Capítulo Catorce

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El plato de comida seguía intacto, sus manos juegan con el tenedor revolviendo pero sin probar ningún bocadillo. Sus padres mantienen una conversación muy animada con el joven muchacho a su lado aunque no dejan de observarla esperando que lleve el tenedor a su boca.

Es cierto que en las últimas semanas no ha vuelto a dejado de comer pero lo que pasó en la pista del Roller en la tarde le dejó un sentimiento de vacío y dolor que no quiere comer nada. Las palabras de sus padres las escucha lejanas, susurradas, ajenos a sus pensamientos que parecen ser su mayor tormento.

—¡Nina! —grita su padre, haciendo un chasquido con los dedos frente a sus ojos con el fin de volverla a la realidad.

—¿Qué? —susurró, sin poder controlar una lágrima deslizó su mejilla que fue imposible controlar.

—Nina, cariño, ¿qué sucede? —preguntó su madre acercándose y darle su apoyo incondicional.

—No quiero comer —negó sintiendo su estómago revuelto y su padre iba a negarse pero su madre se interpuso.

—Bien, no comas y ya —habló sacando el plato de la mesa para guardarlo en la heladera—. Pero tienes que decirnos que sucedió —ordenó, volviendo a su lado tomó sus manos con delicadeza—. Por favor cariño.

—Señora Simonetti, creo que es mejor no presionarla, ella les dirá cuando se sienta lista de hacerlo —intervino Simón al ver el estado de la joven y que sus padres insistan tanto en un asunto que, de seguro, no querría que ellos supieran—. ¿Puedo acompañarla hasta la habitación para que se tranquilice?

—Bien —asintió su padre tomando la palabra—. Ana le llevará en unos minutos un té caliente para que no duerma con el estómago vacío.

Simón asintió y la agarró de las manos para ayudarla a levantarse. Una vez de pie caminaron juntos hasta el cuarto de la joven y al entrar la ayudó a acostarse en la cama mientras él se sentó en una silla de escritorio.

Sus ojos se fruncieron cuando ella empezó a hiperventilar y su respiración se volvió difícil de controlar. Empezó a tocer con dificultad, sus ojos rojos y sus manos temblorosas. No supo cómo ayudarla  y menos mal que en ese momento entró su madre con un vaso de agua.

Nina tomó el agua, su respiración todavía era regular y su madre a su lado intentó que ella volviera a respirar normalmente, haciendo los pasos con ella. Respirar por la nariz y expulsar el aire por la boca. Unos cuantos segundos después volvió a darle el agua con una pastilla que antes de salir de su cuarto le pidió que abriera la boca para verificar que lo había tragado.

Asintió y salió.

Simón se quedó estático en su lugar. Nunca imagino lo que sus ojos están viendo. La joven alegre y sonriente no se parecía en nada a la joven que tenía enfrente a sus ojos. Parecía de porcelana a punto de romperse y él no entendía que eso se debía a haber visto el beso —que ni siquiera llegó a suceder— entre el italiano y la joven inglesa que había destrozado su corazón sin ningún problema.

Ahora se sentía culpable. Él lo había visto antes pero se aseguró de que la joven de lentes negros viera con sus propios ojos que su mejor amigo sólo estaba jugando con sus sentimientos sin ningún descaro. Es verdad que él todavía tenía un resentimiento por ambos por lo que no medio las concecuencias de sus actos.

Nina en ese estado se veía realmente vulnerable y todo por no haber impedido que viera el dolor más grande que su pequeño corazón pudiera soportar. Si, en ese momento Simón se sintió el ser humano más tonto del mundo.

(...)

Delfi cerró los ojos con fuerza. Bufo molesta al volver a abrirlos porque no le sale los ejercicios de la clase de cálculo. La prueba más importante es en dos días y no puede resolver ese ejercicio. Lamentando haber entrado a ese instituto de ciencias económicas vuelve a agarrar el lápiz para resolverlo.

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora