Parte 59

15.7K 3K 2.6K
                                    

—¿Me has echado de menos, monstruo?

Reconocí de inmediato su voz. Era uno de los tipos que me atacaron semanas atrás. El semidiós que había hecho el juramento, el que bebió mi sangre.

A pesar del miedo que me daba, mi cuerpo actuó de forma instintiva. Pasé las dos manos por encima de mi cabeza y sujeté el brazo con el que me agarraba el pelo. Me agaché, me giré hacia él y me volví a levantar retorciendo su mano hasta que me soltó. Entonces eché a correr.

Se lanzó detrás de mí, llegando a alcanzar mi mochila. Me la quité rápidamente y seguí corriendo, pero era demasiado rápido y volvió a darme caza, agarrándome esta vez por la cintura. Conseguí zafarme de nuevo y pude propinarle un fuerte codazo en el estómago. Mi cuerpo actuaba de forma automática, las clases de Ray estaban dando sus frutos.

El codazo apenas le afectó, me agarró desde atrás, rodeando mi cuello con su brazo.

—Estás peleona, ¿eh? Vamos a un lugar más privado —dijo asfixiándome y obligándome a caminar hacia atrás.

Esa llave también me la sabía y aunque me costó liberarme y sentí cómo me mareaba por la falta de aire, me libré de él y me dejé el alma corriendo por mi vida. Había demostrado ser más rápido que yo así que lo que necesitaba era ayuda, la necesitaba desesperadamente, pero estábamos rodeados de edificios de oficinas y a esa hora la calle estaba desierta.

La cuarta vez que me alcanzó no trató de inmovilizarme. Me agarró, tiró de mi ropa y de un puñetazo me tiró al suelo. Lo siguiente que supe es que estaba sobre mí, impidiendo con su cuerpo que me levantara y con sus manos rodeando mi cuello, apretándolo. Pataleé, le arañé, intenté gritar, pero no sirvió de nada. Recordé a Ray sujetándome contra el suelo: "ahora sí que estás jodida".

—Qué fácil va a ser sacarte sangre cuando estés inconsciente.

Me rendí. Dejé caer mis brazos a los lados y mis labios pronunciaron "no, por favor". Era mi último recurso, no podía perder el conocimiento estando sola con alguien que había amenazado con decapitarme. Aflojó las manos sin soltarme. Conforme la sangre volvía a fluir hacia mi cerebro, la imagen de mi atacante dejó de ser un borrón para mí y pude verle por primera vez la cara.

Tenía una barba no demasiado frondosa, rubia oscura como su cabello. Los lados de su cabeza estaban afeitados y el resto del pelo lo tenía recogido en un descuidado moño. Sus ojos eran azules, muy claros, y sus rasgos me recordaron a los de Apolo. Por un momento pensé que era él, pero conforme le enfocaba iba viendo las diferencias. No era tan perfecto como el dios, pero su parecido era innegable.

—¿Te vas a estar quieta? —Su acento era de Madrid.

Tan solo esperó un par de segundos antes de darme un puñetazo en la cara.

—Contesta.

Asentí sin girar la cara hacia él por si me daba otro golpe.

—Buena chica. Dame el brazo.

Él no sabía el efecto que esas palabras tenían sobre mí. No sabía que mi brazo actuaba por su cuenta, que perdía el control sobre mis acciones y que aquello me aterraba más que cualquier golpe que pudiera darme. Quise chillar, golpearle, escapar de mi cuerpo, pero tragué duro y solo me permití llorar. No podía dejarme llevar por las emociones en ese momento, debía pensar en cómo quitarme a aquel cabrón de encima, salir de aquella situación viva y a ser posible con toda mi sangre.

Mis piernas estaban inmovilizadas con las suyas, no podía girarme porque su peso me sujetaba contra el suelo, no podía alcanzar el cuchillo de mi pierna, no tenía serpientes, ni escamas, ni fuerza de gorgona y uno de mis brazos le pertenecía. Tenía que tirar de mi último recurso: el poder que mi tía me había prohibido usar.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora