Capitulo 4

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Habían decidido que realizarían su luna de miel al terminar el invierno. En su lugar, estarían solos por unos días en la casa, hasta que Georgiana se reuniera con ellos. Hasta ese momento, ninguno de los dos se haría cargo de sus respectivas responsabilidades como Señor y Señora de Pemberley.
La semana iba transcurriendo entre miradas cómplices, besos prolongados, conversaciones íntimas,
paseos por los jardines (cuando la nieve lo permitía), y sobre todo, apasionados encuentros en su cama.
Se retiraban a la recámara temprano y la mañana estaba avanzada cuando hacían el esfuerzo de abandonarla.
Dos días antes de Navidad se esperaba la llegada de Georgiana, que vendría de Londres, escoltada por el Coronel Fitzwilliam, para vivir con los recién casados.
Esa mañana, Lizzie despertó temprano como siempre. Estaba nerviosa por la llegada de Georgiana. La jovencita era encantadora y las pocas veces que habían estado juntas, Elizabeth había encontrado en ella una posible hermana y amiga. Después de conocerla en Pemberley no volvió a verla hasta que viajó a Londres a comprar su ajuar. Estando en casa de sus tíos Gardiner, disfrutó de su compañía en varias ocasiones, siempre con Fitzwilliam presente. Ahora comenzarían a ser una familia.
Se sentó en la cama y vio que estaba nevando fuertemente.
"¡Oh, no!- pensó- Con esta tormenta no podrán llegar."
-¡Will, Will!- exclamó, mientras movía a su esposo, quien dormía boca abajo.
-Mmm...¿qué sucede?- preguntó todavía dormido.
-¡Está nevando!
-Mmm...¿y eso debería sorprenderme?- preguntó con un poco de fastidio.
-Significa que Georgiana no podrá llegar- contestó Lizzie.
-Lo sé...no importa, Richard está con ella.
-Es que esperaba que llegara...-comentó frustrada.
-¿Ya te cansaste de estar a solas conmigo?
-No...no es eso. Pero tus empleados están teniendo una idea equivocada de mi, todo el día encerrados, deben creer que te he hechizado.
-Nuestros. Nuestros empleados. Y nada más cierto...Ahora déjame dormir- y diciendo esto, metió su cabeza debajo de la almohada.
-Pues yo me levanto. Cuando intentó sentarse en la cama, la mano de su esposo atrapó su muñeca, y sacando la cabeza de su escondite, le dijo:
-¿A dónde cree que va, señora Darcy?
-Mis planes son levantarme y bajar a desayunar- respondió sorprendida.
-Los míos no, y que te levantes interfiere con los míos.
-¡Fitzwilliam Darcy!- gritó; siempre le decía por su nombre y apellido cuando simulaba estar enojada,
-¿Qué tengo que ver con sus planes?- interrogó elevando su ceja.
-Mucho, pretendo pasar la mañana en la cama, con mi adorada esposa, y que ésta decida levantarse, arruinaría los planes que tengo para con ella. Diciendo esto tiró de ella, arrojándola a sus brazos. La besó como siempre, haciendo que se olvidara hasta de su propio nombre, luego se dedicó a besar su cuello y detrás de su oreja. "El fin de mis argumentos", se dijo Elizabeth, mientras se le escapaba un gemido. "Maldición, sabe que cuando hace esto, no puedo resistirlo". Era verdad, su esposo había aprendido rápidamente lo que hacía estremecer a su mujer. "Ya vendrá mi venganza", se dijo a sí misma. Ella también estaba descubriendo lo que rendía a
su esposo. Pero ahora, la que se rindió fue ella, a sus besos, su calor, sus manos.
Cerca de las once de la mañana, Elizabeth, pudo escabullirse de la cama sin obtener oposición de su
esposo. Llamó a Susan, quien la ayudó con la vestimenta y el peinado, y bajó al comedor. Comió unos bocados antes de ordenar que enviaran algo de comida a su esposo.
Después, buscó refugio en la biblioteca, su nuevo escondite, uno de sus lugares preferidos,- después de los bellos jardines- de todo Pemberley. Quedó absorta en la lectura, cuando, varias horas más tarde, vio que ya no nevaba." ¡Grandioso!, tal vez puedan llegar", y se dirigió hacia la búsqueda de su marido.
La señora Reynolds le comunicó que éste se encontraba en su despacho, indicándole la dirección del
mismo. Antes de entrar, golpeó la puerta.
-Entre- se escuchó de adentro.
Lo encontró leyendo correspondencia en su escritorio, cerca de una de los ventanales que comunicaban
con el exterior, y por el cual se podía apreciar una de las fuentes que adornaban los jardines. Él levantó la
vista y al ver que era ella, comentó:
-No me parece bien que una joven esposa abandone el lecho que comparte con su marido a hurtadillas-
-Sin duda es censurable esa acción, pero la pobre estaba desfalleciendo de hambre. Imagino que su adorado esposo no querrá tener en su conciencia el remordimiento de provocar su muerte- respondió mientras se acercaba a la silla donde estaba sentando Fitzwilliam, que la miraba entre maravillado y divertido.
-Sin duda no quiero ser causante de tal atrocidad- repuso, tomándole la mano y guiándola hasta su regazo.
Lizzie se sentó en sus piernas y rodeó sus hombros con los brazos, la posición no era exactamente decorosa, pero había quedado bastante claro que, cuando estaban solos, las normas de propiedad quedaban de lado. Quedaron cara a cara, y no pasó mucho tiempo para que sus bocas se unieran. Elizabeth enredó sus dedos en la nuca de su amado y comenzó a jugar con su pelo. Lentamente, fue deslizando una de sus manos hasta su cravat, metiéndola en el pequeño espacio entre la camisa y el chaleco. Desprendió un botón y apoyó la mano sobre la piel, acariciando su pecho. Fitzwilliam emitió un gemido sin apartar sus labios de los de ella, sus brazos la tomaron más fuerte de su cintura. "Vaya, parece que mi venganza no se hizo esperar"- pensó Lizzie, levantándose de repente y alejándose de su esposo, que la miraba suplicante mientras intentaba recuperar el aliento.
-Creo que necesito aire fresco- dijo Elizabeth mientras abría el ventanal y salía al balcón.
-Amor, creo que mejor deberías entrar y retomar lo que comenzaste.- No hubo respuesta, Fitzwilliam se levantó, caminó hacia la ventana abierta y, al asomarse, recibió una bola de nieve que impactó en su rostro.
Trató de mantener la compostura, lo que era difícil con la cara llena de nieve y las carcajadas de su esposa como fondo. Seriamente se quitó la nieve de los ojos y mirando a su mujer, declaró:
-Usted se lo buscó- mientras se agachaba a juntar una bola de nieve- y debo advertirle, Sra. Darcy, que he sido campeón en torneos de bola de nieve...
-William...Will, mi amor, tesoro mío, no serías capaz de arrojarme nieve, ¿verdad?- Elizabeth retrocedía.
Una fuerte bola de nieve golpeó su pecho. -¡Ahhh!- gritó y al ver que su marido se preparaba a juntar más, intentó huir, pero la alcanzó, colocándole una bola de nieve en su cabeza, que comenzó a caer hacia sus ojos. Se tapó la cara con las manos y su esposo quedó petrificado cuando observó que comenzaba a sollozar.
-Lizzie, lo siento...no quise...fui un bruto...- intentó balbucear una disculpa. La abrazó contra su pecho,
ella alzó su rostro para mirarlo, sus ojos llenos de lágrimas, cuando Fitzwilliam sintió la frialdad de la nieve
en su cara.
Su esposa lloraba...pero de risa, mientras le refregaba la nieve. ¡Había sido engañado! Eso le pasaba por casarse con una joven increíblemente inteligente. Se unió a la risa de ella, cautivado por su frescura y el brillo divertido de sus ojos negros.

Secuela de Orgullo Y PrejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora