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Gustabo y Horacio bajaban las escaleras que llevaban a la estación, debían presentar un trabajo juntos para una materia, por lo que Gustabo pasaría el día en casa del de cresta, aunque en lugar de hacer el trabajo seguramente se la pasarían haciendo el tonto en el hogar del menor.

Charlaban tranquilos hasta que Horacio soltó un leve chillido, el cual calló cubriendo su boca con sus manos.

— ¿Qué pasa tío? — preguntó el rubio al notar como su amigo se quedaba congelado a mitad de la estación.

— Es el — susurro al rubio mientras señalaba una despeinada cabellera gris. Nunca antes le había tocado encontrarlo por la tarde, por lo que se sorprendió al verlo ahí.

Gustabo lo analizó con la mirada, no estaba mal, era un chico atractivo y aparentaba ser buena gente, sin duda Horacio tenía buen ojo con los chicos.

Horacio creyó que irían al mismo tren, pero al contrario, cogió de nuevo el tren que se dirigía al sur.

Le restó importancia a aquello y subió con Gustabo al tren, ambos tendrían un largo día.

[...]

— ¿Quién coño pide escribir biografías en lugar de examen final? — se quejó el rubio mientras soltaba la pluma y retiraba su décima biografía de la mesa.

— Pues la verdad es que está mejor que hacer examen, ¿No crees?

— No, odio escribir Horacio, es horrible, mi mano duele.— el mencionado río ante la reacción de su amigo.

— ¿Qué te parece si vemos una película? sirve que descansemos hoy.

— Me parece perfecto, iré a por botanas — dijo el rubio mientras se levantaba del asiento y se dirigía a la cocina.

Horacio recogió un poco las cosas y encendió el televisor, un canal de noticias estaba puesto, por lo que escucho sobre un ataque terrorista que había ocurrido cerca de la ciudad en la que vivían. Quito aquello y colocó Netflix en su lugar, ya ambos elegirían que ver.

JuevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora