*Capítulo 10*

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Un auto del reino me llevó hasta el hotel. Eran la seis de la mañana y sabiendo lo madrugador que era mi padre, podía imaginarlo buscándome en el departamento o preguntando a los guardias por mí. Me apresuré hacia el ascensor antes de que enviara a alguien a buscarme. Si él iba a enterarse de algo, tenía que ser de mi propia boca.

Llegando al pasillo pude sentir mi cuerpo pesado, sin querer avanzar para lo que estaba a punto de enfrentar, pero sólo me tomó dos segundos de cerrar mis ojos y recordar a mi madre y a mi hermano desfallecidos para tomar la fuerza necesaria y seguir avanzando.

Los guardias me miraron aliviados y sorprendidos a la vez. De seguro ya mi padre los había retado por no saber nada de mí.

—Princesa Isabella, la estábamos buscando. El rey está preocupado—me dijo uno de ellos.

—Tranquilo chicos, yo me encargo—les dije y seguido abrí la puerta de la suit donde vi a mi padre con el móvil en la oreja, desesperado. Al verme se tranquilizó y bajó el móvil.

—Por Dios, Isabella ¿Dónde estabas metida?... me levanté y no te vi en la cama, los guardias no te vieron salir y no me contestabas el celular. Sabes bien que este no es un lugar para escabullirse e irse de rumba como hacías en Isabil.

—Perdón—agaché la mirada, aceptando la culpa con tanta rapidez que mi padre le pareció sospechoso.

—¿Qué fue lo que hiciste, Isabella? —preguntó con tono inquisitivo.

—Papá...—no pude seguir hablando por el nudo que se formó en mi garganta sin previo aviso, pero mi rostro debió responder a su pregunta porque de inmediato mi padre se echó en el mueble detrás de él, con las manos en la cabeza.

—No...no puede ser...dime que no es lo que pienso.

—Me casé con Hamid Escarlata—confesé finalmente—. Era la única forma de hacer esto rápido.

Se puso furioso. Vi como todo su cuerpo se tensó y sus manos agarraron su cabello como queriendo arrancárselo, más se contuvo lo suficiente para no voltear toda su frustración contra mí. Estaba segura que él entendía los motivos que me habían llevado a esto, pero eso no evitaba que se sintiera terrible con la situación.

Me acerqué a él para tranquilizarlo. Coloqué una mano en su espalda.

—No, Isabella. No sabes lo que acabas de hacer—sonaba consternado.

—Está bien. Puedo cuidarme sola.

—¡Te dije que yo me encargaría de esto! —bramó, esta vez levantando la mirada hacia a mí—¡No debiste desobedecer mi orden!

—¿Y crees que me iba a quedar quieta sabiendo que la vida de mamá y Daniel están en riesgo? —le pregunté con los ojos húmedos por las lágrimas que estaban a poco de salir, sin embargo, aunque esto me partiese el alma, estaba más enojada que triste.

—¡Sí! ¡Eso es justo lo que debías hacer! —se levantó del mueble de un tirón—. ¡Encontrar una solución para esto era mi deber! ¡No debías casarte con nadie de esa familia!

Pese a la autoridad que estaba imponiendo, yo lo enfrenté con la frente en alto.

—¡¿Y cuál era el plan, padre?! Hasta donde sé, sin la ayuda de Pakestania estábamos perdidos y no había tiempo para otras opciones.

Mi padre arrugó las cejas sabiendo que tenía razón, pero era demasiado orgulloso para admitirlo.

—Papá...—le dije con más calma—. Esta es la mejor opción que tenemos, y ya está hecho. Sólo tienes que firmar unos papales y...

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