Capítulo 3: La Prueba

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“He aprovechado las sombras que pasan de un mundo a otro para sembrar la muerte y la locura”

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“He aprovechado las sombras que pasan de un mundo a otro para sembrar la muerte y la locura”.

Lovecraft.

La joven acarició su cuello, notando aún la presión que Vaas ejerció en ella. No podía definir cómo le había hecho sentir aquello, pero sí supo que su corazón se aceleró sobremanera y que el nerviosismo invadió su estómago. Estaba segura que él notó su debilidad y, en cierto modo, su gemido la delató de sus instintos y recónditos deseos. Por esa razón no podía mostrarse como tal. No debía dejar que nadie, ni siquiera él, pudiera ver vulnerabilidad en sus ojos.

«Eres fuerte, Iryna. Sabes que lo eres», se reconfortó así misma.

Iryna abrió con reconcomio la bolsa de tela que Vaas Boncraft le había obsequiado. Era un vestido rojo, ajustado, que se ceñía al cuerpo con elegancia y perfección. El tacto se mostraba agradable. Era de satén. También había añadido unos tacones de aguja.

Una nota cayó de este. Ella la leyó.

«Para estar bien integrada en El Club de los Aristócratas, debe vestirse como uno de ellos. Espero que este elegante y refinado vestido sea de su agrado, señorita. Tiene todas sus medidas.

Atte: Vaas Boncraft».

Admitía que la prenda era una maravilla, pero la letra cursiva y elegante de Vaas era aún más cautivadora. ¿Acaso el dueño de la mansión era perfecto hasta para escribir?

«Dame un solo signo de alerta para saber que no eres perfecto, Boncraft. Nadie lo es».

Ella frunció el ceño y dejó la nota encima de su tocador. Justo después, se dispuso a colocarse el vestido. Si quería pasar desapercibida en aquella mansión, debía actuar como tal. Seguir sus órdenes era primordial para que el amo no sospechara de su verdadera intención, aunque no estaba segura de cuánto podría aguantar. Lo que sí tenía claro es que iba a llegar hasta el final de la cuestión. Sin embargo, aún no había visto ni un cinco por ciento de aquella mansión ni su gente.

Se estudió frente al espejo y se atusó un poco su cabello ondulado, colocando sus mechones cómo más le gustaba. Admitía que se veía hermosa con aquel vestido tan primoroso.

Agarró aire y lo soltó en un suspiro. Después de aquello, salió de la habitación.

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Era temprano por lo que aún se encontró a algunos Aristócratas en sus habitaciones, preparándose para el desayuno. Observó de soslayo una habitación entreabierta, donde se podía visualizar a una mujer en su interior.

—La curiosidad mató al gato, reina —murmuró la susodicha desde el interior—. Si deseas entrar, hazlo. Ya te vi.

Poseía una voz dulce, casi maternal. Iryna se introdujo para pedir disculpas por su atrevimiento.

El Club de los Aristócratas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora