Plenitud

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Día 3: Familia/ Predestinado

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Cerró la llave de la regadera, evitando que el agua caliente siguiera descendiendo. Un baño caliente luego de un largo día de trabajo siempre resultaba relajante. Secó su cuerpo con la toalla blanca que estaba cercana, tallando su cabello para quitar el exceso de agua. Vio un par de cabellos en el suelo y una ligera sonrisa escapó de sus labios.

Se colocó una ropa cómoda para dormir que tenía en el baño y salió, captando su figura sobre la cama con esa sensualidad que la representaba. Su corazón aún suspiraba por ella, como si fuera el primer día que la había visto. Aún se estremecía de verla ahí, con él, a su lado. Considerando que habían pasado tanto para llegar a estar juntos.

En su vida pasada las circunstancias no habían coincidido, además de sus complejos conforme a sus orígenes. Él no la merecía o eso es lo que frenaba su avance para intentar algo en todo el tiempo que fueron cazadores juntos. Pero ahora mismo sus pecados habían sido redimidos, empezando una nueva vida. Y encontrándola nuevamente, porque estaban predestinados.

Avanzó hacía la cama, acostándose tras de ella, quien estaba dándole la espalda. Abrazó su cuerpo con sus brazos, atrayéndola hacía él. Esa era su mayor recompensa en el día. A pesar de que la veía todo el día en el restaurante, a través de la ventana de la cocina vigilando que ningún desgraciado siquiera se atreviera a mirarla de más, su mayor placer era ese tiempo a solas que tenía en las noches.

Cuando podía dormir a su lado como si nada más existiera que ellos dos, con sus cuerpos enlazados. Verla dormir en su pecho, sus respiraciones tranquilas y aquella mueca que solía hacer con sus labios cuando dormía profundamente. Cada uno de sus gestos era perfecto.

Ella era perfecta y valía toda la pena, Mitsuri Kanroji valía toda la maldita pena.

A pesar que su pasado, su antigua vida, había sido un suplicio, todo eso valía la pena si le decían que por fin podría estar de esa forma con ella. Por eso apenas se habían visto en la calle hace unos años, cuando sus ojos se habían encontrado lo supieron. Habían reído tontamente y a partir de eso jamás volvieron a separarse. Habían esperado ya demasiado. Y sin esperar más tiempo unieron su vida por una argolla en sus dedos anulares.

Toda su vida había sido insignificante y solitaria hasta ese momento. Ella lo cambió todo, ahora era su familia. Todo lo que necesitaba y lo que lo hacía ser el hombre más feliz.

Depositó ligeros besos en su cuello níveo, dejando un camino de besos que descendieron por su espalda descubierta por la blusa de tirantes que usaba para dormir. Ese pijama que la hacía ver tan irresistible. La mujer tembló ante sus caricias, como solía hacer siempre. Él la atrajo más cerca y sintió su trasero en su entrepierna. Ese trasero que no podía dejar de ver mientras trabajaba en el restaurante. Como sus caderas se movían sensualmente haciéndolo resaltar.

Siguió besando su cuello de la forma que sabía que a ella le encantaba, una suave caricia. Sus manos se perdieron en la delantera, deseosos de dejar aquel pijama atrás. La escuchó reír un poco al verlo tan despierto. Se suponían que debían dormir y que había sido un día cansado.

Ella dio una vuelta para quedar de frente a él. Acarició su cabello, apartándolo hacía atrás. Obanai le acarició los labios con el pulgar y sin esperar más le dio un beso profundo y deseoso. Kanroji estaba entregándose al delirio.

― Iguro-san, detente.

Mitsuri por primera vez en toda su relación lo apartó de si, con una mirada confusa en el rostro. Se levantó, sentándose en la cama y mirando a su esposo recostado.

―Mitsuri ¿sucede algo? ― Él estaba haciendo aquello que le encantaba.

¿Acaso le molestaba que él fuera así? No podía culparlo, la amaba y deseaba cada vez más. Era sumamente complicado apartar las manos de ella cuando estaban en la intimidad de su cuarto. Para Iguro el tenerla en la misma cama, durmiendo con él era un sueño que aún le costaba aceptar.

―Necesito hablar sobre algo. ― Ella rehuyó de su mirada con un tinte sonrosado en las mejillas.

Obanai sintió una ligera punzada en el pecho, se veía tan hermosa que debería ser un crimen.

Le sorprendía que hubiera pasado algo serio, ella se había retirado a la casa porque tenía un ligero dolor de cabeza. Pensó que había sido lo pesado del día. Obanai le dijo que debería irse a la casa y en breve la alcanzaría. Cerró la tienda solo, lavó todos los trastes resultantes, limpió el establecimiento y salió de ahí tan pronto como pudo. La encontró recostada, con esa sonrisa encantadora que él tanto amaba.

Pensó que todo estaba bien ¿acaso había pasado algo? La idea le preocupó. Se levantó de su posición y se acercó hacia ella, tocando su rostro en busca de fiebre o que algo estuviera mal.

― ¿Sobre que quieres hablar? ―La idea de que se mantuviera tan misteriosa lo hacía sentir nervioso.

―Hace más de tres años que estamos juntos, cuando decidimos empezar esta familia.

Una presión en su pecho lo alertó, pensando que algo malo seguiría sus palabras. Todo había estado tan bien entre ellos, ella parecía feliz ¿acaso no lo era? Esperó a que ella continuara incapaz de decir una palabra.

―Bueno, eso va a cambiar Iguro-san.

Esperó nuevamente, mirándola con gran intensidad. La vio juguetear con las puntas de sus trenzas y dudar, como si estuviera pensando muy bien como decir las siguientes palabras. Se veía nerviosa y un tanto ¿efusiva? ¿incomoda? Ella alzó la mirada, atrapando aquellos ojos heterocromáticos.

―La familia va a crecer, Iguro-san. ― El hombre la miró un tanto confundido. ― Estoy embarazada.

Ella le enseñó una prueba de embarazado con una sonrisa nerviosa y un sonrojo más evidente.

El mundo de Iguro Obanai se detuvo súbitamente. Dejó de respirar un segundo y podía jurar que su ritmo cardiaco paró. Y de la nada, todo se movió, muy rápido, deprisa e intensamente. Una opresión cálida en su pecho. Un estremecimiento en su cuerpo y su corazón estrujándose, de la inmensidad. Sus pulmones cogieron aire y sin esperar se acercó hasta su esposa, estrechándola entre sus brazos.

La abrazó con gran fuerza mientras la escuchaba reír y repetir en su oreja

―Vamos a ser papás, Iguro-san.

Unas lagrimas salieron de los ojos amarillo y turquesa. Su voz se había perdido ante la felicidad inmensa que acogía su corazón. Siempre pensó que Mitsuri era más de lo que merecía y que tenerla a ella lo hacía el hombre más feliz del mundo.

Pero con esa noticia, entendió que Mitsuri era la única persona que podía hacerlo aún más feliz. Le había dado algo que pensó que necesitara pero que a partir de ese momento jamás podría soltar. La dicha de darle un fruto resultado del amor que se tenía.

Se alejó de ella un poco, la besó y tocó delicadamente el vientre aún plano de su esposa.

Mitsuri lo había hecho el hombre más jodidamente feliz de la historia del mundo.

Obamitsu week 2021Where stories live. Discover now