Capítulo 6

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"Eres mi credo pedazo de cielo abrásame fuerte" Mi credo.

Terminada la cena, las damas se dirigieron al salón, donde Georgiana iba a tocar el pianoforte para su cuñada. Los caballeros marcharon hacia el estudio de Darcy para conversar y tomar brandy.
-Bueno, querido primo, veo que el matrimonio te sienta realmente bien. No recuerdo que hayas sonreído tanto en toda tu vida como lo haz hecho esta noche- dijo el Coronel, mofándose de Darcy.
-Exageras, como siempre.
-No, no, para nada. Ver tu felicidad conyugal, me ha hecho pensar en que debería buscarme una muchacha de campo y casarme de inmediato.
-Deberías, te estás poniendo viejo- fue la contestación sarcástica de Fitzwilliam.
-No es tan sencillo, bien sabes que no tengo tu independencia económica- y mientras decía esto, el semblante naturalmente afable del Coronel, cambió por un instante.
-Richard... ¿es que hay alguna muchacha?- preguntó Darcy al notar el cambio de expresión.
-Sí...No, no en realidad. La verdad es que ella ni siquiera lo sospecha.
-¿Te haz vuelto tímido de repente? ¡El Coronel Richard Fitzwilliam sin palabras para cortejar a una joven!, algo nuevo para mí.
-No, no eso, no puedo darle a conocer mis intenciones, su familia nunca aprobará una relación entre nosotros- meditó tristemente.
-Eres un excelente partido, su familia es muy tonta sino te acepta- dijo Darcy para consolar a su querido primo.
-Sí, seguramente- respondió con una mueca que simulaba una sonrisa, mientras bebía el último sorbo de brandy.
-Es hora que nos unamos a las damas- sugirió Darcy y comenzó a caminar, mientras su primo lo seguía, mirándolo con un poco de dolor.
A medida que se acercaban al salón, la música y las risas se escuchaban con fuerza. Cuando entraron en él, se encontraron a Georgiana y Elizabeth tocando un dueto muy animado, las equivocaciones provocadas a propósito por Lizzie, hacían reír a Georgiana.
-Creo que es hora de escuchar a la verdadera artista- dijo Elizabeth al ver el ingreso de su esposo y su primo.
-Oh, por favor Lizzie, tu sabes tocar muy bien- respondió avergonzada por el comentario.
-No tan bien como usted, además me he cansado, prefiero disfrutar de la interpretación en el sillón.
Se sentó cerca del fuego, los hombres seguían de pie cuando comenzó a tocar Georgiana. Al avanzar la
música, Elizabeth hizo un gesto a su esposo para que se sentara junto a ella. Al hacerlo, Lizzie le tomó la
mano y Darcy, como buen caballero inglés, no supo qué hacer con esa prueba de afecto en público. Su esposa, dándose cuenta del motivo de turbación, le susurró al oído: "Me retiro a mi recámara, mi amor", justo cuando finalizaba la canción. Elizabeth se levantó del sillón, se excusó con todos y se marchó a su
habitación, seguida por Georgiana, que aprovechó el momento para retirarse a descansar. Se despidieron
en el corredor donde estaban las habitaciones y cada una entró a su dormitorio. La doncella la ayudó a desvestirse y a colocarse la ropa de cama, desarmó su peinado y se lo ató en una trenza.
-Gracias Susan, puedes retirarte- ordenó Lizzie a su criada. Dicho esto, se acostó en la cama a esperar a su marido. En la penumbra de su habitación se quedó pensando en como su vida había cambiado en tan poco tiempo. Sus obligaciones como Señora de Pemberley comenzarían mañana y estaba francamente atemorizada. No se dio cuenta el tiempo transcurrido.
Darcy entró a la habitación sin golpear, no deseaba despertar a su mujer. Se metió en la cama y se acostó boca arriba con los brazos detrás de la cabeza, tenía una sonrisa tonta en los labios. Estaba demasiado feliz y distraído como para darse cuenta que su esposa lo estaba observando con sus chispeantes ojos negros.
-¿Está ebrio, Señor Darcy?
La voz de su mujer lo hizo volver a la realidad y giró la cabeza en su dirección. Un par de ojos vivaces lo miraban de manera inquisidora.
-No... ¿por qué...por qué esa pregunta? Pensé que estarías dormida- dijo balbuceante.
-Porque tienes olor a brandy y una sonrisa bastante tonta- fue la graciosa respuesta de su esposa.
-Tan sólo me siento feliz.
-Me alegra mucho saberlo- le contestó con una mirada provocativa- no me gustaría hacer el amor con un borracho que me acuse de haberme aprovechado de él- y antes de ver la reacción de su marido ante su discurso tan poco decoroso, lo besó apasionadamente en la boca. La boca de su esposo se sentía cálida, su aliento un poco de sabor a alcohol. Pasada la sorpresa inicial, Darcy respondió al beso con intensidad, tomándola fuertemente de la cintura. Elizabeth no estaba segura cómo fue que terminó sobre él, con la boca de él centrada en recorrer toda la línea de su cuello, no podía pensar y tampoco le importaba
demasiado. Lizzie desprendió los dos botones que tenía la camisa de Darcy para poder besarlo en el espacio de piel que quedaba descubierta.
-Oh, Lizzie...-gimió y sus manos empezaron a recorrerle las piernas, perdiéndose en los pliegues de su camisón. Cuando sus labios volvieron a unirse, jadeantes y llenos de ansias, Darcy se sentó para poder
besarla con más fervor. Tomándola por sorpresa, las inquietas manos, comenzaron a levantarle el camisón, mirándola a los ojos con creciente deseo.
-Levanta los brazos- le susurró tan cerca de su boca, que sus labios se tocaron. Ella obedeció y el camisón desapareció sobre su cabeza, para ser arrojado lejos de la cama. Se sintió extraña, un poco de timidez hizo su aparición, pero desapareció poco después, al sentir el contacto tibio de la boca y la mano de su marido, sobre su piel desnuda.
En un movimiento rápido, la acostó, subiéndose sobre ella. Ella atrajo su cabeza tomándolo de la nuca,
perdiendo sus dedos en el cabello castaño. El beso no duró lo suficiente, Darcy estaba concentrado en
saborear el hueco que se hacía en su clavícula. Lizzie gimió, tirándole, levemente del cabello, para que vuelva al alcance de sus labios.
-Bésame- fue casi un suspiro, prácticamente sin aliento. Él rió imperceptiblemente, mientras sus manos la seguían acariciando y besaba su cuello hasta llegar al mentón.
-Creí que eso estaba haciendo- le respondió con su ceja arqueada y la mirada burlona.
Lo tomó del cuello de la camisa, obligándolo a subir un poco más.
-Eres un hombre cruel- fue la contestación que dio ella, para luego, buscar el beso deseado asiéndolo con sus manos de la cara. Su boca recorrió la mejilla de Darcy, rozó sus patillas, terminando en su oreja. Él volvió a gemir y, ella, se sintió complacida. Metió su mano en el hueco de la camisa, quería sentir su piel
como él sentía la suya. Al momento notó que Darcy buscaba la forma de quitarse la ropa sin abandonar la posición que estaba ocupando.
-Espera- le dijo ella con la respiración entrecortada, y bajó sus manos hasta la cintura, levantando la camisa hasta donde pudo. Al llegar al cuello, él se apoyo sobre sus brazos, Elizabeth levantó la camisa sobre su cabeza y luego, los brazos se liberaron fácilmente. Darcy volvió a apoyarse sobre ella. El corazón de Elizabeth comenzó a latir rápidamente y creyó que hiperventilaría al sentir toda su piel contra
ella. La miraba fijamente, con una de sus manos le corría el cabello que caía sobre su frente, la nariz de él acariciaba suavemente la suya, podía sentirle el aliento contra su boca.
-Sra. Darcy- murmuró apenas- ¿Sabe que estoy loco por usted?- agregó besándola con pasión.
Ella comenzó a acariciar lentamente la espalda de su marido, con curiosidad y nerviosismo. Fue desde
sus hombros hasta la basa de su columna y volvió a subir, para bajar por el pecho firme, lleno de vellos que tanto la obsesionaba desde su compromiso. Estaba perdida en este nuevo descubrimiento cuando lo sintió dentro de ella. Un gemido escapó de sus labios para unirse al de él.
Sus cuerpos se movían acompasados y el placer de sentirlo plenamente le nublaba la mente. No quería
lastimarlo, pero sus uñas lo surcaron levemente hasta llegar a aferrarse de sus nalgas. El placer invadió
su cuerpo estremeciéndolo, entre gemidos lo nombró. Poco después sintió a su esposo gemir entre sus
propios espasmos. No se movió por un largo rato, dejó descansar su cuerpo sobre ella hasta que su respiración y pulso se normalizaron.
Luego, giró para quedar apoyado sobre su antebrazo en dirección a ella. Lizzie alzó la mano para acariciarlo en el pecho y una sonrisa disimulada se dibujó en la comisura de sus labios.
-¿Qué pasa?- le preguntó él, besando su frente.
-Nada. Olvídalo- respondió mirando por donde lo recorría con su mano.
-Dímelo- insistió con su ceja arqueada.
-No me mires así. ¡No es justo!- se quejó ella.
Él se acomodó su cabeza sobre la almohada, quedando a la misma altura que ella.
-Si no me dices lo que piensas, no podré dormir preguntándome que me escondes.
-¿Prometes no reírte?
-Lo prometo- dijo alzando la mano derecha como en un juramento.
-Soñaba con poder hacer esto desde la mañana que acepté ser tu esposa- le dijo sonrojándose.
-¿Hacer...qué?- preguntó intrigado.
-¡Acariciar tu pecho!- exclamó avergonzada, dejando la actividad para taparse la cara con sus manos.
Intentó no reír, se lo había prometido.
-¿En serio soñabas con ello?- preguntó para sacarla de su vergüenza. Lizzie destapó su cara y asintió con la cabeza mordiéndose el labio por revelar su secreto. Darcy la acercó a él, tomándola de la cintura.
-¿Sabes algo? Esta noche, también pude cumplir algo que soñaba desde que te conocí- le contó, acariciándole el brazo.
-¿Y qué fue eso?- le preguntó sonriendo.
-Que estés desnuda en mis brazos.
Un golpe en la puerta la despertó sobresaltándola. Se sentó en la cama y preguntó quién era. El valet de
su esposo le informaba la hora. Darcy le dio las gracias.
Se había olvidado que era domingo, debían levantarse para ir a misa. Su esposo la miraba pícaramente, fue entonces que se dio cuenta, tenía su espalda desnuda. Se acostó de inmediato, tapándose hasta el cuello, mientras su cara se volvía carmesí.
-Buenos días, cariño- dijo su esposo dándole un beso en la mejilla- Es mejor que te levantes, tendrás que
confesar muchas cosas hoy en misa.
El tono malicioso en la voz de su esposo la obligó a sofocar una risa.
-Sin duda usted también señor- fue su única respuesta. Los recuerdos de la noche anterior aún la avergonzaban, cuando Darcy se sentó en la cama y se levantó a buscar su bata. Sus mejillas volvieron a
ruborizarse, ¡su esposo estaba desnudo!, intentó frenar una exclamación, pero su esposo la había escuchado y se volvió para verla. Lizzie lanzó una especie de gritito mezclado con risa y se tapó la cabeza
con las frazadas. Nunca más saldría de allí abajo. No, nunca, lo tenía decidido. Unas manos destaparon su cara, ella mantenía los ojos cerrados.
-Lizzie...Lizzie- la voz de su marido revelaba que estaba haciendo un esfuerzo para mantenerse serio.
-¿Qué?- respondió sin abrir los ojos.
-Mírame.
-No puedo, creo que moriré de vergüenza- fue su respuesta.
-No seas tonta, nadie muere por eso. Ahora, mírame.
Elizabeth abrió los ojos, él estaba inclinado sobre ella, el cabello despeinado le caía sobre la frente. Su mirada azul tenía ese brillo encantador que le impedía pensar con claridad.
-No sientas vergüenza mi amor, porque después de anoche, no creo que te permita volver a usar nada en
nuestra cama- y dicho esto la besó en la boca
-Esta ha sido la semana más feliz de mi vida- agregó antes
de retirarse a su vestidor.
Exactamente siete días antes se habían convertido en marido y mujer.

Secuela de Orgullo Y PrejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora