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«Persona»

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-Sí, papá, prometo llamarte dos veces a la semana -repetí al teléfono por quinta vez -. Pero ya debo colgar, me van a multar si sigo hablando contigo mientras conduzco.

Él resopló a través de la línea.

-Está bien, cariño. No quiero ser la causa de tu primera entrada -dijo-. Pero igual me llamarás cinco veces a la semana, y es mi última palabra. Te amo, cuídate.

Y colgó.

Yo suspiré. Desde que tenía memoria papá siempre había sido un poco sobreprotector. Yo me había hecho la idea de que se debía a la ausencia que mamá había tenido en mi vida. Ella había muerto cuando yo tenía tan solo unos meses de nacida en un accidente de tránsito, por lo que a él le había tocado hacerse cargo solo de su única hija.

Éramos una familia pequeña, pero adinerada, por lo que nada me había faltado realmente.

Él estaba un poco paranoico con la idea de dejar ir a su niñita a la universidad sola porque como todo padre, tenía muchas dudas y miedos, pero logré convencerlo de que todo estaría bien. Sin embargo se había empeñado en que debía llamarlo cinco veces a la semana.

Ni siquiera me dejó que me quedara en la residencia, se empeñó en que tuviera mi propio departamento aún cuándo ya me había apartado una habitación (que por cierto, tendría que llamar para avisar que no la utilizaría). Él decía que en las residencias nunca hacían nada bueno, y aunque no me lo dijo textualmente yo sabía que a lo que se refería en realidad era a las fiestas de fraternidad.

Casi solté una carcajada al ver su cara cuando se lo dije. Él me pidió que por favor no fuera a ninguna, que eran totalmente innecesarias en la vida universitaria, pero yo le dije que ya estaba mayor y que sabía lo que estaba bien y mal para mí. Él no me miró bien, pero tampoco replicó.

Ahora, en el presente, iba camino a mi nuevo apartamento. Ya había arreglado todo la semana pasada, así que solo faltaba instalarme completamente.

Después de un rato -ya que el viaje era de unas cinco horas- logré llegar y aparque en el estacionamiento del edificio.

Miré el reloj antes de salir, eran las 5:50 p.m.

No me había tardado tanto.

Fuí al vestíbulo, y al entrar me encontré con Ronald, el botones.

-Hola, Ronald -lo saludé arrastrando mis dos maletas.

Él estaba en su mostrador, y cuando levantó su vista hacia a mí se le iluminaron los ojos. Era un tipo que debía tener entre unos treinta y muchos y cuarenta y pocos años que ya se estaba quedando calvo en la coronilla, pero su cabello seguía siendo negro. Tenía un rostro pálido, adornado de un candado mal afeitado.

-Hola, linda -dijo con su voz perezosa. Me sonrió insinuante, pero luego frunció el ceño-. Ya te he dicho que no me digas Ronald, me hace sentir viejo, en cambio...

-... En cambio "Ron" tiene más personalidad -terminé por él. Me había dicho eso muchas veces la semana pasada.

-Exactamente -me miró de arriba a abajo y yo seguí hasta el ascensor.

-Hasta mañana, Ron -rodé los ojos.

-¿Tan rápido te vas? Pero si acabas de llegar -dijo dramáticamente poniendo una mueca de tristeza mientras las puertas se cerraban.

Ya en el pasillo, fuí directo a mi puerta y con la llave, abrí.

Mi espacio no era muy lujoso, para lo que podía ser, pero era sencillo y bonito. A mi estilo.

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