III. Cena sobre el fuego

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Y al igual que durante las noches anteriores yo había dormido como si estuviera acunado por Dios, aunque en mi intimo temía que fuera el diablo. Anoche mis ojos se permanecieron fijos en el techo claro de mi habitación, sólo recordando las pesadillas que tenía, durante las pocas horas de mis sueños, de niño en un gran césped de mi antigua casa en Cuernavaca. Dos niñas, con traviesos ojos verdes, tan directos que podría jurar que sabía de qué vientre habían salido, aunque no habia una presencia materna en mi sueño. El o que me había despertado era la voz de mi madre tan enérgica y ruidosa que resonó a través de la verde hierba iluminada por el sol, y dentro de mi sueño, ambos las cabecitas se habían vuelto, con sus cabellos negros volando contra la luz del sol, sus ojos fijados en mi madre.

Y esa corrió por el césped, abriendo los brazos y agarrándolas, como si fueran la sangre de su sangre. Y eso me arrebató el sueño, la tranquilidad y mi paz, porque durante toda la noche, sólo podía pensar en lo afilados que eran los rostros, y eran brillantes y traicioneros. Sólo eran niñas y ¿habría visto rostros como ese antes? Dicen que el subconsciente juega con el sueño, jugando con las imágenes vistas anteriormente y los miedos internos, ¿pero cuál era el miedo en este sueño? Y cuál era la imagen ¿ya se ha visto? Sabía que la imagen ya vista era Victoria. Y el miedo que sentía estaba encerrado en mi mente, acechando en los momentos adecuados para me hacen sufrir. Los recuerdos duelen como si el momento seguía siendo el presente.

- ¿Tiene un problema que quiere me dices, hijo mío? - La voz de mi madre y un toque en mi brazo me despertó de mis sueños. Levanté la cabeza y la miré fijamente sentada frente a mí en mesa redonda del restaurante entre nosotros. El blanco del mantel contrastaba con ellos platos oscuros, y cogió la copa de vino puesta frente a ella.

- Sólo estoy cansado, mamá. - Intenté con una sonrisa disimular la aprensión que había sentido todo el día. La sorprendí asintiendo con la cabeza, comprendiendo que conocía el hijo que tenía, pero permanecí en silencio, sólo mirando el agua servida en un vaso para mí.

- Estás mintiendo, Juan de la Cruz, entiendo que hay problemas que no quieres compartir. Sólo quiero que sepas que tu padre y yo siempre estamos ahí para ti. No pudo hacerlo, pero estoy aquí. - Intentó disculparse sonriendo, y extendí mi brazo hacia ella, acariciando su mano.

- Lo sé, mamá. ¿Cómo está papá? - Intenté cambiar el rumbo del tema, consciente de que ella volvería a las preguntas que no estaba en condiciones de hablar. Ella sonrió, inclinando su cabeza y retiró su mano de la mía.

- Tu padre también está cansado, Juan. Hemos renovado nuestra casa en Cuernavaca. - Ella miró nostálgica, levantando los ojos hacia la gran y elegante lámpara de araña que había encima de nuestras cabezas.

- Parece tan hermoso. Te echo de menos allí, ayudando a tu padre. El césped, Juan, tiene el mismo aspecto que antes.- Su voz me produjo un escalofrío y me quedé con los ojos muy abiertos, vislumbrando el viejo césped, con dos chicas corriendo. Los vestidos floreados volaban en el viento, y me perdí en mis propios pensamientos, sólo escuchando a mi madre, sin verla realmente. Y a lo largo de con el asombro, sentí nostalgia al recordar tiempos más felices en la familia.

- Tu padre lo replantó, hizo florecieron nuevas rosas y el sol brilla allí como lo hizo en su infancia. ¿Cuándo nos visitará?

Las chicas levantaron la cabeza, dejando sus largos cabellos negros contra los hombros, y gritó una llamada a mi madre, que al escuchar y sonreír se me heló hasta el alma.

- ¿Juan de la Cruz? - Salté de mi silla cuando sentir el toque de los dedos de mi madre en mi mano, y mis ojos se abrieron de par en par, dándome cuenta de que me había perdido su pregunta.

- ¿Qué? - Estaba avergonzado por mi desmayo y mi madre me miraba preocupada. Ella tomó mis manos, colocándolas en su regazo bajo la mesa y se inclinó hacia adelante. Su pelo negro, en un moño la hacía parecer más joven y frunció el ceño, revelando las arrugas de la edad.

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