Capítulo 8: encarcelado...¿emocionalmente?

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CAMERON

Giré por última vez el volante y estacioné el auto. Estaba agotado tras la sesión diaria de gimnasio. Si bien los martes no tenía partido, tenía que entrenar igual y básicamente mantener mi estado corporal para que no me echaran del equipo de vóley y no me sacaran la beca con la que estaba estudiando en la universidad.

Sin presión.

Apenas bajé del auto, mi celular comenzó a sonar.

—Hola—atendí y entré en mi edificio.

—Cameron—contestó mi madre, emocionada— ¿vamos a cenar esta noche, entonces? Esa chica, Atenea, es divina, te felicito, hijo.

Solté una maldición en un murmullo y procedí a subir las escaleras de mi departamento. Había olvidado por completo la cena con mi madre.

—Mamá, veras, Atenea en realidad...

— ¡Nicholas, la blanca te queda mejor!—mi madre gritó, interrumpiéndome, y casi me deja sordo—. Perdón, Cam, pero Nicholas es un indeciso. Bueno, aguardaré a tu respuesta. Espero que sea una inteligente. Te quiero, adiós.

Y así, finalizó la llamada.

Suspiré y abrí la puerta de mi departamento. Me dejé caer en el sofá. Puse una mano en mi cara y traté de pensar en algo que me hiciera sentir bien.

Ah, el mar.

Echaba tanto de menos el surf. La sensación de las olas, el viento, la arena, el olor a naturaleza o a pescado podrido depende el día y la hora...Todo era tan perfecto. Tan pacífico cuando estabas en el medio de las olas.

Echaba de menos San Francisco. Sobre todo sus playas. No porque tuvieran algo en especial, sino porque me había criado ahí, y tenía tantos pero tantos recuerdos y sensaciones...

Me quedé un rato con los ojos cerrados tratando de sentir el agua de mi imaginación. Cuando me di cuenta de que era suficiente y de que tenía que volver a la vida real, me incorporé y miré un punto fijo en la pared.

Automáticamente, mi mente me llevó a Atenea.

Nunca, en toda mi vida, pensé que ese nombre lo escucharía tanto. En serio. Si alguien me lo hubiese dicho, habría pensado que era una total mentira. Que era algo ridículo.

Pero no.

Así que aquí estaba, tratando de resolver el problema de una chica con el nombre de una diosa griega, y que para colmo, se parecía verdaderamente a una.

Hacía horas que la había visto, pero su esencia parecía seguir en mí. Era algo extraño y no sabía qué hacer con ello. Lo que sí sabía, era que debía alejarla lo más posible de mi vida, como en un principio.

Pasé mi mano por mi cara y pensé en mi madre. La sola idea de que pensara que Atenea y yo estábamos juntos me daba escalofríos. Aunque también, debía admitir, provocaba otras emociones en mí que estaban completamente prohibidas.

Necesitaba aclarar mis ideas. Urgentemente. Porque debía tomar una decisión respecto a la cena de esta noche. No quería que Atenea pasara tiempo con mi familia, porque eso empeoraría las cosas, pero mi madre era tan cabezota que sabía que no iba a parar hasta que la tuviera sentada en una mesa.

Solo debía decirle la verdad. Que Atenea y yo no éramos ni siquiera amigos. ¿Verdad? No nos soportábamos. No podíamos entablar una conversación sin discutir. A excepción del día del proyecto que fue un tanto...tranquilo.

Tragué saliva e hice todos mis esfuerzos para sacar la imagen mental que tenía de ella con mi ropa puesta. Pero era difícil. En especial, porque sabía que Atenea se sentía atraída hacia mí, ya que era una de esas personas que no se molestaban en ocultar sus emociones ni sus intenciones, y eso era...alucinante. Nada parecía intimidarla, y me daba un poco de miedo...pero me gustaba. Mucho.

La puerta principal se abrió y un Jace todo transpirado entró. A diferencia de mí, Jace jugaba al futbol americano y Luc jugaba al básquet.

—Qué onda, hermano—saludó, mientras dejaba caer su bolso.

Sonreí y me levanté, estirando los músculos.

—Tienes pinta de que te han pateado el culo—respondí.

Rio entre dientes y se dirigió a la cocina, en donde abrió la nevera y agarró una cerveza.

Bufé.

— ¿Sabías que eso no te hace bien luego de un entrenamiento, verdad?—me senté en la barra mirando en su dirección.

Él se encogió de hombros y le sacó la tapa.

—Hace más de un año que nos conocemos y vivimos juntos, Cam, creo que deberías saber que la cerveza es como mi alma. Sin ella no existo.

Reí y negué con la cabeza. Eso era verdad. Nos habíamos mudado juntos apenas comenzó el segundo semestre del primer año de universidad y desde entonces siempre hacía la misma rutina.

No sabía cómo seguía vivo.

—Lo sé, es que me sigue asombrando.

Sonrió, y pareció tener diez años menos.

—Soy alucinante—respondió y se sentó del otro lado de la barra—. Oye, ¿por qué rayos tu familia vino a visitarte ahora? ¿Y por qué no estas con ellos?

Hice una mueca. Le había enviado un mensaje contándole sobre la visita de mis padres.

—Porque durante el año no nos podremos visitar, entonces aprovecharon el tiempo libre que tenemos ahora.—Expliqué—. Y la verdad es que hoy ceno con ellos.

Jace lucía súper confundido, así que le seguí explicando:

—Se han gastado todos los ahorros en el viaje que hicieron con Ash por su cumpleaños, y yo estoy gastando los míos aquí en la universidad. Así que, sin dinero, es difícil que nos veamos.

Abrió mucho los ojos.

—Hombre, no tenía idea—tomó un trago de cerveza—. Bueno, sabes que en las fiestas siempre estas invitado a la casa de los Johnson—dijo, haciendo referencia a su familia.

Sonreí y le agradecí.

Luego de un rato de que me relatara el entrenamiento que tuvo hoy, se hizo de noche, y faltaba tan solo una hora y media para decidir si ir o no con Atenea a la cena. Yo iba a ir, por supuesto, pero ella...

Suspiré y me miré en el espejo del baño, que estaba empañado porque me acababa de bañar. Era ridículo lo que estaba pensando. No podía invitarla a cenar. Realmente no podía. No si quería seguir vivo y siendo un ser humano decente...

Mi celular vibró y lo agarré. Lancé un gruñido cuando vi quien era.

¿Sigues pensando que soy la peste o tu madre te ha convencido de lo genial que soy?

Pd: me encantaría cenar algo rico hoy, ¿sabes en donde puedo hacer eso?

Mordí mi labio. Los mensajes eran ni más ni menos de Atenea, que, por supuesto, se había acordado de la cena.

Quería meterme en el retrete, tirar la cadena y que me llevara a otra dimensión. O hacerme un Oompa Loompa y que todos se olvidaran de mi existencia.

Nunca había hecho algo tan difícil en toda mi vida, y eso era mucho, mucho, que decir. Tratar mal a las personas era algo descabellado para mí. Sacarlas de las casillas todavía más. ¿Pero ser un cretino total y un ser humano odiable?

Eso era asqueroso.

Pero era en lo que me tenía que convertir cuando se trataba de Atenea.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora