Capítulo 36 - Hacia lo salvaje

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Ante nosotros y flanqueada por una exuberante vegetación, se abre paso una carretera estrecha de tierra rojiza en mitad de esta orografía tan particular que tiene Rwanda

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Ante nosotros y flanqueada por una exuberante vegetación, se abre paso una carretera estrecha de tierra rojiza en mitad de esta orografía tan particular que tiene Rwanda. Eso y su color verde, un verde esmeralda, estridente y único que no había visto antes en ninguna otra parte del mundo, acentuado ahora por las densas nubes negras que encapotan el cielo, dando la sensación de que casi podríamos tocarlo con la punta de los dedos a medida que ascendemos por la colina.

Perdida en esta hermosa visión, me doy cuenta de que es la primera vez que salgo del pueblo, desde aquel paseo con Blaime, a los pocos días de llegar aquí, y de eso hace casi tres meses.

Es entonces cuando reparo en lo rápido que se me ha paso el tiempo aquí, en todo lo que he vivido, lo que he aprendido desde entonces, experiencias que me han cambiado hasta el punto de sentir que ya no soy la misma persona que pisó esta tierra por primera vez.

Ajenos a mi viaje espiritual, los ocupantes del vehículo mantienen una animada conversación, mientras en la radio local un locutor de voz grave y tono enérgico parlotea en su idioma algo que no consigo entender, pero que a juzgar por como suena, se podría decir que se trata de un mensaje de carácter político, recordándome a esos dictadores que en ocasiones salen por la televisión protagonizando alguna noticia de la que enseguida se olvida el mundo.

Es entonces, cuando movida por la curiosidad, interrumpo la conversación que mantienen las chicas con los muchachos de la ONU, para tratar de indagar en el mensaje de la radio.

—¿Qué dice ese hombre?—Es Jerome el que contesta arrojando luz a mis dudas.

—Pues dice que "hay gente perversa entre nosotros. No sabemos cómo Dios nos ayudará a echarlos. No obstante lucharemos. Son los Inkotanyi, que es la guerrilla tutsi, gente mala de etnia perversa"— No ha terminado de traducirme el mensaje, cuando el conductor, que no es de un carácter tan afable, lo interrumpe replicando entre dientes.

—Llevan así meses, que si hay que expulsar a los tutsis, que si son serpientes, cucarachas... Es todo lo que suena en la radio nacional Mil Colinas... Eso y malas canciones— Por un momento todos guardamos silencio, tratando de prestar atención a lo que dice el hombre de la radio, aunque no logre entender ni una palabra por lo que supone la barrera del idioma. Hasta que Cristi rompe el silencio para formular una teoría escalofriante.

—Los están deshumanizando, como hicieron los nazis con los judíos...— La reflexión en voz alta de la muchacha genera un silencio cargado de consternación ante la gravedad de sus palabras. Porque por más que me esfuerce, jamás entenderé qué lleva a la población de un país hasta este extremo. Pero lo que más me sorprende en este caso, es que a pesar de la presencia de la ONU y ese acuerdo de paz, el gobierno permita difundir este tipo de mensajes incitando la segregación.

Tratando de alivianar el pesado ambiente que se ha generado tras la reflexión de Cristi y sorprendida de que tanto Jerome como su compañero senegalés, a juzgar por la bandera que lucen sus uniformes, como la del capitán Diaye, entiendan tan bien el idioma local, inquiero.

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