Capítulo 5

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n/a: este cap es corto así que subí otro más, recomiendo llegar hasta el final. Esto se pondrá bueno, juju.

—Hay una epidemia—soltó mi mamá de pronto—. Las personas se están contagiando muy rápido y se cree que podría ponerse peor.

—¿En serio es tan grave? —pregunté.

—Aún no se sabe que tan grave es, pero debemos tener cuidado de no exponernos demasiado.

—Karen estaba tosiendo—recordó Daniel y todos nos quedamos callados. Era un silencio incómodo. Porque ninguno se atrevió a decir lo que eso podía significar.

Al llegar al palacio, mi padre y mi tío nos enviaron a tomar un baño y no tocar nada antes de eso. Al parecer, sí era de eso sobre lo que Lucas y mi tío habían hablado con mi padre y se los veía muy preocupados al respecto. Por la forma en que murmuraban, pude deducir que la situación era mucho peor de lo que querían admitir.

Ese mismo día, en una rueda de prensa, mi padre anunció a toda la nación que estábamos en una emergencia sanitaria, dictando también todas las precauciones que se iban a tomar para evitar más contagios. Otros reinos también tomaron sus propias medidas. Y lo que se vino una semana después... fue caótico.

Aunque se tomaron todas las medidas de prevención: cuarentena, cerrar todos los medios de transporte, y mascarillas, los primeros síntomas comenzaron a atacar a un gran número de ciudadanos: tos, fiebre, vómito y manchas en la piel. Los hospitales se llenaron de pacientes, los noticieros no hablaban de otra cosa más que del virus. No había cura. Ni suficiente medicina. No había nada que detuviera este maldito virus.

Tres semanas después de eso, el número de muertos comenzó a dispararse.

El esfuerzo por encontrar una cura, era desesperado. Las reuniones con el concejo se volvieron diarias tratando de darle solución a la estampida de reclamos por falta de atención médica eficiente, pero el problema no era la eficiencia sino la cantidad de implementos necesarios para resistir esta oleada de enfermos; además, los médicos y enfermeros también se estaban contagiando dejando con aún más precariedad los pasillos de centros de salud. Lo que Isabil necesitaba era ayuda externa, pero casi todos los reinos se encontraban en la misma situación, luchando por salvar a su gente. Mi padre no pudo más que sugerir a las personas que no salgan, y si lo hacen, que sean precavidos; mandó a desinfectar las calles, y obligó a los medios de comunicación a ser menos alarmistas y mejor ayudar a difundir opciones de cuidado en caso de contagio y los números de emergencia a los que debían comunicarse. Aquello tranquilizó un poco a la gente, pero la situación seguía siendo mala. A este paso morirían muchos isabilianos.

Sin embargo, luego de pasar por todo esto, lo peor pasó después, cuando mi mamá se puso mal. Estábamos en una de tantas reuniones por video llamada-como se hacía desde que empezó todo- y yo estaba ahí, cuando mi mamá empezó a toser. De inmediato mi padre finalizó la reunión, preocupado, y ordenó que se le hicieran exámenes a toda la familia. Nos llevaron a unos de los salones donde entraron unos doctores que estaban muy bien protegidos para no contagiarse: una ropa rara que parecía de astronauta, y guantes de látex. Así fue como nos enteramos, al día siguiente, que todos estábamos contagiados.

Estuvimos en cuarentena. El doctor nos recomendó unas pastillas, reposo y tomar mucha agua, ya que, con suerte, eso no permitiría que el virus avanzara. En algunos casos sólo era tos y fiebre por algunos días, o nada. Por mi lado, nunca me sentí mal. Mi padre tampoco. Mi abuelo tuvo fiebre por una noche entera y luego se recuperó. Esto concluyó que éramos inmunes. Por otro lado, mi madre y mi hermano, no tuvieron la misma suerte.

Mi padre trajo a los mejores médicos a atenderlos dentro del palacio.

Era una locura.

Una lucha contra reloj que no parecía tener salida o solución.

En un momento encontré a mi padre en su despacho, con las manos en la cabeza. Estaba llorando. Eso me rompió el corazón. Nunca creí que vería a mi padre así de mal, pero al igual que yo, seguramente le aterraba la idea de perderlos y no haber podido hacer nada al respecto.

No me atreví a entrar porque sabía que no quería que lo viera. Frente a mí, y cada vez que visitaba a mi mamá y a mi hermano en la habitación donde habían sido alojado, él se mostraba tranquilo y positivo. Pero todos sabíamos que no era suficiente.

—Estaremos bien, tigre—le dijo mi mamá, así era como ella a veces llamaba a mi padre. Ella estaba en cama al igual que Daniel; a ambos les dolía el cuerpo y se cansaban muy rápido si tenían que caminar. El virus aún no había llegado muy lejos, pero por lo mal que se los veía, era posible que continuara afectándolos. Esperaba que no fuera así. Pero no daban señales de mejora.

Mi padre, sentado en la cama a su lado, la abrazó por un largo tiempo.

Yo los observé desde la otra cama donde estaba mi hermano, durmiendo. Le acariciaba el cabello porque siempre le gustó que lo hiciera cuando era un chiquillo. Ahora no era un niño, pero necesitaba consentirlo de algún modo. Aunque al inicio se quejó de que lo hiciera, después se rindió quedándose dormido en mis piernas.

Luego mi padre se acercó a nosotros y se inclinó para darle un beso en la frente a Daniel, levantó la mirada hacia mí y dijo:

—Ven conmigo.

Asentí y lentamente deslicé la cabeza de Daniel hacia una almohada. Entonces salí y tras cerrar la puerta mi padre volteó y me miró seriamente.

—Acabo de enterarme que un reino encontró la cura.

Eso sonaba como una muy buena noticia y sentí un gran alivio al escucharla, pero el rostro de mi padre no parecía expresar la misma alegría y me sentí confundida, entonces concluyó:

—Es Pakestania.

«Oh...» ahora entendía por qué su cara.

—¿Cómo pudieron hacer una cura tan pronto?

—No lo sé, según explicó Gonzag, fue por los grandes avances en la medicina que ha tenido su reino, y que son unos visionarios y más...sé que hay algo raro detrás de eso, pero no voy a ponerme exquisito en estos momentos. Sólo quiero que tu madre y tu hermano estén bien, y toda la gente de Isabil también.

—¿Y qué vas a hacer?

—Voy a viajar a Pakestania a pedirle al rey que nos ayude.

—Papá...—proferí preocupada.

—Mi orgullo no es más importante que mi pueblo. Y quiero que lo sepas porque ya eres adulta y debes estar enterada de todo lo que está pasando o lo que podría pasar después de esto.

Eso sonaba a que esperaba que un día tomara su lugar. ¿Mi padre me veía como una futura reina? Nunca habíamos hablado del tema, aunque este tampoco era un buen momento.

—Quiero ir contigo—dije

Por supuesto que no iba a dejar que mi papá hiciera esto solo, mucho menos ahora que me estaba demostrando tener toda su confianza.

—No tienes que hacerlo, corazón.

—Sí tengo—insistí—. No quiero quedarme con los brazos cruzados sólo esperando, por lo menos quiero acompañarte a hacer esto.

—Es un viaje largo y cansado.

—No importa, llévame contigo. Prometo que no voy a causar ningún problema—él me miró inseguro, pensativo...—. Por favor, papá—supliqué.

—Está bien. Pero ten en cuenta que vamos a entrar en un reino enemigo, así que tendrás cuidado y harás todo lo que yo te diga.

Su tono fue severo y con una dura mirada de advertencia. Parecía que me creía capaz que hacer alguna locura. Y bueno, puede que le haya dado razones para que pensara eso de mí.

—Lo haré.

Y hablaba en serio. Esta vez pensaba en ser un verdadero apoyo para mi padre y no un problema. Quería ser mejor y aprender de él.

Al fin comenzaba a entender lo que significaba ser parte de la corona y toda la responsabilidad que conllevaba. Además, yo también me preocupaba por todas las familias que estaban sufriendo por sus parientes, así como yo lo hacía por mi madre y por Daniel. No quería perderlos.

—Entonces prepárate. Salimos en dos horas.

BASTARDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora