue mi faro, arrojando su luz para guiarme de regreso a la orilla, y a la seguridad de sus brazos siempre abiertos.

El día que llegué a casa, mamá lloró un poco al vernos a Clover y a mí interactuar luego de tanto tiempo separadas. Cuando mi perra me vio, todo su cuerpo comenzó a temblar, de la cola al hocico, estremeciéndose y retorciéndose. No paraba de gimotear, empujando mis manos, mis piernas, mi rostro, lamiendo y buscando, tratando de meterse dentro de mi piel.

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