Camilo Rough se había convertido en un médico de renombre, dejando -si se podía- el apellido más famoso de Estados Unidos en un nivel mucho más alto. Tenía todo lo que un Rough posee por excelencia: El buen físico, la inteligencia y, por sobre todo...
—Tú y yo no nos vamos a enfriar nunca— pronto mis manos estuvieron a cada lado de su cabeza. Pegué mi frente a la de ella.
—Jamás vuelvas a decir eso. Nunca, jamás, vuelvas a insinuar que no somos lo que somos.
Y le arranqué un beso como hace tiempo no se lo daba. La sed que sentía y la rabia que me embargaba se había soltado en ese beso. Maldita Hope y maldita la forma que tenía de voltearme en mí mismo.
Comencé a arder.
Por primera vez en mi vida, rompí su vestuario. Lo rompí con las ansias que se colaban por mis dedos. Mi mano subió hasta su cabeza para tomar su cabello de forma brusca, tratando de no hacerle daño, para direccionar su boca a la mía y mantenerla ahí.
—Es solo un mal momento— volví a susurrar. Sus manos se colaron por debajo de mi camiseta de ejercicio (que no hice) y me apartaron de su cuerpo para poder quitarla.
—Nos estamos cayendo en pedazos— me dijo de vuelta, mordiendo mi hombro.
—Mentirosa— dije sobre su boca.
La levanté de la cintura y junté nuestros pechos.
—¿Qué nos está pasando?— me dijo pegando su frente a la mía. Apreté los labios. No lo sabía. No sabía cómo arreglar lo que habíamos roto. O lo que había roto y ella había dejado que lo hiciera.
—No lo sé. Sólo sé que te amo y que sin ti me muero, Hope. No quiero que la vida me arrebate lo único puro que tengo en ella.
Y lloramos. Por primera vez lloramos juntos mientras nos volvíamos uno. Tal vez estuvo mal. Tal vez debimos afrontar la tensión que acumulábamos de una forma distinta, pero fue la única forma en la que lo supimos hacer. No se sintió que estaba mal. Solo sentimos que pudimos haberlo hecho mejor.
Ojalá.
Ojalá lográsemos derribar los muros que construimos sin darnos cuenta. Ojalá yo pudiera dejar que estos pensamientos salieran de mi mente a mi boca, para que así ella me comprendiera. Que comprendiera que no era que me había apagado, sino que habían razones que me hacían alejarme para protegerla.
Ya había recibido mucho odio por estar enfrentando todo el asunto del juicio. Me daba miedo, me aterraba que algo pudiese pasarle a ella. Ella era mi vida. Por eso la encerraba, por eso quería que estuviese sana.
—Si te pasa algo, me voy a morir. Eso tienes que entenderlo.
Ella sorbió por la nariz.
—Sí, pero si al mismo tiempo te alejas, es difícil. Camilo, ni siquiera hablas conmigo o me cuentas tu día o me dices qué preparan para el caso. Quiero que salgas y compartas con los demás y no lo haces. No te entiendo.
Que era difícil de entender lo sabía. Pero nadie estaba pasando por lo que yo estaba pasando. No quería la lástima de nadie.
—Déjame resolver esto— le pedí.
—No te pierdas en el camino, entonces. ¿No puedes dejar que te acompañe mientras lo haces?
Me tensé.
—No quiero que corras peligro.
—No soy una muñeca, Milo.
Negué.
—No entiendes— dije, comenzando a separarme de su cuerpo. Así no podía pensar.
—¡El que no entiende eres tú! No soy frágil, no me van a romper. Lo único que te estoy pidiendo es que pases más tiempo con los tuyos, conmigo, que me dejes saber. Que hables. ¿Es tan difícil?
Me metí al baño.
Había recibido una amenaza. Eso ella no lo sabía. No quería que saliera a la calle con miedo, ni que la pudiesen lastimar. No quería que le pasara nada.
Si tenía que mantenerla alejada, lo iba a hacer. A toda costa.
—Podemos cenar con la familia cuando quieras— dije a través de la puerta.
Cuando volví a salir, duchado, ella estaba sentada esperando.
—¿Lo dices en serio?— preguntó.
—Sí, Hope. Pero aquí. Quiero que vengan aquí.
Ella asintió.
Supongo que eso era algo.
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Corto, pero necesario. Iré subiendo más esta semana. Stay tuned.
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