13. Pesadilla vivida

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Si bien, nunca sabía cuándo era de noche, ya que fuera de la ventana siempre estaba oscuro, llegado cierta hora del día, el sueño me vencía, así que decidía dormir. Además, tenía un reloj junto a la cama, el problema era que nunca sabía si se trataban de las ocho de la mañana o de la noche.

— ¿Tienes sueño? — le pregunté a María. La cual había permanecido sentada en el suelo, abrazada a sus propias rodillas, desde que había llegado. No se había cambiado de lugar ni una sola vez.

María me respondió con un encogimiento de hombros. Pues, la entendía, al principio me fue difícil acostumbrarme a la ausencia del sol.

— Pues, yo tengo sueño — dije mientras llevaba una sábana y una almohada al sillón. María me miró en silencio mientras preparaba una cama improvisada —. Yo dormiré en el sillón. Tú puedes hacerlo en la cama para cuando tengas sueño — la niña no me respondió, así que desistí en esperar una respuesta de su parte.

Me recosté a lo largo del sillón, el cual tenía forma de diván, y me tapé con la sábana hasta los hombros. Intenté dormir cerrando los ojos, pero la luz encendida me molestaba.

Volví a abrir los ojos y giré levemente para ver a la niña. No se había movido de lugar, ni siquiera había cambiado de posición. Hice una mueca de frustración antes de hablar. Sentía cierta pena al verla así, inmóvil, podía entender que esta situación era demasiado para una niña tan pequeña que seguramente no tenía más de diez años.

¿Cómo la única adulta debería mandarla a dormir? No me atrevía a obligarla, sentía que cualquier pequeña coacción podría romper el llanto en ella. Ese llanto que mantenía a raya, sólo por un pequeño y frágil hilo. Y yo no quería ser quién rompiera ese hilo.

— ¿Puedo apagar la luz? — opté por preguntar en cambio. Talvez, si apagaba la luz la niña se decidiera por seguir mi ejemplo.

María asintió en el lugar de manera positiva. Eso fue suficiente para levantarme de mi cama improvisada y darle al interruptor, al otro lado de la pared.

De vuelta en el diván, volví a taparme con la sábana y acomodé mi cabeza sobre la almohada buscando algo de confort en esa enorme e incómoda habitación.

Abrí los ojos del pequeño letargo que estaba consumiéndome cuando escuché que la cama de la habitación crujía. Sonreí al entender que se trataba de María acomodándose para dormir también. Sabiendo que la niña también se había dejado caer sobre los bazos de Morfeo, me fue más fácil dejarme vencer por el sueño.

Soñé con sombras y con fuego infernal, y esta, en comparación a las veces anteriores, supe que se trataba de un sueño, pero no por eso fue menos aterrador. Mientras escapaba de las llamas que querían quemarme y de las sombras humanoides que buscaban consumirme, mi cuerpo se halló en medio de un claro en aquel bosque de llamas. Parpadeé una vez y vi frente a mis ojos a Chris.

— ¡Chris! — lo llamé. Era él, había venido a salvarme.

El chico rubio extendió su mano, y la mantuvo suspendida delante de él en mi dirección, con la palma abierta, esperando a que yo la tomara. Y pensé en hacerlo, así que abrí mi mano y la extendí en su dirección, pero era como si mi percepción fallara, ya que por más que intentara llegar a él, no podía alcanzarlo.

Cuando creí que mis dedos podrían rozar los suyos con un poco de esfuerzo, sentí una presencia abrumadora a mis espaldas. Sin poder ignorarla, giré levemente para descubrir de quién se trataba.

Mi corazón se agitó cuando vi a Malcolm vestido todo de negro, como de costumbre, pareciendo una sombra más, pero a una que podía verle el rostro. Su sonrisa me carcomió el alma. Me dejó perpleja y me arrebató con un escalofrío. La impresión de su imagen, hizo que de manera inconsciente retrajera la mano que casi me conectaba con Chris, y la llevé a mi pecho.

Miré velozmente a Chris, seguía en el mismo lugar y a la misma distancia, pero su expresión había cambiado. Ya no me miraba, no, era como si hubiera perdido el interés en mí.

Abrí la boca con sorpresa cuando lo vi caminar hacia atrás, alejándose de mí. Mi corazón se contrajo con el miedo. Chris, él único que podía ayudarme, me estaba abandonando.

Quise correr hacia él para impedir que se fuera. No, él no podía abandonarme, no... ya era mucho para mi corazón la traición de Malcolm, no soportaría la suya también.

Extendí mis manos para aferrarme a Chris, quién brillaba como un ser de luz en medio de aquella oscuridad tenebrosa y solitaria. Pero mi cuerpo fue atrapado por los brazos de Malcolm, que me sujetaron por detrás y me atrajo con fuerza a su cuerpo.

Me sacudí, intentando librarme. Tenía que detener a Chris.

— No te vayas... no me abandones aquí con ellos.

La risa de Malcolm sonó estridente en mi oído y su aliento frío me estremeció.

Mis ojos no veían a Chris.

— ¡No! ¡Chris! — comencé a gritar, como si mi vida dependiera de ello, y así lo sentía, si Chris no volvía por mí, no tardarían en matarme — ¡Vuelve!

Intenté soltarme, pero Malcolm era como un monolito de piedra, imposible de doblegar.

Enloquecí intentando librarme. Grité para que volviera, lloré...

Cuando Chris desapareció, el claro comenzó a ser comido por las sombras que me rodeaban. El círculo comenzó a reducirse y cada vez se acercaba más a mí... las sombras me consumirían, me volverían parte de ellas...

— ¡No! — grité sentándome en el sillón.

Me llevé una mano a la frente, descubriendo que estaba repleta de mi propio sudor. Mi respiración era forzosa y mi cuerpo temblaba de frío y miedo, aquella pesadilla vivida me había llenado de terror, era como ver mis propios miedos representados en aquellos dos chicos.

Tenía miedo que Chris se haya olvidado de mí y nunca viniera a rescatarme. Ni siquiera sabía por qué guardaba aquellas esperanzas, talvez lo estaba esperando en vano, ya que él nunca vendría por mí.

Me tapé el rostro cuando sentí un apremiante deseo de llorar, pero me detuve cuando escuché el llanto de alguien más.

A la distancia escuché un movimiento inquieto, nervioso, como los que tiene una persona asechada por pesadillas. Al parecer yo no era la única que las sufría.

Corrí las sábanas a un lado, y me levanté con cuidado, procurando no hacer mucho ruido. Me acerqué a la cama de mi compañera de cuarto.

La niña se veía sudada, inquieta y fruncía su expresión con temor, como si un monstruo la molestara en sus sueños.

— Seguro es una pesadilla de niños — pensé con un hilo de voz. Yo solía soñar con monstruos y fantasmas cuando era pequeña.

— No, por favor... — me estremecí cuando la escuché hablar de manera quebrada entre sueños. Se oía muy asustada, no parecía ser un sueño solamente, era como un trauma —. Por favor, no, ya no, duele — entonces gritó, dio un quejido como si reviviera un dolor ya sentido. Ella era la que estaba teniendo una verdadera pesadilla vivida.

Su quejido de dolor, agudo, me atravesó los tímpanos y me enfrió el alma. Era horroroso el dolor que podía sentirse en un solo grito de miedo.

No pude quedarme quieta cuando la vi llorando descompuesta, con la respiración desencajada. Me senté en la cama junto a ella y la abracé con fuerza intentando calmarla. La niña se abrazó a mí y lloró en desahogo algo que tenía dentro de ella, pero que no lograba entender del todo.

Miré a María mientras temblaba y se veía incapaz de detener su llanto.

¿Qué diablos? ¿Qué le sucedía a esta niña? 

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora