Capítulo 30.

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Martha Cross.

Dicen que lo prohíbo es una de las cosas que más te gustaría experimentar. En mi caso, todo empezó en mi adolescencia. No vengo de una familia rica pero sí de una muy religiosa. Económicamente siempre fuimos estables. No nos faltaba nada material. Mi madre era enfermera y mi padre era abogado, y yo fui su primer y único tesoro. Su pequeñita.

Sabía que algo andaba mal conmigo cuando en las misas no prestaba atención a la palabra de Dios, sino a lo guapo que era el sacerdote, incluso algunos de sus monaguillos pero no entendía por qué siempre tenía pensamientos impuros con cada hombre de edad que me llamaba la atención. Era extraño porque para ese entonces no había tenido sexo con nadie, no sabía nada al respecto pero eso no le impedía a mi mente crear escenarios explícitos que por suerte, nadie lo notaba.

1 de diciembre del 1996.

Era mi cumpleaños número quince. El año en el que empiezan a llamar a todas las niñas "señoritas". Como de costumbre, esa mañana fuimos a misa y todas las señoras criticonas me daban sus falsas felicitaciones. Llevaba un bonito vestido negro con cuello blanco, zapatos y una diadema en mi lacio cabello.

...

—¡Beatrice! Tenía tanto tiempo sin verte. — se nos acerca una vieja amiga de mi madre al parecer.

—¡Así es! Que gusto verte de nuevo por aquí. — mi madre le responde con una sonrisa.

—Quien nace en Washington jamás podría escapar de él. Supongamos que tiene su encanto. — me mira. — ¿Y esta hermosura es tu hija? ¡Cuánto has crecido! La última vez que la vi tenía dos años.

—Sí, hoy ya cumple sus 15.

—¡Vaya! Entonces ya eres toda una señorita. — justo lo que esperé que dijese. — Cuídate mucho de los jovencitos. A esta edad comienzan a acercarse demasiado y si te dejas llevar podrían guiarte por mal camino.

—Eso no pasará. Mi hija no tendrá novio hasta la mayoría de edad. Además, estamos pensando meterla al convento, al menos una temporada. — intercede mi padre. De tan solo escucharlo me da escalofríos. No es algo que quiera hacer. No quiero encerrarme en ningún lugar, mucho menos en un convento.

—No es mala idea. ¿Y qué piensan hacer para su cumpleaños? — cambia de tema.

—Ahora la llevaremos a dar un paseo en el parque.

—¿Y después?

—Aún no lo sabemos. — mi madre acaricia mi cabello.

—Bueno, esta noche daré una charla contra las drogas y sobre cómo el amor de Dios puede ayudar a los que se pierden en el camino en un centro de rehabilitación. Me pregunto si dejarían que la ya no tan pequeña Martha me acompañara. — incluso esto suena más interesante que todos los aburridos planes que mis padres tendrían para mí.

—No lo creo adecuado. No es bueno hablar de estas cosas frente a los jóvenes. Martha no conoce ese bajo mundo y quiero que siga así.

—Son charlas educativas específicamente para evitar que caigan en las tentaciones del mundo. Ahora que Martha ya es una adolescente, le vendría bastante bien estar allí. Prometo no aburrirla y traerla temprano. — me sonríe. Está comenzando a caerme bien.

—No estoy de acuerdo.

—Pero yo sí. — mi madre contradice a mi padre. — Es su cumpleaños y además, estará en buenas manos. Permitámosle esto, al menos por hoy. — trata de convencerlo.

—¿Quieres ir? — me mira pero no estoy segura de qué responder.

—Sí, sí quiero ir. — contesto.

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