*Capítulo 1*

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AVISO: Esta historia es independiente  de "PLEBEYA" por lo que no hace falta que hayas leído la primera parte, pero si advierto que habrá muchos spoiler de esa obra así que si prefieres puedes empezar por ahí, pero, repito, no hace falta. Lo siguiente es una promesa: esta historia será más intensa, mejor narrada, y explicaré mejor los detalles del mundo en el que viven que puede no quedara claro en la primera parte por no haberme organizado mejor xD.  

 Eso es todo. Disfruten la lectura y espero les interese. 

***

Se podría decir que hay tres eventos importantes que cambiaron el rumbo de mi vida; la primera, fue cuando supe quién era mi padre a los seis años. Recuerdo que estaba en mi habitación y que mi madre, muy amablemente, me explicó que el hombre que había estado visitándome y trayéndome regalos de vez en cuando, era en realidad mi padre biológico. La noticia fue algo impactante, pero a la vez me dio mucha felicidad, Adam me agradaba bastante y realmente quería un padre, eso que mis amigos tenían y yo no. No fue hasta que crecí, que me pregunté por qué había demorado tanto en aparecer, pero mi madre esquivaba esa pregunta cada vez que se la hacía y finalmente dejé de preguntar.

El segundo suceso, fue que mis padres me anunciaron que me iba a convertir en hermana mayor. Para mí fue emocionante, tenía siete, y podía imaginarme a otra niña en casa con quien jugar. No fue una niña. Eso me desilusionó y luego lo superé. Mi hermanito Daniel era el vivo retrato de mi hermosa madre: cabello castaño ondulado y ojos verdes. Mis padres casi no tenían problemas con él, su personalidad afable le robaba el corazón a cualquiera, y el mío también. Tal vez ellos se sintieron agradecidos de que su segundo hijo fuera menos complicado porque a medida que yo iba creciendo, les causaba más problemas. A veces ni yo misma entendía el por qué, pero mis discusiones con Adam- como solía llamarlo cuando me enojaba- eran el pan del día a día, especialmente al iniciar mi adolescencia.

Puede que el problema hubiera sido que me sobreprotegían demasiado, como si hubiese algún tipo de peligro del que me querían cuidar y yo no soportaba tener tantas restricciones: sal siempre acompañada de alguien, no puedes estar fuera hasta más de las siete, no puedes ir a casa de tus amigos, no puedes tener novio hasta que seas mayor, no puedes, no puedes, y no puedes. A veces me hartaba demasiado y me escapaba de la casa y hacía cosas muy locas como patinar dentro de un centro comercial con mis amigos hasta que un guardia nos sacara a patadas. Eso hacía molestar mucho a Adam «¡No quiero volverte a ver con esos chicos!» me gritaba antes de enviarme a mi habitación, como si el problema fuesen mis amigos, y yo le respondía con igual enojo que él no podía decirme nada porque ni si quiera estuvo conmigo los primeros cinco años de mi vida. Le decía eso porque sabía lo mucho que le dolían esas palabras, se reflejaba claramente en su expresión, y aunque detestaba ver así a mi padre, no me disculpaba con él. Una parte de mí sentía que merecía más respuesta de las que me habían dado y eso me daba el derecho a estar molesta con ellos, aunque en realidad, fuera de sus estrictas normas, estaba muy agradecida de tenerlo como padre. Ojalá hubiera sido tan madura como para decírselo entonces, pero mi rebeldía era más fuerte.

El tercer suceso, fue a los catorce. Mis padres nos sentaron a mí y a mi hermano en el sofá de la sala y mi madre simplemente lo soltó: «Su padre volverá a ser el Rey, lo que significa que ustedes van a ser príncipe y princesa» ...no supe cómo reaccionar a eso exactamente. Para empezar, ¿cómo era eso de que «volverá»? ¿O sea que ya había sido rey?... eso explicaba por qué muchas mujeres se emocionaban de ver a mi padre en la dulcería de mi mamá, pero siempre pensé que era porque mi padre era un hombre muy apuesto. Entonces ellos nos explicaron que el consejo real le había pedido que regresara, ya que al parecer las cosas no estaban yendo muy bien sin él y que estaban dispuestos a aceptar a su familia. Fue cuando me enteré que mi padre había renunciado a la corona para casarse con mi madre, quien era una plebeya. Dios...eran muchas cosas...tenía un montón de preguntas, pero mis padres se limitaron a responder muy pocas de ellas, como siempre. Mi hermano, por otro lado, se lo tomó mucho mejor que yo. Era casi que admirable la forma tan calma en que se tomaba la vida.

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