Capítulo 37: El narrador

2.5K 388 25
                                    

Resumen del Autor: En el que Harry escucha algunas historias.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Alguien le estaba hablando a Harry.

Era consciente de que alguien le estaba manipulando la cabeza y el cuello y eso le parecía un poco aterrador, aunque no podía decir por qué.

Sin embargo, no era tan importante, excepto una o dos veces en las que le recorrieron sensaciones agudas que exigían su atención.

Lo importante era lo que le decía la persona que le hablaba a Harry.

A veces, cuando era muy pequeño, Harry se acostaba en su armario, escuchando a la tía Petunia leerle a Dudley cuentos para dormir. Siempre le dolía el pecho cuando lo hacía, pues sabía que los frikis no recibían cuentos. Los cuentos que escuchaba así eran robados. Él lo sabía. También sabía que estaba mal robar. Sus tíos se lo habían dicho. Se lo dijeron cuando lo sorprendieron robando comida de la despensa. Cuando le pillaban leyendo los libros de Dudley o quedándose fuera de la habitación de Dudley, escuchando los programas de televisión de Dudley, también le decían que eso era robar.

A veces, en la escuela, sus profesores leían un cuento. No sería un cuento robado, pero tendría que ser compartido con todos los niños de la clase. Nunca era sólo para él.

Pero ahora alguien le estaba contando un cuento. Tampoco era un cuento robado. Ni una historia que tuviera que compartir con una sala llena de compañeros de clase. Era una historia sólo para él. Lo sabía, sin duda, porque el narrador le sujetaba la mano con fuerza. Y la mano estaba presionada contra su mejilla. Una manga de terciopelo le pasaba por la barbilla. La mano le decía que estaba a salvo y que lo querían.

Harry había tenido sueños como éste antes, pero nunca uno tan real. Nunca uno que incluyera aromas de jengibre y especias o la cálida pesadez de las mantas.

—Tu madre dijo que éste era su favorito, Harry—. El Cuentacuentos dijo, conspiradoramente: —Le gustaban los que la hacían reír más—.

El Narrador de cuentos comenzó a contar la historia de alguien llamado Babbity Rabbity.

Harry se quedó a la deriva con las palabras. Después de un rato, perdió el hilo de la historia y sólo supo que la voz seguía hablando, haciéndole saber que no estaba solo.

Más tarde, unos dolores agudos empezaron a clavarse en su cuello. Gritó, más por el sobresalto que por el dolor, y luego reprimió el sonido, temiendo que el tío Vernon lo oyera. Le dolería mucho que tío Vernon le diera una bofetada además de esto.

—¿Harry?—, susurró alguien, —¿Te duele?—.

Harry trató de asentir, pero su cabeza no se movía. —Sí—, graznó. Se sentía confuso y empezaba a alarmarse. No estaba seguro de dónde estaba ni de quién seguía sosteniendo su mano. —Pero no es tan grave—. No quería que el dueño de la mano pensara que era un bebé.

Sin embargo, no pudo evitar agarrar la mano con más fuerza, ya que ésta intentaba alejarse.—Suéltala. Puedo darte una poción para eso—. Harry hizo lo que le dijeron, de mala gana. Harry abrió un poco los ojos, pero la habitación estaba a oscuras. La cabecera de su cama estaba levantada, por lo que estaba medio sentado. Alguien estaba sentado a su lado. En la oscuridad, sin sus gafas, no podía ver nada.

El Alguien hizo algunos sonidos sigilosos. Al cabo de un segundo, Harry sintió que el dolor empezaba a aliviarse.

—Te di algo para el dolor. No es seguro que intentes tragar nada hasta que el Crece-Huesos haya terminado—, dijo el Alguien. Era un hombre el que hablaba. Parecía que Harry conocía la voz, pero no podía ubicarla.

—¿Me he caído de la escoba?— Harry resolló, aunque no se sentía tan herido. Sin embargo, su alarma disminuyó. Debía de estar en Hogwarts, si acababa de tomar un poco de  Crece-Huesos y el Alguien estaba hablando de pociones. Eso estaba bien entonces, tío Vernon no podía traerlo aquí.

—No lo recuerdas?— Preguntó el Alguien, con seriedad.

—No—. Ahora, Harry se preguntaba si había estado haciendo algo estúpido.

El Alguien suspiró suavemente: —Hablaremos de ello más tarde—, susurró, confirmando el pensamiento de Harry de que había estado haciendo algo estúpido. Se preguntó en qué problemas se metería cuando estuviera mejor. —¿Hay algo más que pueda hacer por ti?—.

La poción para el dolor hizo que Harry fuera bastante más directo de lo que sería normalmente. —Me estabas contando historias—, dijo, —Nunca había oído historias como ésas—.

—Son historias de magos. Parecían hacerte sentir más tranquilo mientras Madam Pomfrey te arreglaba el cuello—. Alguien contestó, un poco rígido.

Así que ese Alguien era el Narrador de Cuentos de antes. El de la mano cálida, que tenía una manga de terciopelo.

—Gracias—. Era importante que Harry le hiciera entender al Narrador: —A los raros no se les cuentan cuentos, sabes—, sus palabras parecían un poco arrastradas, —A los niños que la gente quiere se les cuentan cuentos. La tía Petunia me lo dijo—.

—¿Qué quiso decir con "que la gente quiere"?—, preguntó el Narrador, lentamente.

—¿Prometes no decir nada?— preguntó Harry. Sabía que no debía decir esas cosas a los desconocidos. Aunque el Narrador no era realmente un extraño, aunque Harry no pudiera ubicarlo, por el momento.

—Tienes mi palabra—. Harry sabía de alguna manera que se podía confiar en que el Narrador cumpliera sus promesas.

—Me dijo que mi madre no me quería, incluso antes de morir—. Dijo en un ronco susurro. Era el secreto más oscuro de Harry: —Dijo que mis padres tenían que casarse. Que habría sido mejor para todos si hubiera sido yo quien muriera en ese accidente—.

—Tu madre no murió en un accidente, Harry—. Dijo el Narrador, en voz baja.

—No importa, sigue muerta. No le digas a la tía Petunia que te he contado lo que te ha dicho, ¿bien?— su garganta estaba extrañamente rasposa y dolorida, su voz rasposa. Le dolía seguir hablando.

—No lo haré—, aceptó el Narrador. Por supuesto. El Narrador era un mago. No conocería a la tía Petunia. —¿Sabes, Harry?—, dijo el Narrador con vacilación, —Tu madre hizo todo lo posible por traerte al mundo—.

Harry no quería oír falsos consuelos, —La tía Petunia lo sabría, sin embargo...—.

—Lo sé, Harry. Estuve allí—. El Narrador parecía muy, muy seguro.

Harry se sentó en silencio durante un segundo con los ojos cerrados, armándose de valor, —¿Quieres...?— Harry se detuvo, no queriendo molestar al hombre. El Narrador había sido terriblemente paciente con él, pero era estúpido pedirle más.

La mano volvió a tomar la suya. Harry se la llevó a la cara. Era la manga de terciopelo que olía a jengibre y a pimienta de Jamaica. —¿Voy a... qué?—.

—¿Contarme otra historia?—.

Una segunda mano se acercó, entrando en su limitado campo de visión, lentamente. Harry se encogió un poco, sin embargo. La mano se limitó a apartarle el flequillo de los ojos: —Sí, claro que lo haré—. El Narrador susurró: —Todos los que quieras—.

Digging for the BonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora