Capítulo extra

222 18 4
                                    


- Papi, mira.- dice mi pequeño mientras me muestra un dibujo horrible.

- Te quedo bien.

- ¡Sí!- sonríe de lado.

- Papá, ¿me ayudas con unas cosas?- dice mi hija.

- Claro.

- Gracias.

Juntos nos dirigimos a su habitación.

Esta es de color rosa, tiene hadas pintadas, peluches por doquier y alguna que otra ropa tirada.

- Quiero mover mi cama.

- ¿A dónde?

- Allí.

Señala el lugar cerca de la ventana.

- De acuerdo, déjaselo a tu padre fuerte.- se ríe de mí.

Me apresuro a ir a la cama y moverla, pero cuando me agacho siento como algo me truena.

Mierda, me estoy haciendo viejo.

¿A ustedes no les pasa que los años ya les pesan?

A mí sí, y creo que acabo de romperme mi espalda.

- Listo.- digo mientras respiro agitadamente.

- ¡Gracias papi!

- ¿Por qué quisiste pasarla aquí?

- Quería un cambio.- se encoge en hombros.

- Bueno, sólo ya no me pidas que cargue cosas pesadas, creo que acabo de romperme algo.

- ¿No que eres fuerte?- se ríe.

- Y lo soy, sólo que no calente.- me defiendo.

- Bueno bueno.

- ¡Mi amor!

- Ay.- suspiro.

- Corre, te llama mamá.

- Sí, al parecer todos me necesitan el día de hoy.

Salgo de su habitación y camino hacia la cocina que es en donde se cuenta Alessandra con su delantal que le compre la semana pasada.

- Mira.- señala una olla.

- ¿Qué?

- Me quedo la sopa.- dice orgullosa.

- A ver, vamos a probar.

- Sí.

Agarra una cucara y la sumerge para después dármela.

- Esta rica.- la miro orgulloso.- Te quedo bien ranita.

- Ay, que bueno, porque la verdad estuve todo el día viendo y haciendo recetas.- suspira.

- ¡Mamá!- grita mi hijo Noah entrando al lugar.- Ya no hay cajeta.

- ¿Ya no?- frunce el ceño.

- No.- hace un puchero.

- Se acabo ayer.- digo.

- Pero había.

- Sí, bueno, yo me la comí.- digo apenado.

- ¡Papá!

- ¡Perdón! Tenía hambre.

- Bueno bueno, ve por una y ya.- dice mi esposa.

- ¿Ahora?

- Sí.

- Bien.- suspiro.- Lo que hago por ti mocoso.

Lo fulmino con la mirada y salgo del lugar.

- ¿A dónde vas?- dice mi hija bajando.

- Al super.

- ¿Puedo ir?

- Bien, vamos.

Tomo mi sudadera verde y salimos de la casa.

Mierda, quién diría que ser padre no era una tarea fácil, aunque bueno, no cambiaría nada de lo que paso.

Me alegra que Ale y yo sigamos juntos, que tengamos un hogar y unos niños hermosos.

Las horas de desvelo cuidando a los pequeños se remplazan con sus sonrisas.

¿Qué poético no?

Lo sé, no tienen que decírmelo.

Después de un rato, por fin llegamos, nos bajamos y nos adentramos en él.

Busco las cosas que creo que nos hacen falta y finalmente veo que solamente queda una cajeta.

¡Hoy ando de suerte!

- Disculpa.- contesto al ver como un hombre, fuerte, alto, musculoso, con ojos azules intensos y una mirada que estoy seguro ya me hubiera dejado dos metros bajo tierra, me mira.

- Es mía.

- ¿Disculpe?- alzo una ceja.- Yo la vi primero.

- Yo la tome primero.

- Pero la necesito.

- Yo la necesito más.- la jala hacía él.

- Usted no la necesita.- la jalo hacía mí.

- Sí.

- No.

- Que sí.

- Usted no tiene una esposa que lo espera en casa con eso.

- Sí, pero la mía esta embaraza y si no llevo eso me matara.

Tiene un punto, las mujeres embarazadas dan miedo.

- La mía igual.- miento.

- No es verdad.

- ¡Que sí!

- ¡Que no!

- ¿Papi?- dice mi hija.

- Mira, tengo una hija, sea piadoso.- digo.

- Quisieras, yo también tengo una hija.

- Pero.- me corta.

- No sé porqué estoy discutiendo con un tarado.- suspira.

- Un qué.- vuelve a interrumpirme.

- Si no la sueltas te arrastrare.- saca una placa.- Por agredir a un detective.

- Abusas de tu poder.- sonrío con burla.- Pero está bien.

- Sabía decisión.

- Imbécil.

- ¿Qué dijiste?- lo miro mal.

- Nada nada, que ya se me hace tarde para irme, ¿verdad mi amor?- veo a la niña.- Sí, mejor nos vamos.

Salimos lo más rápido que podemos de allí y pronto llegamos a casa y comemos.

- Les digo, estuve a nada de golpearlo.- hablo.

- Ajá sí.- se burla Ale.

- ¡Es la verdad! Que imbécil era ese hombre.

- ¡No digas eso frente a los niños!

- Perdón, pero es que no sé cómo tuve autocontrol porque estaba a nada de noquearlo.

- Eso no es cierto, te temblaban las piernas y salimos huyendo.- dice mi hija mientras se ríe.

- Mocosa.- susurro.

Bueno, al menos jamás me volveré a encontrar con ese hombre alto y con ganas de matar a todos.

Que bueno que me fui, no quería morir joven.

Una noche más a tu lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora