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Edén.

Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.

2 Corintios 11:14

ºº

Central policial S.W.A.T, Chicago. 3 de enero de 2017.

- Hemos llegado, soldados. – Anuncia el teniente que nos ha recogido y guiado. – Prepárense para descenso e ingreso.

El camino desde el aeropuerto hasta la central se convirtió en un viaje de completo silencio y tensión. Ninguno de los postulantes decidió entablar conversación con cualquier otro, ni comentó sus dudas en voz alta. Todos queremos aparentar ser los mejores cuando estamos muertos de miedo por lo que nos espera.

Seis soldados son mi competencia. El camión donde nos han transportados tiene dos bancas en sus laterales y no posee vidrio alguno, solo pequeñas aberturas en la parte superior de cada lado para que ingresen débiles rayos de luz. Frente a mi hay cuatro soldados y tengo uno de cada lado. No voy a mentir, me sorprendí al ver que era la única mujer seleccionada para tales pruebas pero también vi esto como una ventaja. Un modo de sobresalir.

El camión se mueve de manera frenética, obligándonos a sostenernos del borde de las bancas, hasta que de manera repentina se queda inmóvil. Por primera vez en el viaje, todos cruzamos miradas con quienes tenemos delante. Miedo, confusión, curiosidad, emoción. Hay de todo reflejado en los ojos de mis adversarios.

El teniente, quien viajó parado todo el trayecto hasta la central, avanza desde su punto junto a la cabina del conductor hasta las puertas traseras. Quita el seguro y las empuja, permitiendo que la luz y el aire fresco ingresen al camión. Tenemos vista de un estacionamiento con pocos autos en él y, cual postal navideña, todo cubierto de nieve.

Nuestro guía salta del camión y se voltea para vernos, sonriendo de oreja a oreja. Extiende sus brazos hacia los lados y ladea la cabeza, rompiendo con toda el aura de seriedad que portó durante el trayecto hasta aquí.

- ¡Sean bienvenidos a la unidad policial más cabrona del puto mundo! – Grita.

Como respuesta obtiene bullicio. Silbidos, aplausos, insultos y chillidos, todo parte nuestra.

- Están jodidos y por eso les deseo la mejor de la suerte.

- Eso no es muy alentador. – Murmura el soldado que tengo a mi izquierda.

- Ahora, bajen de ese sucio camión para conocer lo que será su campo de guerra durante los próximos tres días.

Nos ponemos de pie y descendemos del camión. Ni bien mis pies chocan contra el duro pavimento, hago unos cuantos pasos para observar las instalaciones. Contengo la respiración al ver la magnitud de la infraestructura y lo imponente que es. Todo está cubierto por la blanca nieve característica de esta época, pero eso solo embellece más el lugar. Cuatro son los edificios frontales del lugar, siendo los extremos idénticos. Los del centro se asemejan pero uno posee vidrios totalmente polarizados, evitando que se pueda ver para dentro.

- Será mejor que dejes de babear tu uniforme. – Una voz varonil susurra en mi oído izquierdo y me provoca un susto. Miro en esa dirección mientras sostengo mi pecho, fulminando con la mirada a quien provocó tal sensación.

- ¡Casi me matas del susto, maldito infeliz! – Mascullo en español.

El hombre que tengo en frente contrae su expresión en modo de confusión. Su uniforme es exactamente igual que el mío, ya que nos los han enviado días antes para vestir de manera pareja, pero el suyo se ajusta en las zonas indicadas. En cambio, el mío parece ser uno o dos talles mayores que el que acostumbro a usar, haciéndome ver aun más pequeña y chistosa.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora