Cuando Trua volvió

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Hace miles de años, tan lejanos que se hace imposible imaginárselos, nació una pequeña bebé

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Hace miles de años, tan lejanos que se hace imposible imaginárselos, nació una pequeña bebé. Habían dicho que era varón; todo tipo de brujas y hechiceros predijeron su futuro, este sería un desgraciado mas. Pero en un mundo que no es como te lo contaron, hace mucho tiempo, sin registros de que el planeta tierra hubiera sido de aquella forma, nació Trua.

Mientras crecía fue callada, donde fuera que se le dijera que debía estar, ella estaba; y donde fuera que se le dijera que tenía que ir, ella iba. Las personas conocedoras de su destino se lamentaban por ella, suponiendo que su sosiego era parte de su condena. Está de mas decir que todos se equivocaban.

Cuando Trua cumplió diecisiete años, el decimo tercer día del mes sexto, mató a mas de veinticinco hombres. Nadie supo como, pero si porqué. En el territorio del bosque, el dios del mismo y sus subordinados perecieron de una horrible forma. Y en consecuencia de esto surgió la diosa Trua, diosa del bosque y vindicadora del mundo cándido.

-¡Qué maldita manera de recibir a una maldita deidad! -bramó con enojo la diosa en el cuerpo de la joven. -Eso me dolió -dijo entre dientes mientras miraba al techo, refiriéndose a la estruendosa caída de muerte que la despertó.

Volteó los ojos y se sacudió las ropas con disgusto.

-Gracia, ¿pero como es qué tu estás...? -su padre, quién había sido espectador de la forma en que la muchacha terminó sin vida; pronunció palabras de desconcierto con lagrimas en los ojos.

-Quiero olvidarlo todo -dijo con desgano la hermosa mujer mirándolo a los ojos.

Y bruscamente el hombre, como si despertara de una ensoñación, habló con extrañeza en su voz: -Gracia.

-Hola -hizo una pausa y sonrió con incomodidad -papá.

-¿Te hiciste algo? Te ves diferente. Ah, estás usando la blusa que te obsequié, que buena elección ¿no crees? -habló el hombre con entusiasmo, como si nada, asintiendo y arrugando las comisuras de sus ojos al sonreír con orgullo.

Trua bajó el rostro para observar lo que llevaba puesto y sintió nauseas.

-No -espetó con obviedad -no me gusta el azul metálico, ¿como se te ocurre? -el tono malcriado de su hija hizo que el padre la mirara extrañado con algo de diversión en su rostro -Voy a salir.

La mujer caminó confiada hacía la salida, mientras que su cabello corto hasta los hombros se meneaba con cada paso que daba.

-¿Que? ¿pediste permiso a tu madre? -interrogó el hombre de cuarenta y cinco años, su respectivo tono de padre se elevó.

-No -Trua cerró la puerta detrás de ella, dejando a un padre desconcertado y a una madre cuestionando la situación a la que recién entraba.

-Amor ¿estabas llorando?

-¿Eh?

Las calles estaban iguales, pero aquella joven no era la misma. Claramente Trua recordaba todo, había estado en una especie de ensimismamiento en el que lo que se mostraba de ella se hacía llamar Gracia.

-Gracia... -pronunció aquello en voz baja con detenimiento y disgusto.

Al dar unos pasos se encontró justo en frente de la vitrina en la que Gracia no se había dignado a mirarse completamente. Trua hizo todo lo contrario; entrecerro los ojos, torció los labios, arrugó la nariz, dio varias vueltas en el lugar.

-Dios mezquino, ¿cómo se me permitió vivir así? -cuestionó con indignación.

Si bien ese era el mismo cuerpo de hace miles de años, Gracia no se había dedicado a él. Cuando Trua despertó el universo le devolvió su beneficio de la belleza esbelta, algo que todos los dioses poseían. A pesar de que seguía siendo el mismo cuerpo.

Trua sabía cuál era el objeto de su nueva vida, así que pronto llegó al lugar al que debía acudir, sin quejas, o tal vez algunas pocas, y sin retorno.

La vieja puerta de lo que alguna vez fue una casa patrimonial se alzaban frente a la mujer. El jardín que rodeaba la estancia poseía una hierba descuidada y bastante alta, la pintura que tenía indicios de haber sido rosa se caía y desteñia, dejando ver un blanco con aspecto sucio y rancio. Todas las ventanas estaban selladas y la gran puerta era imponente a pesar de su aspecto.

Trua respiró profundo.

-Sigue oliendo más al infierno que al cielo -murmuró pensativa, y sonrió.

Se acercó a la entrada y puso su mano abierta contra la puerta, sonrió de nuevo y dejó caer la mano, entonces gritó con descaro: -Vieja!

-Hey vieja hija del infierno! Ábreme la puerta.

En ese momento la rama de un escuálido árbol que yacía junto a la casa cayó justo al lado de Trua con la fuerza para romper una cabeza. La mujer abrió los ojos con diversión.

-No puede ser, sigues siendo igual de salvaje -dijo entre risas al momento en que se abría la puerta.

Trua entró en la estancia con elegancia, como si nunca hubiese dejado de ir a aquel lugar.

Al pasar de la primera puerta solo había una entrada vieja, pero la segunda puerta contigua a la principal guardaba muchos secretos y tesoros místicos y sobrenaturales, como Trua.

Esta última se abrió paso y entró a la sala en la que debía poner un pie todo aquel que fuese al infierno o al cielo; dirigida por la hija de Hades. Makaria, diosa de la muerte compasiva dio un paso atrás con los ojos bien abiertos, sujetándose de su escritorio para evitat caerse de espaldas.

-Estás igual que siempre -pronunció anonadada.

-Increíble, ¿no crees? -a Trua le encantaba perturbar a aquella importante mujer.

-Gracias por volver -dijo Makaria habiéndose calmado.

-Si, bueno, no hay de que. Aunque yo no hice nada -la más joven se encogió de hombros con rostro inocente.

Makaria, de unos cincuenta años, caminó lentamente hacía Trua, quien mantenía una ceja alzada y mirada arrogante. A la mujer le pareció nostálgico todo respecto a la joven. La miró a los ojos y empezó a reprenderla.

-Pero escúchame bien. La próxima vez que vayas al infierno por alguien más, no vuelvas -amenazó mientras le apuntaba con un dedo.

-No obstante era mi destino -se defendió.

-Eres una deidad -pronunció secamente, fue casi como un grito.

-También soy una Selvmord.

La Gracia De TruaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora