Capítulo 5

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Después de bañarse y ponerse ropas secas, la joven pareja bajó a una de los salones, desde ahí se podía avistar si se acercaba algún carruaje sin dificultades. Darcy buscó un libro y se sentó cerca del fuego, Lizzy estaba en duda si tomar su labor o sentarse al piano. Desde su compromiso, Elizabeth practicaba sus lecciones de piano con mucha disciplina, deseaba no avergonzar a su esposo si le solicitaban que interpretara alguna canción. Decidió practicar un poco, se acercó al piano y comenzó a tocar "Sonta a la luz de la luna", de Beethoven.
Fitzwilliam abandonó el libro para dedicarle toda su atención. A medida que la pieza avanzaba, la admiración de su esposo crecía, ¡cuánto había mejorado desde aquella noche en Rosings! Se paró y
caminó hacia ella, se quedó escuchándola atentamente y cuando finalizó la felicitó efusivamente.
-Elizabeth déjame decirte que has tocado muy bien.
-¿Muy bien o bastante bien?- respondió graciosamente, recordando la conversación que tuvieron en esa misma sala, el día que lo visitó con sus tíos y le fue presentada Georgiana.
-Realmente muy bien- contestó con una sonrisa, besando su frente.
Unos cascos de caballo se escucharon y los dos giraron al mismo tiempo para la gran ventana. Un carruaje se acercaba, era uno de los de su propiedad.
-¡Georgiana!- exclamó Lizzie entusiasmada, saliendo prácticamente disparada en dirección a la puerta.
-Elizabeth- la voz profunda de su esposo la detuvo haciéndola girar, Darcy se acercaba a ella ofreciendo su brazo para escoltarla. Tomó su mano, la colocó en su brazo y se encaminaron hacia la puerta principal.
Primero descendió del carruaje el Coronel Fitzwilliam quien ayudó a bajar a la Srta. Annesley y luego a Georgiana.
-¡Qué gusto tenerte de nuevo en casa!- dijo Darcy a su hermana y besó su frente. Georgiana se acercó a Elizabeth saludándola con una reverencia.
-Bienvenida Georgiana, espero que hayas tenido un buen viaje- saludó Lizzie y, antes que contestara le dio un abrazo afectuoso. La joven se sonrojó ante la muestra de afecto y comentó que habían tenido que esperar que la tormenta pasara.
-Aquí tienes a tu pequeño tesoro, Darcy, sana y salva, como lo prometí- dijo el Coronel mientras caminaba
hacia el grupo y, dirigiéndose a Elizabeth, dijo:
-Sra. Darcy, siempre es un placer volver a verla- haciendo una leve reverencia.
-Nos alegra mucho que haya decidido venir Coronel- contestó Lizzie.
-Nunca podría decirle que no a una dama tan interesante y, por favor, dígame Richard.
-Si quieres coquetear con una esposa, búscate la propia- dijo Darcy, mientras tomaba del brazo a su mujer y caminaba hacia dentro de la casa.
Todos se reunieron en el gran salón donde el fuego estaba encendido y el té listo para ser servido.
Elizabeth preparó el servicio. Darcy y su primo conversaban junto a la chimenea sobre el estado de los caminos y la nieve. Georgiana, su institutriz y Lizzie en un sillón, tomaban el té.
-Cuéntame noticias sobre Londres- dijo Elizabeth, para romper el silencio.
Georgiana comenzó a hablar tímidamente y Lizzie la animaba para que continuara. Al poco tiempo había perdido ya un poco de su vergüenza natural.
-Deben estar exhaustos, ¿les gustaría darse un baño antes de bajar a la cena?- preguntó preocupada Elizabeth.
-Realmente sería reconfortable- respondió Georgiana.
Así, los recién arribados, se retiraron a sus aposentos para bañarse y cambiar las ropas del viaje. La pareja volvió a quedar sola en la gran habitación.
-¿Te gustaría sentarte junto a mí?- inquirió Fitzwilliam mientras señalaba el lugar vacío en el sillón- Podría leerte en voz alta.
-Me haría muy feliz, siempre creí que tienes una voz encantadora y, después de tus ojos, debe ser lo que más me gusta de ti.
Darcy no pudo evitar sonrojarse un poco. Elizabeth se sentó junto a él y se acurrucó a su lado, la cabeza
en su pecho. La rodeó con su brazo y comenzó a leer:
"Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso que existías ya entonces, hace un año, cuando yo estaba sola aquí en la nieve y no vi tus pisadas ni escuché tu voz en el silencio... Mi cadena, eslabón a eslabón, iba midiendo como si no pudiese verme libre por tu posible mano... ¡Hasta beber
la prodigiosa copa de la vida!
¡Qué extraño no sentirte en el temblor del día o de la noche, voz, presencia, ni adivinarte en esas flores blancas!
Yo era ciega lo mismo que el ateo que no descubre a Dios al que no ve"*
Un silencio le siguió a la lectura, hasta que Elizabeth alzó su cabeza para poder mirarlo directo a los ojos.
-Es hermosa...me hizo sentir...
-¿Identificada?- interrumpió su esposo.
-Sí, parece haber sido escrita para mí.
-Entonces debo agradecer que no sigas ciega- y la besó cariñosamente en los labios.
Esa noche cenaron por primera vez en familia, Darcy en la cabecera y las dos mujeres más importantes
de su vida sentadas junto a él. Se sintió completo, seguro, y un sentimiento de felicidad absoluta lo envolvió.
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*La poesía pertenece a Elizabeth Barret Browning (1806-1861), por lo que es un anacronismo. La escritora al momento de este relato tenía 7 años.
Habrá que aclarar que mi imagen mental del Coronel Fitzwilliam difiere bastante al elegido en la película del 2005. En el libro se lo describe más atractivo, así que imaginen a un Gerard Butler o un Clive Owen.

Secuela de Orgullo Y PrejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora