Capítulo 37 - La maldad humana no conoce límites

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Lo que tenemos ante nosotros es una estampida humana, en toda su definición

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Lo que tenemos ante nosotros es una estampida humana, en toda su definición. Decenas de personas corren despavoridas, huyendo de una amenaza que ninguno desde dentro del vehículo logramos ver. Pero lo que sí es visible para todos al asomar la cabeza por las ventanillas es una columna de humo negro que se eleva entre la vegetación, y que impregna el aire con un olor desagradable y denso de goma quemada.

Frente a nuestros ojos se suceden escenas de pánico, gente que corre despavorida, que grita, que se tropieza en una carrera descontrolada por salvar la vida y se empuja para poder ponerse a salvo. Sin embargo, entre todo el terror y la desesperación que se vive fuera, hay una escena en particular que nos hiela a todos la sangre. Apenas a unos metros del vehículo, una pareja que escapa con tres niños pequeños abriéndose paso entre la multitud, es perseguida por un grupo de hombres armados con machetes y aperos de labranza buscando darles caza.

Hasta que ella, en avanzado estado de gestación, se tropieza con uno de los niños y cae, llevándose consigo al hombre, desapareciendo ambos bajo la brutalidad de una marabunta humana que la emprenden a golpes con ellos. Y ante semejante escena, el terror y la impotencia me embargan a partes iguales.

Sin embargo, y aunque la situación es de lo más aterradora, Jerome sale del vehículo como alma que lleva el diablo para lanzarse sobre los agresores tratando de detener el linchamiento, mientras Cristi, Sabine y yo nos agolpamos contra los asientos delanteros, presas de la tensión, esperando que la imponente presencia de las Naciones Unidas consiga frenar esta carnicería descontrolada. Pero todos los esfuerzos de Jerome parecen ser en vano, ya que, así como le quita a uno de los atacantes de encima a la pareja, otro ocupa su lugar.

Viendo que la ardua tarea de Jerome no logra poner fin esta locura, que ni el casco azul ni el arma de fuego los intimida, el conductor de nuestro vehículo toma el micro de la radio para lanzar un mensaje de auxilio.

—Base aquí Super 6-8, detenido convoy por incidente violento. Repito, detenido convoy por incidente violento. Permiso para intervenir— Y con esto no sé qué quiere decir, porque lo cierto es que Jerome ya está interviniendo. No obstante desconozco si se trata de una especie de cauce legal para poder usar sus armas contra los atacantes por aquello que me contó Blaime de que no pueden disparar, o si por el contrario está pidiendo ayuda para que envíen a más soldados con los que detener esta locura. Sin embargo, desde la base no parecen tener mucha intención de hacer algo.

Super 6-8 aquí base, ¿les están atacando a ustedes?— La pregunta crea una ola de consternación en el interior del jeep, donde por un instante intercambiamos miradas entre nosotros, sin entender nada. Y como si dudara de cuál sería la respuesta correcta, el conductor responde entre evidentes titubeos.

—No, pero...— No tiene tiempo de añadir nada más cuando su interlocutor, con una voz impasible y metálica lo interrumpe.

—Entonces continúen. Ya conoce el reglamento— El estupor más absoluto se apodera de nosotros ante la falta de implicación que se evidencia por parte del militar que ha respondido a la llamada. Y por un instante, todos nos quedamos paralizados de la impotencia.

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