Corazón de mármol

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ASH

Miro sonriente cómo he dejado la decoración de mi habitación. La ropa está colocada por colores, aunque básicamente la mayoría es negra. He colgado algunas fotos en un corcho que había en la pared.

Me acerco hacia allí y recorro con las yemas de mis dedos una en concreto. Un pequeño Ress con el pelo alborotado sonríe a la cámara mientras una niña más pequeña de ojos azules le abraza la cintura.

—¿Has hecho esto tú sola?—exclama mi hermano desde el marco de la puerta.

—Sí, ¿sorprendido?

—Bastante—asiente—. La verdad es que ha quedado muy bien.

Se acerca hasta colocarse a mi lado y se cruza de brazos para después mirarme de reojo.

—Oye...¿te gusta la casa?

—Sí, bastante. A ver, la nuestra estaba mejor, pero era demasiado espacio vacío para nosotros solos.

—Sí. Además, tenía muchos gastos para nosotros dos.

Desprevenida, siento cómo coloca sus manos en mis hombros y me mira con fijeza.

—¿Qué te parece si pasamos el día por ahí?

Parpadeo incrédula, intentando asimilar lo que ha dicho.

—¿Nosotros...solos?

—Pues claro—bufa—. ¿A quién esperabas?

Sonrío y asiento, emocionada.

—Vale, vamos.

Una vez estoy en el coche, me siento bastante estúpida por haberme puesto una falda. Los golpes de mis piernas están a la vista. Un descuido y mi hermano se enterará.

Aparca en una pequeña playa y sonríe cuando apaga el coche.

—¿Qué es esto?

—Nuestra playa, Ash—se baja del asiento y se dirige hacia el maletero, dónde puedo observar cómo saca una especie de cesta de mimbre—. ¿Bajas?

Confundida hago lo que me pide y me bajo del asiento. Camino rápidamente para llegar a su altura y seguirle por dónde va caminando, un pequeño camino.

—¿Dónde estamos?

—Tú eras muy pequeña como para que te acuerdes, pero veníamos a esta playa muchos fines de semana cuando éramos unos críos—sonríe cuando contempla nuestro alrededor, nostálgico.

Después de unos minutos caminando por la arena, llegamos a una especie de merendero hecho con dos tablas de madera.

—Esto de aquí lo hizo papá—aclara mientras se sienta en la tabla que hace de asiento.

Lo miro desconfiada, y me alejo unos pasos.

—¿Pretendes que me siente ahí? ¿Cuantos años tiene eso, diecisiete?

Rueda los ojos y palmea el sitio de su derecha.

—Vamos, no seas ridícula. Todos los años vengo aquí y no me ha pasado nada.

Elevo las cejas, no muy convencida.

—Si tu lo dices...—murmuro. Me acerco a su lado y me siento con cuidado de no hacerme daño.

Mientras tanto, mi hermano abre la cesta y saca de ella un par de bocadillos junto con unas latas.

Le da un bocado, y gruñe mientras cierra los ojos.

—Dios mío, que hambre—exclama con la boca abierta.

Me río con una expresión de asco el en rostro y le doy un pequeño puñetazo en el brazo.

La hija del caos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora