Capítulo 21.

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Antes de que saliéramos de casa lo detuve por el brazo. Ethan alzó elegantemente una ceja, y con una amplia sonrisa tiró de mi brazo hasta pegarme una vez más a él. Sus labios quedaron sobre la coronilla de mi cabeza. Fue inevitable no soltar un suspiro a la vez que acomodaba la mejilla sobre su duro pecho.

— ¿A qué hora volveremos?

Soltó una carcajada.

— ¿Cuál es el problema exactamente? Quiero decir —sabía que esa amplia sonrisa me invitaría a acceder a cualquier cosa que él me pidiera —mañana no tienes nada que hacer. Nos merecemos mínimo unas cuantas horas a solas.

Y sí, él tenía toda la razón.

Pero le prometí algo a Effie.

No me preocupaba el lugar donde estaría con él, más bien esperaba que no estuviéramos todo el fin de semana perdidos (aunque en otras circunstancias me hubiera encantado estar bien lejos de los demás y escondernos un par de días para dejar suelto nuestro amor).

—Ethan...—seguí, comportándome como una pequeña niña. Apreté los dedos en la fina prenda de ropa que llevaba, y me alcé de puntillas para besar su mejilla.

Él ladeó la cabeza de un lado a otro y respondió.

—A las dos de la madrugada prometo poner el motor en marcha, Frenicienta.

Esa vez reí yo.

—Cenicienta salió a las doce...—la mirada que me lanzó me hizo callar. — ¿A las dos, eh? ¡Perfecto!

Se apartó de mi lado, pero no antes de darme una ¿orden? Sí. Me pidió cariñosamente que me cambiara de ropa. Por supuesto sin detalles del lugar que pisaríamos, así que estaba muy complicado acertar con la vestimenta perfecta. En la habitación rebusqué en nuestro armario (que raro sonaba aun decir "nuestro") y de ahí saqué una falda que cubría hasta la mitad de los muslos; una camiseta negra de mangas largas para combatir el frío nocturno; y unas medias con unas preciosas líneas en zigzag que ayudaba a destacar las cortas botas que llevaba. Una vez lista, salí con mucho cuidado del edificio y bajé las escaleras a una velocidad que invitaba a caer al suelo en cualquier momento.

Una vez abajo, donde Ethan me esperaba con su viejo coche (ese que llamaba demasiado la atención) entreabrí los labios por la sorpresa.

—Pero...

—No digas nada —me advirtió.

Apunté la baca del coche con el dedo.

—Pero...

—No —dijo sonriendo.

¿En serio llevaba eso encima del coche?

¿Dónde iba a llevarme?

Me guardé todas esas preguntas para mí.

Presumí por delante de él la falda que me había puesto, y vi de reojo la sonrisa traviesa que alumbraba su bello rostro. Las puertas del coche quedaron cerradas, y nuestra aventura comenzó. El trayecto fue silencioso. Incluso la noche nos pisó los talones después de haber salido tan pronto de casa.

Mi teléfono móvil vibró, y al ver el nombre de la persona, tragué saliva y volví a bloquear la pantalla.

— ¿Quién es?

Sacudí la cabeza.

Bostecé.

—Nadie —ese nadie tenía nombre.

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora