PRECUELA DE: EL OMEGA Y EL EMPERADOR
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Dolía, Dolía, Dolía.
Su cuerpo se sentía caliente, hirviendo en la absoluta necesidad de algo que Shen Qingqiu no podía comprender, pero sabía que era muy importante. Su piel era bañada con el incesante brillo del sudor que recorría cada centímetro de su piel sin detenerse.
Se sentía tan débil y cansado, como si cargara con el peso de una década soportando con algo que superaba su propia conciencia. Respirar se había vuelto tan difícil como tener una imagen clara de lo que pasaba, solo sabía que cada toque era como hierro caliente quemando su piel y la fricción hacía que su cuerpo se sintiera extraño.
Anhelante.
Lo necesitaba, lo necesitaba, necesitaba que alguien lo ayudara, que alguien lo librara de ese dolor que lo esclavizaba en esa cama.
Se sentía tan vacío, tan incompleto, como si hubiera una parte de sus ser que le hubiese sido arrebatada. Y solo podría estar satisfecho cuando fuera llenado por completo.
No había duda.
Esto era el famoso celo.
¡¿Por qué demonios se sentía tan caliente?!
¡Nada de esto tenía sentido! ¡Nada!
La fiebre que se apoderaba de su cuerpo cada tanto lo llenaba de una sensación que Shen Qingqiu supo era libido, uno superior a cualquiera que hubiera tenido en su vida pasada.
¿De verdad tenía que sentirse tan necesitado de ese tipo de contacto?
Para alguien que había vivido su vida por la ciencia y el ocio, algo como satisfacer necesidades fisiológicas no había sido en realidad necesario del todo. Había explorado su cuerpo como cualquiera cuando llegaba a la adolescencia y las reacciones naturales por el crecimiento y las hormonas aparecían.
No obstante, jamás en su vida, ni en la etapa más primaveral de la adolescencia, Shen Qingqiu había sentido la urgente necesidad de hacerlo como estaba pasando en ese momento.
El problema no era solo la vergonzosa y dura erección entre sus piernas, que estaba seguro de que el médico que lo estaba atendiendo posiblemente ya había notado―¡Una horrible vergüenza, por cierto!―¡El verdadero problema para Shen Qingqiu era la interminable lubricación que seguía fluyendo de su vulva sin detenerse!
¡¿Pero qué diablos tenía entre las piernas?! ¡Acaso era una presa que se había roto y ahora estaba inundando sus sábanas con esos extraños fluidos con aroma a postres!
¡Esto era muy vergonzoso!
¡Humillante!
¡Olvídate de la vergüenza de ser fácilmente atrapado y dejado casi desnudo por el demonio desollador! ¡Esto era un nuevo nivel!
