Capítulo cuatro.

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capítulo cuatro.

EDITADO.

LOS DÍAS DE VIAJE YA HABÍAN CULMINADO, EL PAISAJE DEL NILO SIENDO BORDEADO POR varias ciudades. Era sencillamente digno de los dioses, veían el pastoreo de los rebaños mujeres lavando la ropa. Las casas, cada cosa que veía la fascinaba. Era como descubrir un mundo nuevo, nunca había salido de palacio y estaba completamente agradecida con el gobernador de Nubia. Por permitir su hospedaje, era un magnífico anfitrión.

Cada antojo que tenía era cumplido obedientemente por su esposo, había veces donde lo hacía salir por la madrugada. El general Disebek se dedicaba a asaltar la alacena por las noches, debido a su futuro hijo. Pero aún así y las noches sin dormir por ella, valían la pena.

La panza de Henutmire para los pocos meses de embarazo que tenía, era ya bastante grande. Y eso de que las embarazadas eran más hermosas en el embarazo era verdad, la alegría que irradian sus poros. La vitalidad que tienen, ese brillo en su mirada. Su pancita que las hacen ver más hermosa, era resplandeciente su sonrisa. El embarazo le hacía muy bien. Los antojos tenían al general Disebek vuelto loco, nunca había tenido tantos encargos. Ahora entendía los comentarios de Paser sobre el embarazo de Yunet, o las burlas del Faraón con respecto a lo mismo.

Pero aún así estaba sumamente feliz, sería su primer hijo después de varios años intentando. Deseaba que fuera un niño para sí entrenarlo, aunque sí fuera una niña no se la rechazaría. Esa niña sería la mujer de su vida, ella pudiera tener mil años que aún así sería su niña, su bebé. Ella lo sería todo para él, no habría y no hay cosa que no hiciera por ella. Iría hasta donde habita el Dios Ra y le entregaría el mismo sol. Por ella haría cualquier cosa, por ella jugaría a las fiestas del té o se pondría pelucas al igual que ella. No le importaría sufrir vergüenza por su felicidad, el mundo entero podía reírse de él pero mientras su hija también ría y sea feliz más nada importa.

El faraón visitaba mensualmente a su hija, además de pedir reportes a los sacerdotes que llevaban su embarazo. Todos tenían sumo cuidado estando a su alrededor, por el riesgo que corría. Ella había perdido demasiados bebés, ya tal parecía que estaba maldecida.

Mantenía los pensamientos negativos fuera ya que no le hacían bien, al embarazo. Había mandado de confeccionar las ropas más hermosa, para su bebé. Además de que había elegido padrinos a para su futuro hijo, serían los gobernantes de Nubia. La habían tratado como si estuviera en casa, la señora de Nubia la había tratado como a su propia hija. No podía estar más feliz, eran los mejores momentos de su vida. Solo esperaba que se repitieron.

[...]

El momento del parto había llegado, la princesa Henutmire estaba descansando en sus aposentos. Los pies le dolían por lo hinchados que estaban, su hijo venía fuerte por las patadas que estaba recibiendo. De un momento a otro un dolor agudo la azotó, provenía de su vientre. Cuando se intentó levantar un agua corría sus piernas, tal parecida que se había orinado encima. La joven princesa llamó a una de sus siervas.

—¡Busca a Disebek!.—ordenó la futura madre.—¡Ahora!.

La sierva salió corriendo para buscar al general que estaba con los soldados del alto Egipto, la mujer llegó con la respiración entrecortada. El general que la conocía de haberla visto con su esposa, se acercó hacia el mismo.

—General es la princesa.—habló con la voz entrecortada.

—¿Qué sucede con mi mujer?

—Está dando a luz.

Como alma que Anubis había ido a buscar, su futuro hijo llegaría al mundo. Corrió todo lo que sus piernas le dieron, corrió hasta que sus piernas le ardieron debido al esfuerzo. Al llegar a las puertas de sus aposentos los gritos de Henutmire se oían desde lejos. La angustia llenaba su cuerpo, le oraba a Isis y a Bastet para que las protegieran. Los minutos corrían demasiado lentos, para cuando se quiso dar cuenta ya anochecía. Y en ese momento en el momento donde Ra, se retiraba para luchar la prevalencia de la creación.

Después de un abrumador gritó y auto seguido, el llanto de un bebé se dejó escuchar por toda la estancia. El general entro apurado al lugar donde su futuro hijo, nació. Y ahí en medio de todo ese ajetreo, los vio.

Henutmire sostenía entre sus brazos a un hermoso bebé, del cuál todavía no sabía el género. Se acercó hasta donde ambas estaban, la princesa que miraba con adoración pura en sus facciones al observar a su hija. Levantó la mirada y sonrió, como sí más nada en el mundo la hicieran ser feliz.

—Disebek, ven acércate.—pidió con cariño.—Mira a nuestra hermosa hija.

—¿Es una niña?.—la pregunta del soldado, recibió como respuesta un asentimiento de la princesa.—Por los dioses, me has hecho el hombre más feliz del mundo.

—Ven acércate.—hablo para después reír.—Tomala entre tus brazos.

—¿Pero y si la dejo caer? no es buena idea, Henutmire.

Pero su mujer ya no lo veía a él, sino que tenía la mirada fija en ambos. El como el general del ejército egipcio, un valiente soldado, alguien que estuvo en varias batallas, que lideró un sin fin de hombres. Tenía miedo que hacer que su hija cayera. Era realmente tierno algo así.

En ese preciso momento el general se fijo bien, entre sus brazos tenía a un hermosa bebé. De piel como la porcelana, de largas pestañas y labios rojizos y carnosos, además de poseer el hoyuelo de su madre. Era la bebé más hermosa sobre la tierra, por ella le entregaría su vida a los dioses, haría cualquier cosa por ella. Se enfrentaría al propio Faraón por ella, cualquier deseo se lo cumpliría. Era su niña bonita, su mayor tesoro, su pequeña creación.

—¿Cómo la llamaremos?.—inquirió la princesa.

—Nefertiti Isis, "Bondad de Atón, la bella ha llegado" "Reina de los dioses".—habló rápidamente Dicebek.—Eso es lo que significa ella para mí, que la belleza a llegado a mi vida y ella es mi reina hermosa.

—Es un nombre maravilloso.

𝑬𝒈𝒊𝒑𝒕𝒐| 𝑹𝒂𝒎𝒔𝒆́𝒔.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora