43. Piano segreto (Plan secreto)

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Me desperté algo confuso. Tenía la sensación de haber dormido más que en toda mi vida, inspiré profundamente y me giré para mirarla.

«¡No puede ser!»

Mi corazón se aceleró al constatar que estaba solo en la habitación, eran las once de la mañana y el sol ya había hecho su gran aparición, pero Ingrid no estaba a mi lado. Me levanté de un salto y corrí hacia el baño, pero tampoco la encontré. Sin perder tiempo abrí enérgicamente la puerta corredera del vestidor: nada.

Salí apresuradamente del dormitorio y miré una a una las habitaciones; cuando llegué a la cocina, vi que la puerta que daba al jardín estaba abierta y sin dudarlo salí al exterior. El aire regresó a mis pulmones al ver que Ingrid estaba paseando junto a mi madre y mi hermana; al verme, Paola sonrió y se acercó a mí.

―Buenos días, Marcello. ―Me saludó con una sonrisa socarrona―. ¡Vaya! ―Abrió la boca presa de la incredulidad y sin dudarlo se acercó lo suficiente a mí para acariciarme el vientre―, ¡menudos abdominales! Podrías llevar a Flavio a entrenar de tanto en tanto.

Retiré su mano de mí y no pude evitar soltar una carcajada.

―¡Déjame! ―Me quejé en broma―. ¿Quién te ha dado permiso para tocar?

―Es que todavía no me he acostumbrado a tu nuevo aspecto.

Negué con la cabeza.

―Ahora que estáis aquí, voy a vestirme.

Me di la vuelta y mi hermana siguió hablando, negándose a abandonar el tema a ver si conseguía avergonzarme todavía más.

―¡Vaya culo!

―¡Paola! ―protesté corriendo hacia el pasillo para que dejara de mirarme.

Una vez en el dormitorio, escuché que la puerta empezaba a abrirse y me giré para ver quién era.

―Cariño... ―Mi madre entró y cerró discretamente la puerta tras de sí; puse los ojos en blanco.

―Por lo que veo esto ya se ha vuelto una costumbre ―confirmé tapándome rápidamente mi hombría.

Se echó a reír.

―Oh, cielo, por eso no te preocupes, ¿sabes la de veces que te he cambiado los pañales?

―¡Eso! ¡Adelante! No se corte, sabe exactamente qué decir para subir la autoestima a un hombre.

Sonrió y se dio lentamente la vuelta, permitiéndome un momento de intimidad para enfundarme los calzoncillos y el pantalón.

―¿Por qué estáis aquí? ―pregunté colocándome la camisa.

―Hemos venido a veros, por supuesto. Estamos muy preocupados porque hace un mes que prácticamente no sales de aquí.

Volvió a girarse, esta vez se había esfumado el buen humor de su rostro.

―Es que he estado muy ocupado.

―Lo sé, cielo, créeme que lo comprendo, pero siempre hemos sido una familia muy unida. Os echamos de menos Marcello, queremos ver qué tal lo lleváis y ofreceros nuestra ayuda, cualquier cosa que necesitéis para que volvamos a ser una familia, ya sabes... ―tragó saliva―: comer juntos, ir a fiestas, hacer planes... ese tipo de cosas.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora